jueves, 22 de septiembre de 2011

Benedicto XVI: La oración de Elías y el fuego de Dios

Frecuentemente, un alma que se dedica a cuestiones que no son de utilidad, en el mundo, como si en ello le fuera la vida, esforzándose hasta el máximo, por ejemplo, para alguna actividad deportiva, y otros muchos entretenimientos no cristianos, que los hay, pero que no quieren dejarlo. Hace todo tipo de sacrificios para no perderse un partido de futbol de su selección favorita.
Pero luego, cuando va a hacer alguna oración no se siente capaz de prepararse debidamente, en un momento: “no tengo tiempo para la oración”; “estoy muy cansado por el trabajo que he hecho hoy”. Y si hace alguna oración comunitaria, como el Santo Rosario, es de un atropello tremendo. He llegado a escuchar palabras del Padre Nuestro, Ave María, totalmente ininteligible, que no se entendía para nada, pero se sabía, porque era en apariencia era oraciones del Santo Rosario.
Si digo esto no es para criticarla ni juzgarla, sino para que nos miremos nosotros mismos, y si estamos en condiciones como esta, o parecidas, es bueno corregirnos.
Un alma que se entretiene en las cosas del mundo, ya no está orando, las ocupaciones mundanas son elementos que no pueden ayudarnos a la vida de santidad, por eso, hemos de procurar desterrarlo con la ayuda de la gracia de Dios, y nuestra oración será serena, pausada, sin prisas, muy espiritual.

"Sea nuestra ocupación un continuo llanto y una continua oración: estas son las armas celestiales con que perseveran y se defienden nuestras almas. Ayudémonos unos a otros con oraciones, y consolémonos con recíproca caridad en nuestros trabajos. Aquel que por la misericordia del Señor mereciere ir primero, conserve siempre en la presencia de Dios su caridad, para con sus hermanos, para implorar la clemencia divina a favor de los fieles que dejó en el mundo. (S. Cipriano, carta 56 a Cornelio, sent. 7, Tric. T. 1, p. 296.)" [Sentencias de los Santos Padres Tomo II, pág. 239, Apostolado Mariano. Sevilla]

Me parece haber dicho en alguna parte, pero insisto en ello, que la oración bien hecha, con devoción y recogimiento, nos humaniza, nos ayuda a ser mejor cristiano, por tanto mejor persona, y tratar a todos con respeto y caridad. El que no se dedica a la oración en ese sentido de complacer a Dios, se embrutece, se cree así mismo que tiene poder para hacer juicios contra los obispos.

Verdaderamente, si no oramos como agrada a Dios Padre: En espíritu y verdad, son los adoradores de Dios Padre…

«Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.» (Jn 4, 23)

Una oración a la medida del propio ser, que no es la de Dios, no alcanza al cielo, Nuestra oración si es tibia, sin ánimo de perfección, no nos ayuda a santificarnos.

Cuánto más pura sea la oración que ofrezcamos al Señor, más fuerzas tendremos para aborrecer todo lo que el Señor aborrece.

La oración que no sale de sus imperfecciones, hace que el corazón se incline a muchas cosas sin fe, que no es propio de vida de santidad. También en esas imperfecciones, hay ciertas inclinaciones a pensar según el mundo.

Es verdad que reconocemos las imperfecciones de nuestra oración personal, pero el Señor que lo ve todo, si no ve que estamos deseando mejorar, no conseguiremos su ayuda, hemos de hacer violencia sobre nosotros mismos, para honrar a Dios, buscando también con perseverancia, la ayuda de María Santísima, la Madre de Dios, suplicándola, pues somos indignos, y no podemos hacer nada sin contar con Cristo.

Pues si no deseamos caer en la idolatría, cuando nos acercamos al Señor, luego no podemos dejarnos llevar por las apetencias de este mundo.



Esta división de “dos señores”, la apostasía está por medio, muchos han renunciado a la Iglesia Católica, porque no entregaron todo su corazón a Dios, una parte del corazón lo han inclinado hacia las diversiones mundanas, a los pecados y a los vicios,



El Santo Padre Benedicto XVI, en la audiencia del pasado miércoles 15 de junio de 2011, en su magisterio doctrinal: