domingo, 11 de septiembre de 2016

«Habrá alegría en el cielo por un pecador que se convierta.» (Lc 15,1-32)

Dios sea bendito ahora y por siempre, y la Santísima Madre de Dios


Todos nosotros, cuando tenemos a Cristo, siempre nos alegramos que una persona se convierta a la fe de la Iglesia Católica, y para no dar lugar al tentador, dedicarnos precisamente a la oración. Si estamos en la Iglesia, y tenemos resentimientos es muy perjudicial para nosotros, pues en lugar de Cristo tendríamos al pecado, y no reconocer su gravedad.
Si los ángeles del cielo se alegran por cada pecador que se convierte de corazón, es ejemplo que debemos seguir, la alegría porque un prójimo se ha hecho hermano nuestro por la fe, o un hermano que se había descarriado, muerto por su apostasía, pero luego ha regresado a casa, con más resolución de vivir una vida más santa y siempre en torno al Evangelio de Cristo.
Si Cristo mismo, nuestro Dios, se alegra que el pecador se convierta, ¿Por qué vamos a oponernos? Hay quienes se creen católicos y buenos hijos, sin embargo, tienen un resentimiento extremadamente amargo en su corazón. Pues en estos días, precisamente, uno de tantos enemigos de Dios, se ha atrevido a blasfemar, condenando al Beato Pablo VI al infierno. Estos son lobos con piel de oveja. 
Nosotros debemos tener los sentimientos de Cristo, su amor por las almas.

La tibieza nos arrastraba hacia la desesperación, hacia los caminos más oscuros del pecado, pero Dios nos llamó a una vida de santidad. Dios no puede soportar nuestros pecados, por tanto, tampoco nosotros debemos acostumbrarnos a nuestros vicios y pecados.


Cuando no tenemos vida de oración, nos vamos hundiendo cada vez más en una oscuridad, creíamos que seríamos felices si nos alejamos de la seguridad de la casa paterna. Pero no, fuera de la Iglesia Católica no puede haber auténtica libertad, sino dolor, angustia, amarguras, desesperación, y peor padecerá el alma, si no vuelve en sí, reflexionando, para ir corriendo de nuevo junto a Dios, arrepintiéndonos de todos nuestros pecados. Dios nos ama, pero no por que somos pecadores, sino porque quiere ayudarnos a salir de nuestras maldades, quiere hacernos santos y darnos la Vida eterna. Insistir en que Dios nos ama es una realidad.

Mi querido hermano, mi querida hermana, Cristo te acoge a ti, porque te ama, esto ya lo sabes, pero cuando lo sabemos desde el corazón, comprendemos que hemos de poner de nuestra parte para vivir como el Señor nos pide.

Textos del Evangelios y comentarios pertenecen a la Biblia Didajé (Conferencia Episcopal Española)


Otros comentarios, del Evangelio de San Lucas, Comprender la Palabra.






Habrá alegría en el cielo por un pecador que se convierta.
(Lc 15,1-32)

La oveja perdida:

·        1 Salían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: 2“Este acoge a los pecadores y come con ellos
«3Jesús les dijo esta parábola: 4¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? 5Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; 6y, al llegar a casa, reúne a los amigos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. 7Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.  »
*15,3-7. Al igual que un pastor reúne a su rebaño disperso y busca a las ovejas que se han perdido, Cristo el Buen Pastor, desea reunir a su pueblo en unidad y reconciliar al pecador díscolo de nuevo hacia el redil. Como sucesores de los Apóstoles, a los obispos –así como los diáconos y sacerdotes que les asisten– se les ha confiado la tarea fundamental de ser buenos pastores. Sin embargo, todo cristiano está llamado a ser un buen pastor con familiares y amigos. Guiándoles siempre hacia Cristo [#545]


La moneda perdida:
  • 8 O ¿qué mujer tiene diez monedas, si se pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? 9 Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. 10 Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta»

El hijo pródigo:
11 También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; 12 el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. 13 No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
14 Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. 15 Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. 16 Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. 17 Recapacitando entonces, se dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan mientras que yo aquí me muero de hambre: 18 Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti; 19 ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. 20 Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. 21 Su hijo le dijo; “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
22 Pero el padre le dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies, 23 traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos el banquete, 24 porque este hijo estaba muerto y ha revivido. 25 Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, 26 y, llamando a uno de los criados, le preguntó que era aquello. 27 Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud” 28 Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. 29Entonces él respondió a su padre:  “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; 30 en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres le matas el ternero cebado”. 31 Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo; 32 pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».


