miércoles, 25 de enero de 2012

La virtud de la gratitud

La gratitud está muy bien, es una virtud cristiana, pero hemos de ofrecérselo a Dios



La gratitud está muy bien, pero ante todo hemos en primer lugar agradecer al Señor, que es seguro que se haga así, pero el criado necesita oraciones para convertirse al Señor. ¡Ay de mí! Si yo esperase la gloria de este mundo, ya tendría mi recompensa y perdería la que Dios me ofrece.
«No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre dá la gloria, por tu bondad, por tu lealtad. (Salmo 115 (113B) 1 (9) ).»
Hemos de dar gloria a Dios cuando escribimos, cuando hablamos con verdad, no se debe a nuestra ignorancia, pues somos instrumentos. Pero más importante es que el Señor nos acepta como hijos, en cuánto no nos dejemos dominar por el pecador; la vanagloria, la soberbias, la arrogancia, no debemos apartarnos de Dios.
Dice el Señor: ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado. Lo mismo vosotros: cuándo hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 9)
Por eso hemos de leer la Palabra de Dios, meditarla, y practicar todo lo que debemos practicar, porque es enseñanzas que da vida. Las palabras de Jesús, verdaderamente son vida eterna, y nos estamos encaminando hacia la eternidad.
Las personas que escuchaban a los santos, cuando hablaban, huían de las alabanzas humanas, pues como cristianos, buscamos extender la gloria de Dios, no podemos caer en el error de aquellos que hablan de Dios pero esperando la recompensa del mundo, no podemos imitarles. Pues como siervos, aunque inútiles somos, al fin al cabo, queremos que cuanto nos lean, busquen en todo la gloria de Dios.
«Cuando digo esto, ¿busco la aprobación de los hombres o la de Dios?, ¿o trato de agradar a los hombres? Si siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de Cristo. (Ga 1, 10). »
Imitemos a los santos para que Cristo permanezca en nuestras vidas, y no nos deje solo, porque lo que tenemos del escaso conocimiento, no se debe a nosotros, sino a la misericordia de Dios, y no debemos traicionarle.
Los santos cuando oían felicitaciones, aplausos, hacía lo que hizo Cristo: «¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? » (Jn 5, 44). Todo el que cree y ama a Jesucristo, hace lo mismo que Él… «Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.» (Jn 6, 15).
Luego entonces, ¿ningún premio hemos de recibir de Dios? Ninguno fuera de El mismo. El premio que da Dios es el mismo Dios. Esto es lo que ama, esto es lo que aprecia; si amase otra cosa, no sería amor puro (San Agustín Comentario al Salmo 72,32). (Compartido por Néstor Mora).

Efectivamente, es así, San Agustín escribió este comentario, que tiene mucha relación con lo que enseña San Pablo:
Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres, sabiendo que recibiréis en recompensa la Herencia. Servid a Cristo el Señor (Col 3, 23-24).

Mis buenos hermanos, cuando yo leo un comentario, una reflexión muy sabia de mis hermanos, muchas veces les doy las gracias, pero principalmente se la damos al Señor nuestro Dios, porque nos a alegrado por esas palabras espirituales, alegran nuestro corazón, y somos felices porque ellos aman al Señor, y es por eso, en mi caso, que tengo que estar agradecido. Aunque otras veces, aunque me guste lo que leo, cuando está en la misma línea de la Iglesia Santa de Dios, sí, me gusta esa meditación, pero no siempre será bueno dar gracias a ellos, aunque lo hayan hecho bien. Yo pienso, que hemos de seguir orando para que perseveren en su atenta dedicación al Señor, la oración por todos, es mucho más que dar simplemente las gracias. Ellos también lo hacen por el Señor, ya que lo llevan en su propia vida, son hermanos nuestros.

También San Pablo sabía agradecer a los hermanos por su buena acogida, por la caridad que ha tenido para con él. Y pienso, que no será soberbia. No debemos olvidar la importancia de ofrecerlo todo, en primer lugar a Dios, y siempre en provecho y crecimiento espiritual de todos.

El beato Juan Pablo II, como también el Santo Padre Benedicto XVI, sabe ser agradecido con todos los hermanos y hermanas, cuando le visitan en sus audiencias y la oración del Ángelus, nos da ejemplo para que nosotros agradezcamos a nuestros hermanos por el bien que hacen glorificando y alabando a Dios por medio de sus escritos con la misma fe de la Iglesia Católica.

Insistiendo que nuestra gratitud se la debemos ofrecer a Dios nuestro Padre.

