miércoles, 13 de junio de 2012

Solo los santos confirman la vocaciones a la vida consagrada.

La Iglesia Católica nunca ha rechazado una vocación a la vida sacerdotal o consagrada. Sin embargo, son muchos que entran en la vida religiosa, pierde el fervor y la devoción, y endurece su corazón, y si llega a ser como "maestro de novicio" en la tibieza ya no reconoce que es un llamado por Dios para esa vida religiosa.

En la vida de los Santos de la Familia Franciscano, nos encontramos como los que vivían la Santa Obediencia, llegaban a confirmar el estado de vocación incluso a personas que en un principio no había sentido la llamada de Dios, y en la conversación, esa llamada se despertaba con alegría.

Hay muchas personas que acuden a San Antonio de Padua para pedirle cosas innecesarias... Es mejor pedir al Santo que nos ayude a crecer en la fe y en la amistad con Cristo Jesús, a salvar nuestra alma, a crecer en la verdadera caridad.




San Antonio confirma
a un hermano novicio en su vocación:



«No descuidaba San Antonio a los religiosos. Pertenecía al número de estos un novicio llamado Pedro, el cual, cediendo a una tentación de desaliento, pensaba volverse al siglo. Perder la vocación es siempre una desgracia, algunas veces un desastre irremediable. Habiendo el santo tenido revelación de las torturas y angustias interiores del novicio, fue a buscarlo, el afirmó en sus buenos propósitos, y después soplándole en la boca, le dijo: «Recibe el espíritu de fortaleza y sabiduría. » Al recibir este soplo, cayó el novicio de repente como muerto; pero su alma fue arrebatada en éxtasis y transportadas en los esplendores del cielo. Cuando volvió en sí, quiso referir las celestes maravillas que había contemplado su espíritu. Pero el santo se los prohibió. Se había embotado la flecha de la tentación, y el novicio fue en adelante un religioso ejemplar. » (Milagros de San Antonio, página 42, Apostolado Mariano. Sevilla)


Notemos que dice: –¡«Fue a buscarlo»!–  Fue a buscar al novicio para ayudarle, no se le echó la culpa de su debilidad. Leemos que San Antonio de Padua, no consintió que se marchase con las manos vacías, es lo que hizo San Antonio de Padua, doctor de la Iglesia y tantos otros santos, que van a buscar y a remediar el problema. Si una persona no tiene a Cristo en su vida, aunque crea tenerlo, y rechaza con facilidad al que quiere consagrarse a Cristo, necesita renovar su espíritu en el Señor, para evitar repetir tantas vocaciones rechazadas.

Cuando se cierra la puerta a tantas santas vocaciones, se está cometiendo un atropello contra la caridad de Cristo.


¡Tomen nota los maestros de novicios y directores espirituales de los ejemplos santos!, si quieren llegar a ser santos, imiten a San Antonio de Padua o a San Francisco de Asís, al Hermano Simón, al beato Gil de Asís…, pues ellos a su vez han imitado a Jesucristo, no descuiden la vocación de sus novicios, se debería ayudarles, animarles, no quedarse indiferente, pues son “novicios” y no tienen experiencia.

Sería terrible para el responsable, no admitir al llamado por Dios, precisamente, porque quiere vivir el Evangelio de Cristo Jesús, como lo hizo San Francisco de Asís por ejemplo. A lo largo de los siglos, la Orden de San Francisco de Asís, siempre ha habido nuevos religiosos que han recuperado el espìritu de San Francisco, generación tras generación. Pero en este siglo XXI, muchos religiosos han caído en la tentación de desconfiar en la Divina Providencia, ya no se fían de Dios, por eso buscan y trabajan en otros asuntos que no está permitido por las reglas.

***
Si cuando un alma después de haber entrado en alguna orden religiosa, sufre la tentación de que va a salir del convento, porque se imagina que no tiene vocación, el deber del superior es la caridad, no quedarse en la indiferencia, pues Dios llama a sus redimidos a la vida de fe y santidad, no a vivir según el mundo. Por eso, la caridad también debe extenderse en la vida vocacional en todos los sentidos; es decir, en lo que es con relación a los Sagrados Corazones de Jesús y María Santísima.


