Actualizado, 17 de julio de 2013
Mis buenos hermanos, ¿cuántos de nosotros hemos visto algún cartelito que avisa, que las confesiones son media hora antes de la Santa Misa?
Mis buenos hermanos, ¿cuántos de nosotros hemos visto algún cartelito que avisa, que las confesiones son media hora antes de la Santa Misa?
« El sacerdote todo de Dios y de los hombres», no sería de Dios si hablase a los hombres de algún evento de la idolatría deportiva, o le pone obstáculos para realizarse en la vocación por la que ha sido llamado por Dios, a renunciar al proceder de este mundo.
El Sacerdote es de Dios, cuando le facilita todos los caminos para la santificación de su alma, para ayudarle cuando lo necesita en el sacramento de la confesión, no le niega, ni le dice "no tengo tiempo", el Sacerdote de Dios, nunca se entretiene en los placeres de este mundo, tiene su mente y su corazón puesto en la Voluntad de Dios.
El Sacerdote de Dios mantiene recogimiento y silencio en todo momento cuando está en la Casa de Oración, sabe muy bien que la Casa de Oración no es una sala de espera para hablar con otras criaturas, en todo caso, no molesta a las personas que se esfuerzan en orar, y si ven necesario hablar, lo hace en otro lugar más discreto.
Algunos sacerdotes son verdaderamente fieles a este aviso, pero no todos. Y es sorprendente, ver que un sacerdote espera en el confesionario para la cura de almas, ese sacerdote ama a Dios y ama a las almas, las preparan para santificarse.
Por el contrario, algunos que han intentado confesarse, que también hay ese aviso, el sacerdote que tiene que celebrar la Santa Misa, llega con unos minutos justo antes del comienzo, para revestirse, es que no da tiempo para ponerse en el confesionario, no siempre hay confesionario en tal o en tal parroquia, pero aunque los pueda haber, prefieren confesar fuera del confesionario, y con vestido seglar, no con las vestiduras adecuadas para la confesión. Ver también: vestimenta del sacerdote
para la confesión ; ¿REVESTIRSE PARA CONFESAR? y este otro: Vestimenta Litúrgica
No pretendo hacer críticas al sacerdote, Dios me libre de este pecado y de falta de caridad. Pues el sacerdote debe amar a Cristo, la Santa Obediencia a lo que manda la Iglesia, yo sé que al decir, estas cosas, suelen ser incómodas para quien no se haya negado totalmente de sí, para entregarse enteramente a Cristo.
Leyendo palabras del Papa, que el sacerdote no se pertenece así mismo, o sea, no tiene que obrar según los caprichos y engaños del hombre viejo ni del mundo.
Su Santidad
Benedicto XVI: « Un sacerdote no se pertenece jamás a sí mismo. Las personas
han de percibir nuestro celo, mediante el cual damos un testimonio creíble del
evangelio de Jesucristo.» ( Santa Misa Crismal - Jueves Santo 5 abril 2012)
Recomiendo también el libro del Código de Derecho Canónico, en librerías religiosas.
Lo que los sacerdotes no deben ignorar: Observancia de las normas litúrgicas y “ars celebrandi” También todos los cristianos que desean tener presente la altísima dignidad de la Eucaristía, que es un bien infinito, cuando la santa obediencia está por medio. En la desobediencia a la Iglesia, se hace sufrir mucho a Cristo Jesús, la desobediencia y las misas en la medida personal, el celebrante no complace a Dios. Y se ha de evitar todo mal, por amor a Dios y el bien de las almas.
Nadie puede excusarse de no conocer que ignoraba la importancia de una exacta observancia, pero todavía hay corazones que se resisten a la Santa Obendiencia, y es que la vida mundana y la piedad no se aceptan.
Cuando ciertos hermanos sacerdote de tal parroquia... en la desobediencia descarada a las normas litúrgicas ofenden al Señor, sucede algo parecido ya no entre monjes, según relata un testimonio: De lo que realmente va el "ars celebrandi" - ReL sino de sacerdotes y laicos, hay demasiada secularización, y la pérdida de fe es tremenda. Si digo algo parecido, como en la oración del pueblo, el canto litúrgico que no es precisamente litúrgico, y otros errores, gracias a Dios, que por el momento no han puesto rosquilla, pues la gente que acostumbra a ir a la misa de estos celebrantes, cuando pierden la fe, lo ve todo con normalidad.