  • 15,11-32 Este pasaje lleva al corazón mismo del Evangelio: la ilimitada misericordia de Dios revelada a través de Cristo [#1846-1848]. La parábola del hijo pródigo es también la del padre misericordioso y, quizás en su profundidad, la de los dos hermanos. El tema de los dos hermanos (Caín-Abel), pasando por Isaac-Ismael o José y sus doce hermanos desemboca en la fraternidad que se da entre dos pueblos, el elegido (Israel: el hijo mayor) y el resto de los pueblos paganos (los gentiles: el hijo menor). Ambos viven una filiación y responden de modos diversos a la elección de uno y al amor incondicional del Padre a ambos. La parábola pone de relieve la gran misericordia y perdón de Dios [#1436, #1439, #2838,2839).

  • 15,17 El regreso del hijo pródigo refleja el del penitente en el sacramento de la penitencia o reconciliación. El hijo examinó su conciencia, se arrepintió de sus pecados, deseó reparar, viajó a casa, confesó sus pecados, y confió en la misericordia de su Padre. Luego fue absuelto y acogido con alegría en la familia. La túnica, el anillo y el banquete simboliza la nueva vida del penitente, que se ha reconciliado con Dios y con la Iglesia [#1447-1449, #1482-1483, #1491-1492 #1699-1700].
  • 15,18 La conversión es el primer paso para volver al Padre después de separarse de Él por el pecado; solo a través de la conversión del corazón podemos reconciliarnos con Dios. La conversión exige la contrición o pena, así como propósito de enmienda. La contrición, a su vez, implica autoconocimiento y honestidad en el reconocimiento de los pecados personales. La contrición y propósito de enmienda son necesarios para una buena confesión [#1422-1423, #2794-2795]
  • 15,32 El sacramento de la penitencia y la reconciliación es una verdadera resurrección espiritual, especialmente en el caso de pecado mortal, que priva la gracia santificante [#1468]







(A continuación. Comentarios, y luego catequesis de Benedicto XVI)
«Comprender la Palabra»


Texto:

La parábola está tomada de L, fuente propia de Lucas, con retoques redaccionales y rasgos característicos