En hace varios años, una persona que conozco, cuando las cosas le iban muy bien, yo le decía, tiene que dar muchas gracias a Dios, por todas las cosas buenas que tienen, me respondía que ya daba gracias a Dios, pero yo insistí, "tienes que volver a la iglesia, al sacramento de la confesión... " y se enfadó. En la actualidad vive una vida totalmente alejada de Dios, y arriesga la salvación de su alma, porque los que viven en adulterio, y con las obsesiones de impurezas, es muy difícil que puedan heredar el Reino de los cielos.

Volviendo a la gratitud que debemos a Dios, he aquí una interesante reflexión.

El fundador de Amor y Cruz: Jesus Marti Ballester un sacerdote bueno y piadoso, un santo, que conocí personalmente,
Hace, hace años que no sé nada de él, pues estaba enfermito, y era muy mayor, pues escribía siempre para gloria de Dios, durante un tiempo, quería entrar en su web, que contiene gran cantidad de libros muy buenos. Y para otras webs también ha compartido homilias.

Reportaje - www.BETANIA.es - Domingo XXV del Tiempo Ordinario La virtud de la gratitud.




DISCURSO DESDE LA SUMA
LA VIRTUD DE LA GRATITUD
(Segunda Etapa - Capítulo 14)
Por Jesús Martí Ballester

Según santo Tomás la gratitud sólo es virtud especial cuando los beneficios los recibimos de algún hombre que no es superior. Porque los beneficios que recibimos de Dios, se los agradecemos por la virtud de la religión; los de los padres, por la piedad; y los de los superiores, por la observancia y respeto. Lo específico de la gratitud es recompensar lo que se ha recibido generosa y gratuitamente. Así pues, la gratitud es la virtud que nos inclina a recompensar de algún modo al bienhechor por el beneficio gratuitamente recibido.

La gratitud está integrada por el reconocimiento del beneficio recibido con la alabanza y acción de gracias, y con la recompensa según las posibilidades. Consiste en el afecto, más que en el efecto; porque la gratitud tiene por motivo el beneficio recibido gratuitamente, por afecto, por eso debe medirse más por el afecto del bienhechor que por el beneficio recibido, que no tenía obligación de conceder. En santa Teresa encontramos a una mujer agradecida que siembra la gratitud en sus discípulos.“me sobornarán con una sardina”, ha escrito.
Siguiendo como siempre a santo Tomás, sabemos que la gratitud, como toda virtud, consiste en el medio entre dos extremos viciosos; uno es por exceso, cuando se recompensa lo que no se debe recompensar, como puede ser el favor que se prestó para cometer un pecado; otro es por defecto, si no se agradece lo que debe ser agradecido, o si se hace más tarde de lo que sería conveniente. Luego la ingratitud es una deficiencia, que puede ser negativa, simplemente porque se omite la recompensa que exige el deber de la gratitud, no reconociendo, no alabando, o no recompensando el beneficio recibido; o puede ser positiva, porque hace lo contrario a la gratitud, devolviendo mal por bien, o despreciando el beneficio recibido, o considerándolo un perjuicio.
Séneca en su carta 81 a Lucilio, aconseja cómo debe aceptarse al hombre ingrato: "Te quejas de haber encontrado un hombre desagradecido. Si ésta es la primera vez, da gracias a la fortuna o a tu precaución. Pero en este negocio nada puede la precaución, sino volverte cicatero; pues si quieres evitar este riesgo, no harás beneficio alguno; pero vale más que los beneficios no tengan correspondencia que dejarlos de hacer: aún después de una mala cosecha hay que volver a sembrar. Muchas veces lo que se había perdido por una pertinaz esterilidad del suelo, lo restituyó con creces la ubérrima cosecha de un año. Vale la pena, para encontrar un agradecido, hacer cata de muchos ingratos. Nadie tiene en los beneficios la mano tan certera que no se engañe muchas veces; yerren enhorabuena para dar alguna vez en el blanco. El premio de la buena obra es haberla practicado".