En esta misma institución religiosa que me refiero, la misa de los domingos, cuando se celebra con niños, o la vispera del domingo, el sábado por la tarde, son momentos muy duros y dolorosos. En una ocasión era un sábado por la tarde, era tanto el horror en que habían convertido, la Casa de Oración, que tuve que salir de alli, para irme a otra parroquia, y llegué a tiempo, gracias a Dios.
Pero estos celebrantes, nuestros obispos deberían poner orden, porque es en este sitio, donde la fe de mucho tras una agonía le llega la muerte, no exagero, Se ha perdido por completo el amor a Dios.
Cuando ciertos hermanos sacerdote de tal parroquia... en la desobediencia descarada a las normas litúrgicas ofenden al Señor, sucede algo parecido ya no entre monjes, según relata un testimonio: De lo que realmente va el "ars celebrandi" - ReL sino de sacerdotes y laicos, hay demasiada secularización, y la pérdida de fe es tremenda. Si digo algo parecido, como en la oración del pueblo, el canto litúrgico que no es precisamente litúrgico, y otros errores, gracias a Dios, que por el momento no han puesto rosquilla, pues la gente que acostumbra a ir a la misa de estos celebrantes, cuando pierden la fe, lo ve todo con normalidad.
En esta misma institución religiosa que me refiero, la misa de los domingos, cuando se celebra con niños, o la vispera del domingo, el sábado por la tarde, son momentos muy duros y dolorosos. En una ocasión era un sábado por la tarde, era tanto el horror en que habían convertido, la Casa de Oración, que tuve que salir de alli, para irme a otra parroquia, y llegué a tiempo, gracias a Dios.
Pero estos celebrantes, nuestros obispos deberían poner orden, porque es en este sitio, donde la fe de mucho tras una agonía le llega la muerte, no exagero, Se ha perdido por completo el amor a Dios.
¿Qué interesantes son las enseñanzas del Papa emérito: Su Santidad Benedicto XVI, verdad que sí, hermanos y hermanas?
Pues quien se pertenece así mismo, lo cierto, que
no le interesa lo que enseña el Papa, porque siempre va a la suya, no buscan
agradar a Cristo, sino al mundo y por los respetos humanos.
Es muy triste el
comportamiento de muchos feligreses, comulgan sin fe, porque no han llegado a
creer en Cristo en la Eucaristía, pues no tarda mucho en darles la espalda, y
no termina el sacerdote de retirarse a la sacristía, cuando ya algunos
feligreses salen por la puerta de la iglesia a la calle.
El hombre viejo suele hacer las cosas de tal manera, que el alma tibia, mundana, superficial no lo tenga en cuenta.
Muchos deseamos salir de nuestra tibieza, pero atendiendo lo que nos enseña el Papa y la Iglesia Católica, lo podemos conseguir, necesitamos profundizar las enseñanzas que el Espíritu Santo, por medio del Magisterio de la Iglesia Católica nos va educando, por eso, no podemos caer entre los ruidos de los aplausos, (tema de aplausos que dejaré para más adelante si Dios quiere)
Lo que necesitamos es tomarnos muy en serio la vida del Evangelio, la vida de Cristo, no necesitamos el proceder de este mundo para ser los más felices, aún que estemos caminando en este valle de lágrimas, la felicidad que me refiero, es no dejarse dominar por los vicios ni pecados, y por eso, estamos en este mundo para sufrir. Pero es un sufrimiento temporal, sufrir porque no nos agrada muchas cosas del que somos testigos en este mundo, sufrimos cuando vemos al hermano pobre que sufre, al enfermo, a tantas almas...
En la carta semanal de Monseñor Carlos Osoro, nos habla, del sacerdote cuando debe ser para Dios, y no según el mundo; no es un sacerdote para sí mismo, sino en provecho constante para los hijos e hijas de Dios que quieren, queremos ser santos. Pues si un sacerdote no está dispuesto a santificarse se hace notar sobremanera, porque no acepta la experiencia personal de Cristo Jesús, y hará gran daño espiritual a los que le siguen. Por ejemplo, si el sacerdote es aficionado a la idolatría del deporte, descuidan mucho los deberes de su vocación personal. ¡Pero cuidado! también los que no son sacerdotes, pueden dejarse dominar por esa idolatría del deporte, como el fútbol, y podrá decir, cosas bonitas, pero sin experiencia de santidad, lo cual, se arriesga a perder el Reino de los cielos.