B. Comentario 38. (C.F. Contreras Molina, Un padre tenía dos hijos (Lc 15,11-32) (EVD, Estella 1999)
  «Parábola del hijo pródigo» es la denominación tradicional de la parábola, siguiendo a la Vulgata que la llama, de filio prodigo. Otros la han llamado «parábola de los dos hijos», puesto que habla de los dos, o «parábola del hijo mayor», que representa a escribas y fariseos, los que critican el comportamiento de Jesús y provocan la parábola; finalmente, otros la llaman «parábola del hijo perdido», para subrayar la relación con las dos parábolas anteriores que hablan de (oveja, moneda) perdida. Realmente, el protagonista es el Padre Misericordioso, que se manifiesta con una bondad que sobrepasa todos los cálculos humanos y quiere que todos sus hijos estén en su casa. Es una de las piezas claves del genio de Jesús, ha tenido un gran influjo en las diversas facetas de la cultura mundial y ha sido objeto de variedad de interpretaciones. La parábola tiene claramente dos partes íntimamente unidas, cada una dedicada a un hijo y al comportamiento del padre con él. El punto de partida es la presentación de un hombre que tiene dos hijos viviendo con él. A la luz del contexto el hombre era un rico terrateniente. Entra en acción el hijo menor. Está en la casa del padre, pero, por su forma de actuar, se insinúa que no valora la situación. No se siente feliz y quiere buscar la felicidad viviendo su propia vida, lejos e independiente. Para ello pide al padre la parte de su herencia. El padre, que no quiere esclavos a la fuerza en casa, acepta la petición, y se supone que actuaría según derecho vigente, es decir, daría dos tercios al mayor en calidad de primogénito y un tercio al menor (…) . Este con sus bienes se marcha a un país lejano. Narrada esta historia en Galilea, un país lejano no podía estar a la izquierda, hacia occidente, pues a pocos kilómetros está el Mediterráneo, sino a la derecha, a oriente, en cuya lejanía está Babilonia, la patria del placer y la corrupción. Allí derrochó (…) sus bienes, viviendo perdidamente o, como dice más adelante el hermano mayor, comiéndose sus bienes con malas mujeres (15,30). Pero llega un tiempo de carestía, pasa necesidad y termina sirviendo como porquero de cerdos, un animal impuro para el judío (cf. Lv 11,7; Dt 14,8; 1Mac 1,47) y un trabajo repugnante para un judío de buena familia. Incluso estaba peor que los cerdos, pues deseaba su alimentación. Su degradación ha llegado al punto más bajo. Se ha equivocado, ha perdido la condición de hijo, sus bienes, la dignidad humana, pasa hambre y está a la altura de los cerdos. Esta situación le lleva a recapacitar y a examinar su comportamiento en un monólogo (…) interior, valorando lo que dejó; es consciente de que perdió el derecho a la herencia y a su calidad de hijo al comportarse así. Y se decide regresar y a confesar a su padre que es consciente de que ha obrado mal ante Dios, que manda honrar padre y madre, y contra él y consiguientemente que ha perdido los derechos para ser considerado hijo. Tomó el camino de regreso. El padre lo vio venir de lejos, lo que implica que nunca perdió la esperanza de su retorno y que frecuentemente oteaba el horizonte, esperando ese regreso. Por fin un día le vio venir a lo lejos. Entonces se le conmovieron las entrañas rajamim, es una de las palabras que usa el hebreo para misericordia, presentándola como un amor entrañable, es decir, amar a uno como a las propias entrañas, como es el amor materno. Ciertamente, el hijo se había comportado mal, pero no había podido destruir las entrañas paternales del padre, que seguía sintiéndose padre y viendo a su hijo como hijo, y reacciona como tal. Cuando llegó, se le echó al cuello y lo cubrió de besos mientras el hijo confesaba su indignidad. El padre ordena que cambie de ropa al hijo, poniéndole la mejor túnica, que pongan un anillo en la mano y sandalias en los pies y que organicen una gran fiesta de bienvenida, pues había recobrado al hijo a quien daba como muerto y perdido para siempre. El anillo no es un presente ofrecido al recién llegado, sino un emblema de poder: cf. Gen 41,42 (…). Ahora entra en acción el hermano mayor, que se indigna al conocer lo que ha sucedido y se niega a entrar y compartir la alegría del regreso del hermano por agravio comparativo, ya que él ha servido a su padre siempre fielmente y nunca le ha dado, no «el ternero cebado», que se reserva para las grandes fiestas familiares, pero ni siquiera un cabrito, de mucho menor valor para que la comparta con sus amigos. El hermano mayor, que representa a escribas y fariseos aparece como la persona cumplidora que vive en la casa del padre, siempre obediente a sus mandatos, pero sin compartir los sentimientos del padre sino como patrón para el que trabaja (…). Obra mirando sus propios intereses, pero no ama, como aparece más adelante negando al recién llegado el título de hermano. Para él, el hermano que se marchó y malgastó los bienes dejó de ser hermano. El padre reacciona ante la postura de este hijo también como padre, rogándole que entre en el banquete. Al negarse le insiste y le recuerda que el que ha vuelto y ha recuperado es su hermano, aunque él le niegue el título, y por eso era necesario celebrar un banquete. La parábola termina de forma abierta: ¿accedió y entró al banquete? La respuesta personal la debe dar cada lector. Así justifica Jesús su comportamiento con los pecadores. Es el heraldo del padre misericordioso que tiene un amor que sobrepasa todo cálculo e invita a todos a su casa, a los que se le reconocen como pecadores y a los que «cumplen» y se creen justos. Por eso, Jesús acepta comer en la mesa de pecadores y a la de los fariseos, invitando a unos y a otros a la conversión.

