Jueves de la IV Semana de Cuaresma.
Estamos en tiempos muy difíciles, hay personas que no tienen paz ni alegría, y ya se proponen obstaculizar la Semana Santa.
Pero la Semana Santa que se aproxima, es el recuerdo de la Pasión de Jesús, Cristo nos ha traído la paz, la vida verdadera, cuando nosotros nos arrepentimos de corazón, Él nos perdona nuestros pecados, no tiene en cuenta nuestros delitos, que han sido lavados por la Preciosa Sangre de Cristo; Cristo nos ha purificado y redimido, nos debemos a Él en cada momento de nuestra vida.
La Santa Cuaresma es necesario, es tiempo de conversión, bien lo sabemos, aunque no siempre el corazón renuncia al mundo, siempre anda distraído, por eso, necesitamos fortalecernos en la humildad y caridad, en la vida de oración, así se ha referido en distintas ocasiones para que no lo olvidemos. Nosotros como hijos de la Santa Madre Iglesia Católica, insisto en ello, no debemos contribuir a las obras de este mundo, es verdad que necesitamos determinadas cosas, pero siempre con el corazón puesto en Dios, solo en Dios, con los mismos sentimientos de la Iglesia Católica.
Necesitamos avanzar en la fe, crecer en la vida de santidad, y tenemos medios para ellos; la contemplación de la Pasión de Jesús, los misterios del Santo Rosario, hay tantas cosas que el Señor nos lo pone delante para salvarnos, que es imposible no verlo, sí, se ve con claridad.
Pues lo que oscurece para no ver ni comprender la verdad, es la obstinación en el pecado. Vivamos entonces en la claridad del Señor y de la Santa Madre Iglesia Católica.
Liturgia de las Horas, Tomo II, págs.. 268-269
San León Magno, Sermón 15 sobre la Pasión del Señor (3-4: PL 54, 366-367)
Contemplación de la pasión del Señor
El verdadero venerador de la Pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera, con la mirada del corazón, a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia carne.
Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles, duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros, quebradas las losas que los encierran, han de salir de sus moradas mortuorias. Que se aparezcan también ahora en la ciudad santa, esto es, en la Iglesia de Dios, como un anuncio de la resurrección futura, y lo que un día ha de realizarse en los cuerpos efectúese ya ahora en los corazones.
A ninguno de los pecadores se le niega su parte en la cruz, ni existe nadie a quien no auxilie la oración de Cristo. Si ayudó incluso a sus verdugos, ¿cómo no va a beneficiar a los que se convierten a él?
Se eliminó la ignorancia, se suavizaron las dificultades, y la Sangre de Cristo suprimió aquella espada de fuego que impedía la entrada en el paraíso de la vida. La obscuridad de la vieja noche cedió ante la luz verdadera.
Se invita a todo el pueblo cristiano a disfrutar de las riquezas del paraíso, y a todos los bautizados se les abre la posibilidad de regresar a la patria perdida, a no ser que alguien se cierre a sí mismo aquel camino que quedó abierto, incluso, ante la fe del ladrón arrepentido.
No dejemos, por tanto, que las preocupaciones y la soberbia de la vida presente se apoderen de nosotros, de modo que renunciemos al empeño de conformarnos a nuestro Redentor, a través de sus ejemplos, con todo el impulso de nuestro corazón. Porque no dejó de hacer ni sufrir nada que fuera útil para nuestra salvación, para que la virtud que residía en la cabeza residiera también en el cuerpo.
Y, en primer lugar, el hecho de que Dios acogiera nuestra condición humana, cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, ¿a quién excluyó de su misericordia, sino al infiel? ¿Y quién no tiene una naturaleza común con Cristo, con tal de que acoja al que a su vez lo ha asumido a él, puesto que fue regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue concebido? Y además, ¿quién no reconocerá en él sus propias debilidades? ¿Quién dejará de advertir que el hecho de tomar alimento, buscar el descanso y el sueño, experimentar la solicitud de la tristeza y las lágrimas de la compasión es fruto de la condición humana del Señor?
Y como, desde antiguo, la condición humana esperaba ser sanada de sus heridas y purificada de sus pecados, el que era unigénito Hijo de Dios quiso hacerse también hijo de hombre, para que no le faltara ni la realidad de la naturaleza humana ni la plenitud de la naturaleza divina.
Nuestro es lo que, por tres días, yació exánime en el sepulcro y, al tercer día, resucitó; lo que ascendió sobre todas las alturas de los cielos hasta la diestra de la majestad paterna: para que también nosotros, si caminamos tras sus mandatos y no nos avergonzamos de reconocer lo que, en la humildad del cuerpo, tiene que ver con nuestra salvación, seamos llevados hasta la compañía de su gloria; puesto que habrá de cumplirse lo que manifiestamente proclamó: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo.
Oración: Padre lleno de amor, te pedimos que, purificados por la penitencia y por la práctica de todas las buenas obras, nos mantengamos fieles a tus mandamientos, para llegar bien dispuestos a las fiestas de Pascua. Por nuestro Señor Jesucristo.
Una gran entrada para esta época amigos. Me ha gustado mucho y he aprendido, así que muchas gracias. Un fuerte abrazo desde el blog de la Tertulia Cofrade Cruz Arbórea.
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