Si el sacerdote no se pertenece así mismo, tampoco el resto de los cristianos, no nos pertenecemos a nosotros mismos, porque ya lo dijo San Pablo: Dice el Espíritu Santo por boca de San Pablo: «¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está
en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido
bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.» (1Co 6, 19-20). Pertenecemos por completo al Señor. Pero el sacerdote de una forma especial, para hacer la veces de Cristo en la tierra por el bien de las almas, no puede entregarse a todas las cosas de este mundo.
El autor del artículo que podemos encontrar en el enlace, que he dejando más arriba, y repito aquí y añadiendo el siguiente párrafo:
De lo que realmente va el "ars celebrandi" - ReL :
En todo esto entra en juego el traído y llevado
“ars celebrandi”, del que se habla mucho últimamente. No se trata ni mucho
menos de celebrar sintiéndose el ministro del altar un artista que tiene que
lucirse, ni tampoco se trata de convertir cada Misa en una obra de arte de
dicción, retórica, bel canto y orfebrería, sino algo muy distinto. ¿De qué se
trata? Pues una vez más Benedicto XVI sale al paso y nos lo explica, él que
tanto ha reflexionado y escrito sobre liturgia. Dice el Pontífice: “El
primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el
Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la
mejor premisa para la actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la
obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente
este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de
todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como
Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cf. 1 P 2,4-5.9).”
Por tanto, cuando un cura se inventa la liturgia o
mezcla lo del Misal con su propia cosecha o mezcla ritos, dicha desobediencia a
las normas litúrgicas es un daño a los fieles, que no tiene derecho a
infligirles. ¿Porqué un daño, si puede ocurrir que a los fieles les guste y se
lo pasen bien? Pues es un daño porque el cura les está dando su propia liturgia,
no la de la
Iglesia , y por tanto les está dando gato por liebre, les está
haciendo padecer su propia originalidad, gusto o manías, cuando ha sido ordenado
para poner a los fieles en comunión con toda la Iglesia a través de la
liturgia común de todos. Y por último, porque las liturgias inventadas o
mezcladas suelen ser mucho más feas que la auténtica de la Iglesia.
Si un feligrés preguntase al sacerdote, "oiga, padre, la Iglesia dice que esto que usted hace, no es lo correcto", y responde algo como... "no te preocupe, que también es como así lo he demostrado". Pues algo así, también me respondió una religiosa, cuando yo le di unos documentos de la Santa Sede, y trató de justificar esa acción contradictoria a las normas litúrgicas. Y al sacerdote, que le iba a dar, esa documentación, en el momento que yo le dije: "se trata de lo que el Papa Juan Pablo II..." Ya no quiso escuchar más, sino que me dio la espalda y se fue a toda prisa. Y es que sin duda, los sacerdotes, como me ha dicho tal religiosa, conoce esos documentos de la Iglesia Católica, de la Santa Sede, pero que no quiere aceptarlo, y ocultan a los desinformados los derechos de Cristo.
No, no es nada fácil, es imposible conversar con tal o tal sacerdote, para que la Sagrada Liturgia sea respetada, valorada, tanto por el celebrante como quienes participan en la Santa Misa.
* * *
Monseñor Carlos Osoro, Arzobispo de Valencia.
Cuando llega la fecha en que celebramos el Día del Seminario, domingo 10 de marzo, tengo necesidad de dirigirme a todos los cristianos para que descubramos el valor inmenso del ministerio sacerdotal, y de hacer también una llamada especial a todos los jóvenes de nuestra archidiócesis de Valencia. En este Año de la Fe se nos propone como lema del Día del Seminario unas palabras del Apóstol San Pablo: “Sé de quién me he fiado”. Cuando el ser humano, en este momento y en estas circunstancias, pierde certezas y confianzas, ¡qué fuerza tiene proponer a los hombres que se fíen de Dios! “Sé de quien me he fiado” es una expresión en la que el Apóstol manifiesta la certeza y la seguridad de que quien le ha llamado a este ministerio y quien le provoca dedicar la vida al anuncio del Evangelio no es otro más que Jesucristo.