Notas. 15,12. Padre, dame la parte que me toda de la fortuna. Según el derecho consuetudinario de la época hay dos modos de dar los bienes a los hijos, por testamento (cf. Núm 36,7-9; 278-11), válido a la muerte del testador, o por medio de una donación en vida, que es lo que supone el relato. En este caso el padre seguía disponiendo del usufructo de los bienes y lo que realmente transfería a los hijos era el título de propiedad, mientras que el usufructo seguía correspondiendo al padre hasta su muerte. Si el hijo vendía su propiedad, el comprador solo podía entrar en posesión de los bienes a la muerte del padre, y el hijo perdía todos sus derechos sobre el capital y sobre el usufructo (…).
12,25. Su hijo mayor. En la historia de la interpretación se han propuesto varias identificaciones de los hijos. Los gnósticos en el s. II identificaron al hermano mayor con los ángeles caídos y el menor con la humanidad. En la historia de la Iglesia se han expuesto tres interpretaciones en general: 1) ético-soteriológica, que se concentra en el hijo menor, cuyo retorno es figura de la salvación del ser humano; 2) étnica, según la cual el hermano menor es el mundo gentil y el mayor el judaísmo; 3) penitencial o «sacramental», parecida a la explicación ética, que identifica el hermano menor con el cristiano pecador y el mayor con el ala intransigente del cristianismo (…).

Actualización. La Iglesia continua la tarea de Jesús; por ello debe actuar en Nombre de Dios Padre que supera todos los moldes humanos e invita a todos a su casa. Como Jesús, debe compartir la mesa de alejados y cercanos, debe igualmente ver a todos, cercanos y alejados, como hermanos, y, como tales, salir al encuentro de todos. La liturgia lee las tres parábolas juntas, (Lc 15,1-32) el domingo 24º del tiempo ordinario junto con Éx 37,7-11.13s (perdón después del becerro de oro) y 1Tm 1, 12-17) Dios tuvo compasión de mí) Lee la parábola del hijo pródigo el domingo 4º de Cuaresma, Ciclo C, junto con Jos 5,9.10-12 (Los israelitas llegan a la Tierra Santa) y 2Cor 5,,17-21) (reconciliaos).

E.3) Postura ante los bienes (16)
Todo el capítulo 16 está dedicado al uso que debe hacer de los bienes el discípulo de Jesús. Los bienes no salvan, incluso impide oír la Palabra salvadora de Dios; hay que relativizarlos y ponerlo al servicio de la verdadera salvación, especialmente compartiendo con los pobres. Debe ser un medio de comunión y no de injusticia. El conjunto consta de dos parábolas, el administrador infiel (16,1-8a) y el rico epulón y el pobre Lázaro (16,19-31). La primera está seguida de tres aplicaciones (16,814s) y 13), de una condenación de la avaricia de los fariseos (16,14s) y de otras dos enseñanzas de Jesús (16,16-18).



Y ahora, mis buenos hermanos, lo que nos enseña el gran Papa Emérito, Benedicto XVI;





Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la liturgia vuelve a proponer a nuestra meditación el capítulo XV del evangelio de san Lucas, una de las páginas más elevadas y conmovedoras de toda la sagrada Escritura. Es hermoso pensar que en todo el mundo, dondequiera que la comunidad cristiana se reúne para celebrar la Eucaristía dominical, resuena hoy esta buena nueva de verdad y de salvación: Dios es amor misericordioso. El evangelista san Lucas recogió en este capítulo tres parábolas sobre la misericordia divina: las dos más breves, que tiene en común con san Mateo y san Marcos, son las de la oveja perdida y la moneda perdida; la tercera, larga, articulada y sólo recogida por él, es la célebre parábola del Padre misericordioso, llamada habitualmente del "hijo pródigo".
En esta página evangélica nos parece escuchar la voz de Jesús, que nos revela el rostro del Padre suyo y Padre nuestro. En el fondo, vino al mundo para hablarnos del Padre, para dárnoslo a conocer a nosotros, hijos perdidos, y para suscitar en nuestro corazón la alegría de pertenecerle, la esperanza de ser perdonados y de recuperar nuestra plena dignidad, y el deseo de habitar para siempre en su casa, que es también nuestra casa.
Jesús narró las tres parábolas de la misericordia porque los fariseos y los escribas hablaban mal de Él, al ver que permitía que los pecadores se le acercaran, e incluso comía con ellos (cf. Lc 15, 1-3). Entonces explicó, con su lenguaje típico, que Dios no quiere que se pierda ni siquiera uno de sus hijos y que su corazón rebosa de alegría cuando un pecador se convierte.
La verdadera religión consiste, por tanto, en entrar en sintonía con este Corazón «rico en misericordia», que nos pide amar a todos, incluso a los lejanos y a los enemigos, imitando al Padre celestial, que respeta la libertad de cada uno y atrae a todos hacia sí con la fuerza invencible de su fidelidad. El camino que Jesús muestra a los que quieren ser sus discípulos es este: «No juzguéis..., no condenéis...; perdonad y seréis perdonados...; dad y se os dará; sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36-38). En estas palabras encontramos indicaciones muy concretas para nuestro comportamiento diario de creyentes.
En nuestro tiempo, la humanidad necesita que se proclame y testimonie con vigor la misericordia de Dios. El amado Juan Pablo II, que fue un gran apóstol de la Misericordia divina, intuyó de modo profético esta urgencia pastoral. Dedicó al Padre misericordioso su segunda encíclica, y durante todo su pontificado se hizo misionero del amor de Dios a todos los pueblos. Después de los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, que oscurecieron el alba del tercer milenio, invitó a los cristianos y a los hombres de buena voluntad a creer que la misericordia de Dios es más fuerte que cualquier mal, y que sólo en la cruz de Cristo se encuentra la salvación del mundo.

La Virgen María, Madre de la Misericordia, a quien ayer contemplamos como Virgen de los Dolores al pie de la cruz, nos obtenga el don de confiar siempre en el amor de Dios y nos ayude a ser misericordiosos como nuestro Padre que está en los cielos.


Y con estas meditaciones que no debemos dejar pasar:
Dios nuestro Señor siempre les bendiga a todos. No dejemos de orar, consagrémonos a los Sagrados Corazones de Jesús y María Santísima

3 comentarios:

  1. ¿Cómo va todo amigo José Luis? Espero que estés bien, un fuerte abrazo.

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  2. Hola amigo José Luis, veo que hace tiempo que no publicas. Espero que estés bien. Un abrazo grande y que Dios te bendiga.

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    1. Dios te bendiga siempre amigo Pepe. Tengo que volver a acostumbrarme a escribir en el blog, siempre pienso que lo quiero hacer con más frecuencia, y luego, de nuevo, entre otras cosas, termino por ausentarme.

      Y si me propongo, "ahora sí", también es cierto que me ha surgido problemas con ciertos correos electrónicos, que ya he dejado de usarlo, y no me ha sido posible recuperarlo. Aunque lo he cambiado por otros... ya te informaré mejor.

      Doy gracias a Dios que la situación va mejorando.

      Ya seguiremos en otro ratito, ya cuídate, porque por ahí, está apareciendo los síntomas de resfriados, y luego ha de prevenirse contra la gripe.

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