domingo, 27 de marzo de 2016

Cristo venció al demonio, el pecado y la muerte / reflexiones espirituales

¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Feliz Pascua de resurrección a todos

Mis buenos hermanos y hermanas, qué alegría saber que la muerte ha sido vencida, cuando estamos con Cristo, pues nos había sacado de la muerte a la vida. Y comenzó desde que nos ofreció ese regalo, el sacramento del bautismo.

Cuántas veces hemos tropezado en el pecado, cuántas veces nos hemos lanzado a tales pecados y vicios. Pero el Señor nos ha abierto los ojos, nos ha dado la capacidad de comprender, nos ha dado en don de la fe, nos presenta que tenemos la necesidad de perseverar. Y sin oración siempre iremos cayendo. Nuestra vida de oración debe perfeccionarse día a día, porque el Señor nos ama.


Atención a las promesas bautismales, pues hay un gran número de cristianos que prometen lo que luego no quieren cumplir. Estas promesas las damos a Dios, pero si no las cumplimos claramente se miente a Dios. Totalmente cierto, y en el Reino de los cielos no existe morada para los mentirosos. Estos pertenecen al demonio, al padre de la mentira, que es mentiroso y perverso, por rebelarse contra Dios.

La muerte fue vencida, y si verdaderamente nosotros estamos con Cristo, el Señor nos librará de la muerte, porque es todo poderoso y no hay nada imposible para Él.

Cuando tú, querido hermano vences en la tentación, sabes bien que no es porque tengas poder, sino porque te refugias en Cristo Jesús, en nuestro Dios, que acudes inmediatamente a la Madre de Dios para que te ayude, entonces el enemigo no puede con los Sagrados Corazones de Jesús y María. Nosotros cuando vivimos íntegramente lo que el Señor nos pide dentro de nuestra vocación, las tentaciones no nos derribarán, porque estamos edificados en la Roca. Pero el alma cristiana que no edifica su vida en Cristo, sino sobre la arena, sobre sí mismo, sobre una comunidad de la que el Señor no está. Nada puede hacer, se desespera, y cuántos fracasos por estar lejos de Cristo.



Esta hermosa enseñanza de San Juan Pablo II, nos exhorta en reavivar nuestra devoción a la Santísima Madre de Dios.

La Sagrada Familia no tenía propiedades en este mundo, como Jesucristo, María y José estaban plenamente dedicados a la voluntad de Dios, a complacer al Altísimo. También nosotros debemos hacerlo.

Debemos fiarnos de Jesucristo, sólo Él nos puede ayudar en vencer todas nuestras debilidades.

La alegría de Cristo es espiritual, no necesitamos que el mundo nos de lecciones de cómo debemos vivir la fe, porque no tiene fe, no se dedica a la fe de la Iglesia Católica.

Está claro que cuando más nos dediquemos a las cosas terrenales, no vamos aspirando a las cosas del cielo, que es lo que justamente nos enseña San Pablo: «Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra» (Col 3, 1-2). Y en esto debemos profundizar lo que tantas veces prometemos al Señor, y claro, nuestro corazón debe estar bien pronto para el Señor.