lunes, 15 de abril de 2013

Fe: acogida de la revelación (Pablo VI)

La fe es necesaria, creer en Cristo y no seguirle, es locura del pecador incorregible, por una parte se trata de aceptar a Cristo, no se le acepta con palabras vacías, pues lo que tiene que estar vacío, es el corazón, vacío de las cosas terrenas, vacío de la idolatría deportiva, para llenarse de Dios, de su amor, de su caridad para con nosotros, pues esto nos lleva a que nuestra caridad con nuestro prójimo no sea fingida, sino que la Caridad de Cristo a través de nosotros para con nuestros prójimos.

No podemos endurecer nuestro corazón, por eso, en la verdadera humildad, debe exlcuírse toda raíz que nos impide reconocer a Cristo.

He pedido permiso, antes de traer esta meditación espiritual, que nos anima a que no debemos buscar nada fuera de lo que es Cristo; para no traicionarles y vivirmos en el engaño, si en nuestro corazón hay ansias mundanas e idolátricas.


Fe: acogida de la revelación

"Debemos comprender, o mejor reconocer, el arte misterioso con que Dios se ha revelado al mundo, y con el que el Hijo de Dios hecho hombre se dio a conocer a los hombres. Todo el Evangelio nos dice que el rostro de Cristo no fue nunca oscuro ni insignificante; pero no fue reconocido por todos como lo que era. “Los suyos –dice el prólogo del evangelio de San Juan- no le recibieron” (Jn 1,11).



Es un tema frecuente en el Nuevo Testamento; la revelación cristiana no se presenta con aspectos perfectamente cognoscibles y directamente proporcionados a nuestros sentidos y a nuestra razón; se presenta, en un grado superior, en la persona de Cristo, en su palabra, y hay que aceptarla por fe, hay que creerla; no sólo hay que conocerla, sino aceptarla con un acto vital y total de la mente y del corazón, porque es Él, Cristo, quien la anuncia, porque sólo Él, como exclamó San Pedro tras el incomprensible discurso de Cafarnaún, en donde se anunció la Eucaristía, sólo Él tiene “palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Lo cual significa que la fe, para el que se pone en plan de razonamiento lógico, de ciencia demostrada, resulta oscura.

Nosotros los modernos debemos darnos cuenta de este aspecto de la fe, del que nacen tantos problemas. Se comprende porqué la fe tiene que presentar al hombre razonador la objeción de la oscuridad; a la fe le falta evidencia; presenta verdades veladas y ocultas, como las imágenes sagradas en este tiempo litúrgico.

“Nosotros ahora vemos –dice San Pablo- como reflejamente en un espejo, en forma enigmática” (1Co 13,12); y san Agustín no duda en afirmar que la fe consiste en “creer lo que no ves” (In Io. Ev., 40,9; PL 35, 1690). Y esto se explica bien por los límites de la mente humana (cf. S. Th., I, II, 47,3), bien por el modo con que las verdades de fe se nos presentan, no directamente ni bajo la luz de la evidencia, o también por la profundidad inaccesible de las realidades divinas a que nos permite llegar la fe. Y tenemos que recordar que entre la venida de Cristo a la escena evangélica y la última al fin del mundo nuestra vida religiosa se realiza por vía sacramental, no por vía de experiencia directa.

Voluntad y gracia en el acto de fe
¿Pero por qué esta oscuridad? Este es el secreto del designio de Dios; sus caminos no los podemos descubrir (Rm 11,33); Dios quiere así ejercitarnos, durante esta vida, en la fe; nuestra salvación depende de aceptar este plan religioso suyo.
 
Por lo demás, este aspecto oscuro de la fe tiene relación con algunas consecuencias en extremo importantes de nuestra vida religiosa. La primera es que estamos obligados a indagar. El Señor ha venido cerca de nosotros, sin manifestarse comúnmente a aquellos que no lo aman: “En medio de vosotros hay Uno –dirá el precursor- que vosotros no conocéis” (Jn 1,26). En segundo lugar, si la fe es oscura, la fe es libre. También es éste uno de los grandes problemas referentes a la fe; la voluntad, con la gracia, contribuye al acto de fe. Y si es libre, la fe es meritoria (cf. II, II, 2,9 ad 2; cf. Pascal, Pensèes, 564).
Y no decimos más por ahora. Luego tenemos que indagar cómo esta forma de conocimiento, más débil que la ciencia con respecto a nuestra forma normal de conocer, más fuerte y más elevada con respecto a la certeza que crea en el espíritu, es fuente de luz, de esa luz que orienta la vida e ilumina la visión del mundo. Probad en la Pascua, cuando el rostro crucificado del Redentor vuelva a polarizar nuestras miradas, a pedirle que haga verdaderamente de la fe la antorcha de vuestra peregrinación por la tierra”
(Pablo VI, Audiencia general, 15-marzo-1967).

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