Algunas veces he comentado, que es importante
vivir de acuerdo conforme a la voluntad de Dios, y por eso, hemos de purificarnos,
arrancar de nuestro corazón todas aquellas cosas que nos estorban para una vida
de Gracia.
Hay demasiada confusión en el mundo, también entre
los cristianos, pretenden salvarse pero no obedeciendo la Voluntad de Dios y fuera
de la Iglesia Católica, y están convencidos de que están obrando bien.
Los apegos del mundo impide el verdadero conocimiento
de lo que viene de Dios. Alguna vez me he encontrado con alguna persona, que pretendía
ser “católico”, pero viviendo una vida
entregada a los vicios, me decía que la impureza, la lujuria es voluntad de
Dios. Son pobres almas infelices que al entregarse a los brazos del pecado, ya
no son capaces de discernir lo que está bien y lo que está mal.
Un alma que se apegue al mundo, a sus
diversiones, a pasarlo bien, nunca alcanzará a conocer la perfección
espiritual, creerá que lo está consiguiendo, que sigue a Cristo, pero no se
priva en absoluto de las falsas alegrías que la idolatría deportiva… u otras
diversiones le ofrece este mundo enemigo de Dios, como si fuera lo más
importante en su vida. El alma entregada a satisfacer lo mundano, no considera que apaga su propio espíritu.
-"¿Quién eres tú para juzgarme?"-, dicen algunos para justificarse en su error, porque no tienen conocimiento del Evangelio, tampoco son capaces de abrir el Catecismo. Porque si lo que se escribe, lo que se dice, debe siempre edificarse en la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia Católica, pero quien no se interesa por el Espíritu Santo, se sienten dolidos, porque el hombre viejo se retuerce de rabia, y se incomoda terriblemente ante la Vida Nueva que es Cristo Jesús.
Nuestro seguimiento a Cristo debe ser sincero, humilde, buscano únicamente complacer al Señor nuestro Dios; Él nos da fuerzas para poder recuperarnos, con su Gracia, renunciando seriamente a todo lo que nos separa de su amor.
De la Liturgia de las Horas
Oficio de lectura, Miércoles IV, Tiempo Ordinario
Oficio de lectura, Miércoles IV, Tiempo Ordinario
Páginas 125-126
El discernimiento
de espíritus se adquiere por el gusto espiritual
De los capítulos de Diadoco de Foticé, obispo, sobre la perfección espiritual.
(Capítulos 6.26. 27. 30: PG 65, 1169. 1175-1176)
De los capítulos de Diadoco de Foticé, obispo, sobre la perfección espiritual.
(Capítulos 6.26. 27. 30: PG 65, 1169. 1175-1176)
El auténtico conocimiento consiste en discernir
sin error el bien del mal; cuando esto se logra, entonces el camino de la
justicia, que conduce al alma hacia Dios, sol de justicia, introduce a aquella
misma alma en la luz infinita del conocimiento, de modo que, en adelante, va ya
segura en pos de la caridad.
Conviene que, aun en medio de nuestras luchas, conservemos siempre la paz del
espíritu, para que la mente pueda discernir los pensamientos que la asaltan,
guardando en la despensa de su memoria los que son buenos y provienen de Dios,
y arrojando de este almacén natural los que son malos y proceden del demonio.
El mar, cuando está en calma, permite a los pescadores ver hasta el fondo del
mismo y descubrir dónde se hallan los peces; en cambio, cuando está agitado, se
enturbia e impide aquella visibilidad, volviendo inútiles todos los recursos de
que se valen los pescadores.
Sólo el Espíritu Santo puede purificar nuestra mente; si no entra él, como el
más fuerte del evangelio, para vencer al ladrón, nunca le podremos arrebatar a
éste su presa. Conviene, pues, que en toda ocasión el Espíritu Santo se halle a
gusto en nuestra alma pacificada, y así tendremos siempre encendida en nosotros
la luz del conocimiento; si ella brilla siempre en nuestro interior, no sólo se
pondrán al descubierto las influencias nefastas y tenebrosas del demonio, sino
que también se debilitarán en gran manera, al ser sorprendidas por aquella luz
santa y gloriosa.
Por esto, dice el Apóstol: No apaguéis el Espíritu, esto es, no
entristezcáis al Espíritu Santo con vuestras malas obras y pensamientos, no sea
que deje de ayudaros con su luz. No es que nosotros podamos extinguir lo que
hay de eterno y vivificante en el Espíritu Santo, pero sí que al contristarlo,
es decir, al ocasionar este alejamiento entre él y nosotros, queda nuestra
mente privada de su luz y envuelta en tinieblas.
La sensibilidad del espíritu consiste en un gusto acertado, que nos da el
verdadero discernimiento. Del mismo modo que, por el sentido corporal del
gusto, cuando disfrutamos de buena salud, apetecemos lo agradable, discerniendo
sin error lo bueno de lo malo, así también nuestro espíritu, desde el momento
en que comienza a gozar de plena salud y a prescindir de inútiles
preocupaciones, se hace capaz de experimentar la abundancia de la consolación
divina y de retener en su mente el recuerdo de su sabor, por obra de la
caridad, para distinguir y quedarse con lo mejor, según lo que dice el Apóstol:
Y ésta es mi oración: Que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración
y en sensibilidad para apreciar los valores.
Oración: Señor, concédenos amarte con todo el corazón y
que nuestro amor se extienda también a todos los hombres. Por nuestro Señor
Jesucristo.
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