Hay momentos en la vida que son especialmente emocionantes. Uno de ellos lo vivo siempre que visito nuestros seminarios, cuando veo a quienes se están preparando para el ministerio sacerdotal y puedo decir cuando les saludo y les miro: Cristo lo ha elegido (cf. Flp 3, 12-14), y ahora tienen un tiempo de preparación y discernimiento para que, cuando llegue el momento, por la imposición de las manos, el Señor los haga conforme a Él por el carácter sacerdotal, todo de Dios y todo de los hombres, para servir a la Iglesia y a los hombres de hoy. A este servicio consagrarán todo lo que son, todas sus fuerzas físicas y espirituales. Impresiona y conmueve pensar en el don del sacerdocio. Ciertamente, es un prodigio realizado en unos hombres a los que el Señor elige, pero no para ellos mismos: “Como me envió mi Padre, así os envío yo” (Jn 20, 21). El sacerdote es un enviado. Siempre me fascinaron unas palabras del Santo Cura de Ars: “¡El sacerdote es un hombre que ocupa el puesto de Dios, un hombre que está revestido de todos los poderes de Dios!... El sacerdote no es un sacerdote para sí mismo. No se da la absolución a sí mismo. No se administra los sacramentos. No existe para sí: existe para vosotros”.
En una situación cultural como la nuestra, en la que no se presenta solamente un centro, sino muchos y que se siente inclinada a relativizar todo tipo de concepción que afirme una identidad, es importante tener claro lo peculiar del ministerio sacerdotal, porque no lo podemos reducir a categorías culturales dominantes. Es muy necesario tener en cuenta el contexto de secularización generalizada en el que estamos, pues tenemos y debemos ser conscientes de que este contexto intenta excluir a Dios del ámbito público y de la conciencia social. Cuando nosotros, los cristianos, creemos y afirmamos el misterio de la Encarnación, Dios se hizo Hombre y habitó con nosotros, esto debe tener consecuencias. Este contexto hace que el sacerdote tenga que afirmar, mostrando con su vida entera, en público y en privado, que es de Dios y sirve a los hombres. Y que tenga que manifestar los aspectos más fundamentales de su ministerio, como hombre de Dios, que es tomado del mundo para interceder a favor del mundo y que es constituido en esa misión por Dios y no por los hombres. “Sé de quien me he fiado”.
Es necesario superar todos los reduccionismos que proceden de entender el ministerio sacerdotal desde categorías más funcionales que ontológicas, es decir, más en función de lo que hacemos que de lo que somos, y que tienden a presentar el ministerio sacerdotal en este mundo secularizado casi como un agente social, traicionando así lo que es en verdad el sacerdocio de Cristo. Con los jóvenes hay que tener valentía y presentarles la fuerza que tiene el ministerio sacerdotal, la posible llamada que está en su corazón y que, por tantos ruidos que tienen, no oyen. Hay que animarles a que hagan silencio y que, en una conversación sincera y abierta con el Señor, descubran si les llama para realizar lo más grande que hay para un ser humano: prestar la vida para que Jesucristo se haga presente entre los hombres. Y es así de tal manera que Jesucristo nos identifica consigo mismo, que nuestra personalidad es como si desapareciese delante de la suya, ya que es Él quien actúa por medio de nosotros; Él es quien habla cuando el sacerdote, ejerciendo su ministerio, anuncia la Palabra de Dios; Él es quien cuida a los enfermos, a los niños, jóvenes, adultos, ancianos, pecadores; Él es quien los envuelve en su amor con la solicitud pastoral de los sacerdotes. Por ello, hay que presentar la vocación al ministerio sacerdotal haciendo ver que sigue siendo un gran misterio. El Señor elige a hombres con debilidades y limitaciones, para seguir regalando a muchos hombres ese don precioso que nace de configurarnos a Él y de hacernos partícipes de su misión salvadora. ¡Qué maravilla, precisamente en este tiempo en el que vivimos, hablar de Dios a los hombres y al mundo y presentar a los hombres y al mundo a Dios!
Me dirijo a vosotros los jóvenes. Quiero haceros en este Día del Seminario una invitación muy especial: ¿Habéis sentido en algún momento de vuestra vida que el Señor os llamaba para ser sacerdotes? ¿Estáis dispuestos a consagrar la vida entera al servicio de Dios y de la Iglesia? ¿Estáis dispuestos a escuchar al Señor con atención y sin reservas? Mirad que se trata de consagrar la vida con fe, con convicción madura, con decisión libre, con generosidad a toda prueba, con la decisión de apoyar toda vuestra vida en Jesucristo, de dejaros hacer por Él, de prestarle vuestra vida para que se convierta en una especie de cristal que le transparente a Él. Las llamadas del Señor siempre existen y siempre encuentran respuesta. Pedid consejo. La Iglesia tiene que seguir realizando su misión y hoy es más necesario que nunca anunciar la Buena Nueva que es Cristo. Creedme, os necesitan los hombres, aunque parezca que pasan de Dios. En este mundo afectado por tantas turbaciones, son necesarios hombres que, como decía el Beato Juan Pablo II, asuman como manera de vivir “tener forma eucarística”. En varias ocasiones dijo que “la existencia sacerdotal ha de tener, por título especial, forma eucarística”. Cuando os hablo así a los jóvenes, lo hago desde la fuerza apasionada por servir en este momento a todos los hombres el mismo amor que movía a Cristo a estar de su parte. “Sé de quien me he fiado”.
Los jóvenes de nuestra Archidiócesis de Valencia muchas veces me habéis oído en los encuentros de oración que todos los meses tenemos, estas palabras: Escuchad la llamada de Cristo cuando oís que os dice: “sígueme”. Escuchad al Señor cuando os invita y os dice: seguid mi camino, estad a mi lado, permaneced en mi amor. No temáis, es algo maravilloso comunicar la paz de Cristo, promover su justicia, difundir su verdad, proclamar y vivir su amor. Y a esto estáis llamados todos. Pero estoy seguro que a algunos os llama al sacerdocio. No temáis decir con todas las consecuencias “sí”. No temáis entregaros únicamente y para siempre a Cristo. No vaciléis en apoyaros en su fuerza y en creer que su amor os sostendrá siempre en el servicio a vuestros hermanos. Decid con fuerza y convicción: “sé de quien me he fiado”.
A todos los cristianos y a todos los que creéis que la propuesta de Cristo entrega a los hombres lo que más necesitan, como es exigencia de verdad, justicia, amor, y solidaridad, y que es merecedora de ayuda y atención, os pido en este Día del Seminario, que me ayudéis con vuestra oración y aportación económica a sostener nuestros seminarios.
Hay momentos en la vida que son especialmente emocionantes. Uno de ellos lo vivo siempre que visito nuestros seminarios, cuando veo a quienes se están preparando para el ministerio sacerdotal y puedo decir cuando les saludo y les miro: Cristo lo ha elegido (cf. Flp 3, 12-14), y ahora tienen un tiempo de preparación y discernimiento para que, cuando llegue el momento, por la imposición de las manos, el Señor los haga conforme a Él por el carácter sacerdotal, todo de Dios y todo de los hombres, para servir a la Iglesia y a los hombres de hoy. A este servicio consagrarán todo lo que son, todas sus fuerzas físicas y espirituales. Impresiona y conmueve pensar en el don del sacerdocio. Ciertamente, es un prodigio realizado en unos hombres a los que el Señor elige, pero no para ellos mismos: “Como me envió mi Padre, así os envío yo” (Jn 20, 21). El sacerdote es un enviado. Siempre me fascinaron unas palabras del Santo Cura de Ars: “¡El sacerdote es un hombre que ocupa el puesto de Dios, un hombre que está revestido de todos los poderes de Dios!... El sacerdote no es un sacerdote para sí mismo. No se da la absolución a sí mismo. No se administra los sacramentos. No existe para sí: existe para vosotros”.
En una situación cultural como la nuestra, en la que no se presenta solamente un centro, sino muchos y que se siente inclinada a relativizar todo tipo de concepción que afirme una identidad, es importante tener claro lo peculiar del ministerio sacerdotal, porque no lo podemos reducir a categorías culturales dominantes. Es muy necesario tener en cuenta el contexto de secularización generalizada en el que estamos, pues tenemos y debemos ser conscientes de que este contexto intenta excluir a Dios del ámbito público y de la conciencia social. Cuando nosotros, los cristianos, creemos y afirmamos el misterio de la Encarnación, Dios se hizo Hombre y habitó con nosotros, esto debe tener consecuencias. Este contexto hace que el sacerdote tenga que afirmar, mostrando con su vida entera, en público y en privado, que es de Dios y sirve a los hombres. Y que tenga que manifestar los aspectos más fundamentales de su ministerio, como hombre de Dios, que es tomado del mundo para interceder a favor del mundo y que es constituido en esa misión por Dios y no por los hombres. “Sé de quien me he fiado”.
Es necesario superar todos los reduccionismos que proceden de entender el ministerio sacerdotal desde categorías más funcionales que ontológicas, es decir, más en función de lo que hacemos que de lo que somos, y que tienden a presentar el ministerio sacerdotal en este mundo secularizado casi como un agente social, traicionando así lo que es en verdad el sacerdocio de Cristo. Con los jóvenes hay que tener valentía y presentarles la fuerza que tiene el ministerio sacerdotal, la posible llamada que está en su corazón y que, por tantos ruidos que tienen, no oyen. Hay que animarles a que hagan silencio y que, en una conversación sincera y abierta con el Señor, descubran si les llama para realizar lo más grande que hay para un ser humano: prestar la vida para que Jesucristo se haga presente entre los hombres. Y es así de tal manera que Jesucristo nos identifica consigo mismo, que nuestra personalidad es como si desapareciese delante de la suya, ya que es Él quien actúa por medio de nosotros; Él es quien habla cuando el sacerdote, ejerciendo su ministerio, anuncia la Palabra de Dios; Él es quien cuida a los enfermos, a los niños, jóvenes, adultos, ancianos, pecadores; Él es quien los envuelve en su amor con la solicitud pastoral de los sacerdotes. Por ello, hay que presentar la vocación al ministerio sacerdotal haciendo ver que sigue siendo un gran misterio. El Señor elige a hombres con debilidades y limitaciones, para seguir regalando a muchos hombres ese don precioso que nace de configurarnos a Él y de hacernos partícipes de su misión salvadora. ¡Qué maravilla, precisamente en este tiempo en el que vivimos, hablar de Dios a los hombres y al mundo y presentar a los hombres y al mundo a Dios!
Me dirijo a vosotros los jóvenes. Quiero haceros en este Día del Seminario una invitación muy especial: ¿Habéis sentido en algún momento de vuestra vida que el Señor os llamaba para ser sacerdotes? ¿Estáis dispuestos a consagrar la vida entera al servicio de Dios y de la Iglesia? ¿Estáis dispuestos a escuchar al Señor con atención y sin reservas? Mirad que se trata de consagrar la vida con fe, con convicción madura, con decisión libre, con generosidad a toda prueba, con la decisión de apoyar toda vuestra vida en Jesucristo, de dejaros hacer por Él, de prestarle vuestra vida para que se convierta en una especie de cristal que le transparente a Él. Las llamadas del Señor siempre existen y siempre encuentran respuesta. Pedid consejo. La Iglesia tiene que seguir realizando su misión y hoy es más necesario que nunca anunciar la Buena Nueva que es Cristo. Creedme, os necesitan los hombres, aunque parezca que pasan de Dios. En este mundo afectado por tantas turbaciones, son necesarios hombres que, como decía el Beato Juan Pablo II, asuman como manera de vivir “tener forma eucarística”. En varias ocasiones dijo que “la existencia sacerdotal ha de tener, por título especial, forma eucarística”. Cuando os hablo así a los jóvenes, lo hago desde la fuerza apasionada por servir en este momento a todos los hombres el mismo amor que movía a Cristo a estar de su parte. “Sé de quien me he fiado”.
Los jóvenes de nuestra Archidiócesis de Valencia muchas veces me habéis oído en los encuentros de oración que todos los meses tenemos, estas palabras: Escuchad la llamada de Cristo cuando oís que os dice: “sígueme”. Escuchad al Señor cuando os invita y os dice: seguid mi camino, estad a mi lado, permaneced en mi amor. No temáis, es algo maravilloso comunicar la paz de Cristo, promover su justicia, difundir su verdad, proclamar y vivir su amor. Y a esto estáis llamados todos. Pero estoy seguro que a algunos os llama al sacerdocio. No temáis decir con todas las consecuencias “sí”. No temáis entregaros únicamente y para siempre a Cristo. No vaciléis en apoyaros en su fuerza y en creer que su amor os sostendrá siempre en el servicio a vuestros hermanos. Decid con fuerza y convicción: “sé de quien me he fiado”.
A todos los cristianos y a todos los que creéis que la propuesta de Cristo entrega a los hombres lo que más necesitan, como es exigencia de verdad, justicia, amor, y solidaridad, y que es merecedora de ayuda y atención, os pido en este Día del Seminario, que me ayudéis con vuestra oración y aportación económica a sostener nuestros seminarios.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
Nota:
Última actualización de la entrada anterior: Sede
Vacante, Cónclave / Cardenales (8 de marzo de 2013), noticias que nos puede interesar.
Grandes palabras las de Benedicto XVI. Es sabio y transmite. Esperaremos otro buen Papa. Un fuerte abrazo y feliz fin de semana.
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