Visión admirable de un joven novicio que estaba en trance de salir de la Orden



Un joven muy noble y delicado entró en la Orden de San Francisco; y al cabo de unos días, por instigación del demonio, comenzó a sentir tal repugnancia al hábito que vestía, que le parecía llevar un saco vilísimo; las mangas, la capucha, la largura, la aspereza del mismo, todo se le hacía una carga insoportable. A esto se añadía el disgusto por la vida religiosa. Tomó, pues, la decisión de dejar el hábito y volver al mundo.
Había tomado la costumbre, como le había enseñado su maestro, cada vez que pasaba delante del altar del convento en que se conservaba el cuerpo de Cristo, de arrodillarse con gran reverencia, quitarse la capucha e inclinarse con los brazos cruzados ante el pecho. Y sucedió que la misma noche en que iba a marcharse y salir de la Orden, tuvo que pasar por delante del altar del convento; conforme a la costumbre, al pasar se arrodilló e hizo la reverencia.

En aquel momento fue arrebatado en espíritu, y Dios le mostró una visión maravillosa: vio delante de sí una muchedumbre casi infinita de santos que desfilaban en forma de procesión, de dos en dos, todos vestidos de brocados bellísimos y preciosos; sus rostros y sus manos resplandecían como el sol y se movían al compás de cantos y música de ángeles. Entre aquellos santos había dos, vestidos con mayor elegancia y más adornados que todos los otros, envueltos en tanta claridad, que llenaban de estupor a quien los contemplaba; y hacia el fin de la procesión vio uno adornado de tanta gloria, que semejaba un novel caballero con sus galas.

El joven no cabía de admiración ante tal visión, sin entender qué podía significar aquella procesión; y no osaba preguntar, estupefacto como se hallaba por la dulcedumbre. Cuando ya había pasado toda la procesión, cobró ánimo, corrió detrás de los últimos y les preguntó lleno de temor:
— ¡Oh carísimos!, os ruego tengáis a bien decirme quiénes son los maravillosos personajes que forman esta procesión venerable.

— Has de saber, hijo -le respondieron-, que todos nosotros somos hermanos menores, que en este momento venimos de la gloria del paraíso.

— Y ¿quiénes son -preguntó- aquellos dos que resplandecen más que los otros?

— Aquellos dos -le respondieron- son San Francisco y San Antonio; y ese último que has visto tan honrado es un santo hermano que ha muerto hace poco tiempo; a ése, por haber combatido valerosamente contra las tentaciones y haber perseverado hasta el fin, nosotros lo conducimos en triunfo a la gloria del paraíso. Estos vestidos de brocado, tan hermosos, que llevamos, nos han sido dados a cambio de la aspereza de las túnicas que llevábamos pacientemente en la vida religiosa; y la gloriosa claridad en que nos ves envueltos nos ha sido dada por Dios como premio a la penitencia humilde y a la santa pobreza, obediencia y castidad que hemos guardado hasta el fin. Por tanto, hijo, no te debe resultar penoso llevar el saco de la Orden, tan provechoso, ya que si, por amor de Cristo, desprecias el mundo, y mortificas la carne, y luchas valerosamente contra el demonio, tú también tendrás un día un vestido igual e igual claridad de gloria.
Dichas estas palabras, el joven volvió en sí mismo, y, animado con esta visión, echó de sí toda tentación, reconoció su culpa ante el guardián y los hermanos, y de allí en adelante deseó la aspereza de la penitencia y de los vestidos; y terminó su vida en la Orden en grandísima santidad.
En alabanza de Cristo. Amén.

(San Francisco de Asís: Escritos - Biografías - Documentos de la época; Florecillas de San Francisco de Asís, Cap. XX, págs 387ss. BAC 1980)
 

Bien, los santos ganaron muchas almas para Dios, por el contrario en la actualidad. Hay lamentaciones por las pocas vocaciones,
 
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Hubo santos y santas que fueron rechazado para tal orden religiosa, pero su humildad era verdadera, siempre se pusieron en manos de Dios para todo lo que dispusiera el Altísimo, no perdieron la paz y se ganaron el cielo.

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