lunes, 19 de diciembre de 2011

(05) Jesucristo el Señor-I Conocer a Jesucristo

Cuando el alma comienza a conocer a Jesucristo, y desea conocerle más y más, necesita purificar el corazón, para que sus enseñanzas por medio del Evangelio, de la Santa Madre Iglesia Católica, de los Santos Padres, de tantas almas entregadas a Dios en el día de hoy, no tenga dificultades en comprender lo que el Señor habla para bien de todos nosotros.

Un corazón cargado de vicios y pecados, no puede comprender los misterios del Señor, se acomodan a sus iniquidades, y Cristo no es aceptado.

San Rafael Arnaiz, trapense
Enamorado de Jesús
Hay personas que cuando se cansan de que se les hable del Señor, dice por ejemplo, "hablando de todo, ¿que te parece el nuevo modelo de coche?, y uno se queda bastante sorprendido, como algunos pretende que se calle y no se sigua hablando más de Dios.

Los cristianos superficiales son así, que en un momento, sin que uno se lo espere, "no habla más de Jesucristo".

Nosotros hemos de hablar de Jesucristo y no del mundo, "¿De qué quiere que te hable sino es de Jesucristo. Invito que compren los escritos de San Rafel Arnaiz, un santo monje muy enamorado de Jesús.

Los santos son unos enamorados de Jesús, San Francisco de Asís, siempre, siempre tenía a Jesús en sus labios, constantemente le alababa, le adoraba, y lloraba mucho por todos los sufrimientos de Cristo. San Pío de Pietrelcina, otro enamorado de Jesús que unía sus lágrimas a las de Jesús, porque muchos cristianos, seglares, sacerdotes, religiosos y religiosas, les hacían padecer mucho, los superficiales rechazan a Jesús en su corazón, en su vida. Cristo sufre, porque su amor no es correspondido, 
Nosotros al menos, hemos de corresponder al Amor de Cristo en todo momento, no necesitamos al mundo, necesitamos a Cristo. Él es nuestro verdadero amigo, el Amigo de las almas fieles, se siente complacido por sacerdotes, religiosos, religiosas y todos los demás fieles cristianos, que en ningún momento quieren alejar sus pensamientos y corazón de Cristo.

El P. José María Uraburu, nos ofrece una nueva reflexión espiritual: