sábado, 2 de noviembre de 2013

Conmemoración de los fieles difuntos (2 de noviembre)

Pensar en la muerte puede ser aterrador, ¿Por qué?: la causa es una vida manchada por el pecado, que impide al alma prepararse para la vida eterna.

Pero Dios no se olvida de nadie, pues a todos ama, pero lo que impide ese amor de Dios es el hábito a la corrupción del pecado y de los vicios, estas iniquidades impiden al alma, que miré a Cristo, no lo hace. 
 
Pero cuando el alma, cuando dice sí al Señor, que quiere cambiar su vida, comienza a ordenar su vida frecuentando los sacramentos como la confesión, la Eucaristía, aprende a orar bien, pero no lo aprende de un día a otro, pues pasará tiempo, pues nuestras manchas causadas por nuestros pecados, deben ser limpiadas, purificadas. Siendo así, que un día, cuando respiramos oración, respiramos vida, y nuestra vida se va purificando. Y aquellos tiempo, en que incluso nos aterrorizaba la llegada de la noche, se habrá transformado, mejor, es nuestra vida, que de nuestras noches oscuras, se convierten por la gracia y amistad con Dios, en paz, alegría, serenidad, y ya no tenemos miedo a la muerte, sino que la esperamos, porque ahí comienza el fin del pecado, el fin de nuestras tentaciones, deseamos que venga la muerte, para amar más profundamente a Dios. Pero nuestro camino, que parece muy largo, de un momento a otro podemos encontrar la meta deseada: Dios nuestro Señor.
 
 
No estamos en este mundo para hacer todo lo que nos convenga, porque esto es ir hacia la oscuridad y las tinieblas, sino que obedeciendo a Dios y a la Iglesia Católica y nuestra fidelidad al Sucesor de Pedro, superamos y derribamos toda barrera que nos entorpece nuestro camino hacia la santidad. 
Son muchas personas que van a los cementerios, a mí me queda muy lejos, y sin vehículo, no puedo ir por el momento, pero sí que a los pies de Jesús, en el Sagrario, ahí está Jesús, y puedo hablarle de mis seres queridos, que han pasado de este mundo a la eternidad.  
 
 
En el Purgatorio, están los fieles, los que han dejado esta vida temporal en gracia de Dios. Pero que todavía le queda algo por reparar, y ahí en el Purgatorio, donde la Esperanza no se ha terminado, y ellos, esas benditas almas, por la que hemos de orar, acordarnos de ellos, para que prontamente entren en la Vida Eterna.
Muchas almas que han vivido fiel al Señor, ha encontrado alegría inmensa en los últimos instantes de su muerte, pues veían como se les acercaban nuestro adorable Señor Jesucristo, María Santísima, el coro de los ángeles, según la devoción y la fe de cada uno de estos nuestros hermanos y hermanas, que llevaron una vida intachable, no han necesitado pasar por el Purgatorio. Por eso, mis buenos hermanos y hermanas, cuando los dolores de nuestra enfermedad, no nos resistamos a ella, ni nos quejemos, ni caigamos en la ingratitud y locura ni cobardías… : --“qué he hecho yo, para merecer esta cruz”--, no seamos así, sino que se haga la voluntad de Dios, en nuestra propia vida. Lo más importante, es que no nos domine siquiera el pecado venial, que también con la ayuda de Dios, nuestras tentaciones se disiparan por los méritos de Cristo Jesús y de María Santísima. Nosotros somos barro sin mérito alguno. Cristo lo ha hecho todo por nosotros y nos debemos plenamente a Él. 
Hace dos días (31 de octubre 2013), estuve hablando con un hombre de Dios, siempre estaba ante el Altísimo, orando, y estaba hasta que la iglesia se cerraba, luego se marchaba a su casa. Pues al parecer, el Señor le llamó cuando en la Solemnidad de los Santos, pues este hombre santo, ruego oraciones por el descanso eterno de su alma. También hubo ciertos días, que no iba, y es que él, (Antonio) también me dijo que estaba cuidando de una persona enferma, y hoy he sabido que era de su hermana.

Pudimos hablar precisamente, porque todavía no se había abierto la puerta de la iglesia; estábamos en la espera, ya que después de abrir, el único interés que teníamos, era estar ante el Señor, orando.
 
Hoy día 2 de noviembre, solemnidad de los fieles difuntos, es cuando, otras personas, que van diariamente a la Santa Misa, me dieron la noticia. Mañana si Dios, quiere, se celebra la Santa Misa en el tanatorio, iremos los que le hemos conocidos, y rezaremos por él.
 
Los dos hermanos que vivieron para el Señor, están en el cielo. 
 
