domingo, 7 de diciembre de 2014

Evangelio dominical, 2ºDomingo de Adviento. (Mc 1,1-8), Ciclo B

Gloria y alabanza al Señor que nos ama,
 
Llegamos al II Domingo de Adviento.
 

Meditando este evangelio, el testimonio de San Juan Bautista siempre me llama la atención, siendo el precursor de Cristo, que anunciaba la conversión del corazón a todos… Hoy día, nuestra soberbia nos impide imitar este ejemplo, si él, el Bautista, no se consideraba digno de desabrocharle sus sandalias. En nuestros días, cuando ya se ha perdido la gravedad del sentido del pecado, el alma ingrata que se cree tan superior al Precursor de Cristo, no adora a Cristo, y toma la Sagrada Comunión, sin el mínimo respeto y reverencia. No se preparan dignamente; ni siquiera se esfuerzan en ello: --“yo hago lo que quiero, y por eso, comulgo de pie y en la mano, y luego me entretengo en conversaciones y risas con quienes estén a mi lado”--. Esto sucede entre los jóvenes, pero también entre algunas personas de más edad, incluso en la ancianidad. Se pasa todo el tiempo de la Misa, hablando, y hablando.

El demonio, nuestro enemigo, busca muchos modos, para el cristiano irreflexivo cumpla los malos deseos del Maligno, confesiones y comuniones sacrílegas, que no le ayudan a mejorar su relación espiritual con Dios.

« es necesaria una purificación para recibir al Mesías. » El cristiano mundano cada vez que comulga indignamente, agrava su situación para la eternidad. 

Pero no pensemos que la purificación es para los Santos, ¿Qué pasa con nosotros? Que no somos santos, y sí, necesitamos purificar toda nuestra vida. Renunciar los apegos a la mundanidad. Los mundanos me responden: “lo que hay en el mundo es bueno y santo”; “no es malo ser mundano”; “nosotros somos los malignos”, etc., esta forma de pensar nos aleja de Jesucristo, y no conviene, necesitamos cambiar nuestros pensamientos. No podemos hacer “me gusta este Evangelio”, con el corazón y la mente en la mundanidad, no podemos vivir así, esto no es verdadera vida.  
 
No debemos someternos al mundo, sino todo lo contrario: «Preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas». Las sendas del Señor no las debemos torcer según el capricho del hombre viejo, vivir en la rectitud de vida, siempre con perseverancia.
 
No nos descuidemos en la oración, en la lectura de las Sagradas Escrituras, que son pasos muy necesario para ir preparando la llegada al Señor, en nuestras propias vidas.