Cuando alguien dice, “ha muerto un santo”, la verdad es que me sorprende, hasta como se exceden en una ignorancia tremenda. Es el desconocimiento que tienen porque no hacen vida de oración. Los santos no mueren. Pues la santidad que el Señor nos ofrece no es de muerte, sino de vida y para la vida. La santidad no lleva a la muerte, de ninguna manera. Pero así es esta sociedad, que erróneamente no sale de su idea.
Nos recuerda San Braulio de Zaragoza: «Cristo, esperanza de todos los creyentes, llama durmientes, no muertos, a los que salen de este mundo, ya que dice: Lázaro, nuestro amigo, está dormido. »
 
Los que viven en Cristo son almas espirituales, o aquellas que están ya en camino de la vida espiritual. Por eso, nosotros también debemos trabajar para vivir, somos pobres pecadores, pero que quiere salir de esta cárcel, nuestro cuerpo, para vivir en el Espíritu de Cristo.  


Conmemoración de los fieles difuntos
(Tomado del santoral: «El Santo de cada día» (Apostolado Mariano. Sevilla)
 

Ayer recordábamos la fiesta de todos los Santos, los que ya gozan del Señor. Hoy recordamos a los que se purifican en el purgatorio, antes de su entrada en la gloria. Bienaventurados los que mueren en el Señor, nos recuerda el Apocalipsis. Y añade: Nada manchado puede entrar en el cielo. 
El purgatorio es la mansión temporal de los que murieron en Gracia hasta purificarse totalmente. Es el noviciado de la visión de Dios, dice el P. Fáber. Es el lugar donde se pulen las piedras de la Jerusalén celestial. Es el lazareto en que el pasajero contaminado se detiene ante el puerto para poder curarse y entrar en l Patria. 
Pero en el purgatorio hay alegría. Y hay alegría, porque hay esperanza. Del lado que caiga el árbol, así quedará para siempre, dice un sabio refrán. Y el purgatorio sólo están los salvados. En la puerta del infierno escribió Dante: “Dejad toda esperanza los que entráis” En la del purgatorio vio Santa Francisca Romana, “Esta es la mansión de la Esperanza”.
Es una esperanza don dolor; el fuego purificador. Pero es un dolor aminorado por la esperanza. El lingote de oro es arrojado al fuego par que se desprendan las escorias. Asi hay que arrancar las escorias del alma, como un vaso perfecto, pueda presentarse en la mesa del rey.
La ausencia del amado es un cruel martirio, pues es el anhelo de todo amante es la visión, la presencia y la posesión. Si las almas santas ya sufrieron esta ausencia en la tierra –“que muero porque no muero”– decía Santa Teresa–, mucho mayor hambre y sed y fiebre de Dios que sientan las almas ya liberadas de las ataduras corporales. 
Las almas del purgatorio ya no pueden merecer. Pero Dios nos ha concedido a nosotros el poder maravilloso de aliviar sus penas, de acelerar su entrada al paraíso. Así se realiza por el dogma consolador de la Comunión de los Santos, por la relación e interpendencia de todos los fieles de Cristo, los que están en la tierra, en el cielo o en el purgatorio.
Con nuestras buenas obras y oraciones –nuestros pequeños méritos– podemos aplicar a los difuntos los méritos infinitos de Cristo.
Ya que en el Antiguo Testamento, en el segundo libro de los Macabeos, vemos a Judas enviando una colecta a Jerusalén para ofrecerla como expiación por los muertos en la batalla. Pues dice el autor sagrado, es una idea piadosa y santa rezar por los muertos para que sean liberados del pecado.
Los paganos deshojaban rosas y tejían guirnalda en honor de los difuntos. Nosotros podemos hacer más. “Un cristiano, dice San Ambrosio, tiene mejores presentes. Cubrid de rosas, si queréis, los mausoleos, pero envolvedlos, sobre todo en aromas de oraciones”.
De este modo, la muerte cristiana, unida a la de Cristo, tiene un aspecto pascual: es el tránsito de la vida terrena a la vida eterna. Por eso, a lo que los paganos llamaban necrópolis –ciudad de los muertos– los cristianos llamamos cementerio –dormitorio o lugar de reposo transitorio– Así se entiende que San Francisco de Asís pudiese saludad alegremente a la descarnada visitante “Bienvenida sea mi hermana la muerte”. Y con más pasión aún Santa Teresa “Ah, Jesús mío, ¡ya es hora de que nos veamos!  
Este es el sentido de la Conmemoración de los fieles difuntos, como Conmemoración litúrgica solemne, la estableció San Odilón, Abad de Cluny para toda la Orden Benedictina. Las gentes recibieron con gusto la iniciativa. Roma la adopto y se extendió por toda la cristiandad.  


Para meditar también:
Ángelus del día de la Conmemoración de los fieles difuntos, 2 de noviembre ...
Conmemoración de los Fieles Difuntos (Aci Prensa

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·         Los difuntos y la misericordia

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