Y LOS NUEVE, ¿DÓNDE ESTÁN?
La gratitud es un signo de nobleza y dignidad. Resulta conmovedor Juan Pablo II en su libro DON Y MISTERIO en el que se esfuerza por agradecer reproduciendo nombres, apellidos y sus propios cargos la formación recibida de ellos. Y lo vemos extraño y aleccionador porque en nuestro mundo prevalece no el agradecimiento, sino su antónimo: la ingratitud. Ejemplo patético lo encontramos en el relato que nos hace San Lucas de los diez leprosos: -“¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” Cuando Él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y mientras iban, fueron limpiados. Uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: -¿No son diez los que fueron limpiados? Y los otros nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?”. El favor había sido colosal, por lo horrible que era entonces la lepra. Era repugnante, destructiva e incurable y temible por sus efectos sociales. Aislado de su familia y del resto de la sociedad. Corrieron a sus casas para abrazar a su familia, reorganizaron sus actividades. No podía ser más innoble y egoísta olvidar al que les había curado. Rafael Pericas, era un fecundo escritor y publicista, decía que de cada 100 libros vendidos sólo 3 lectores se le hacían presentes.
CUNDE EL MAL EJEMPLO
Los nueve desagradecidos han tenido multitud de imitadores. Según la Real Academia, la gratitud es un «sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera. Los antiguos griegos veían en la gratitud,“eumnemia”, buena memoria de los beneficios. La memoria prolonga el goce de los mismos y entre la persona que da y la que recibe se establece una comunión de sentimientos que se entrelazan y enriquecen la personalidad de ambas. Renunciar a tal comunión puede ser indicativo de ruindad moral. En ella caen quienes corresponden al don o favor recibido con indiferencia o incluso con enemistad. Decía Séneca que «nuestros más capitales enemigos lo son, no sólo después de haber recibido beneficios, sino precisamente por haberlos recibido».
LA GRATITUD CRISTIANA
Para el cristiano, el deber de la gratitud es claro e indeclinable. El apóstol Pablo exhortaba a los Efesios a vivir gozosamente «hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cántico inspirados, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5,19). A los Tesalonicenses les instaba a «dar gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Tes.5,18). Y a los Colosenses les recuerda, entre otros, ese mismo deber: «Y sed agradecidos» (Col 3:15). El agradecimiento debe distinguir al cristiano en sus relaciones humanas, pero también -y sobre todo- en su relación con Dios.Es la mejor evidencia de que hemos entendido el significado y el alcance de su amor, pues, «la gratitud es una actitud del corazón». «Amamos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19).
MÁS TEXTOS SAGRADOS
La Sagrada Escritura nos revela los muchos bienes que Dios nos concede en Cristo, por los que debemos darle gracias. Todos fluyen de su gracia y corresponden al propósito eterno de Dios de bendecirnos «con toda bendición espiritual en Cristo» (Ef1, 3). Una enumeración de las bendiciones que recibimos de Dios desbordaría los límites de este Reportaje, por lo que sólo mencionaremos algunas de las más sobresalientes. Cada una de ellas debe producir en nosotros una respuesta de gratitud y alabanza.
A Dios debemos la vida, pues «Él nos hizo y no nosotros a nosotros mismos» (Sal 100,3). La preservación de esa vida, pues «en él vivimos, nos movemos y somos» (He 17,28). Él es el dador del «don inefable»(2 Cor 9,15), su Hijo, por el cual tenemos vida eterna. A Dios debemos su Palabra y su Espíritu, que nos guían en el camino de la verdad y la santidad:“El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”.(Jn 14,26); ”cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”.(Jn16,13); “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”(Rom.8,2); ”Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom 8,28).
LA INGRATITUD AFEA
La ausencia de gratitud no sólo afea el carácter, sino que revela la negrura de la mente y el corazón humanos cuando hace oídos sordos a la revelación natural. Pablo traza atinadamente el perfil de los paganos de su tiempo diciendo que, «habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias» (Rom 1,19). Es el retrato del incrédulo de todos los tiempos. Hay que saber ver en todo la mano sabia y poderosa de Dios y reconocer que todo cuanto acontece, aun los sufrimientos más duros, los ha permitido para bien. Así lo vio José: “No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó para bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a nuestro pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón” (Gn 50,19-21). Así Pablo y Silas en la cárcel de Filipos, cuando todavía sangrando a causa de los azotes recibidos, oraban y cantaban himnos a Dios (He16,25). Pablo, náufrago camino de Roma. Cuando todos, marineros y presos, estaban dominados por el miedo y no podían probar bocado, el apóstol, alentado por la promesa de Dios, los animó con su palabra y con su ejemplo: «tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos, y partiéndolo, comenzó a comer» (He 27, 35).

VER CON SABIDURÍA
Ver la sabiduría, el poder y la bondad del Señor en todas las cosas, en las grandes y en las pequeñas: en la protección de grandes peligros, en la oportuna provisión de recursos, en las plácidas horas de triunfo profesional, en las épocas felices de vida familiar, Pero también en mil y un detalles, que a menudo nos pasan desapercibidos, pero que debiéramos agradecer: la nube que nos pone a cubierto de un sol abrasador, la brisa que nos acaricia, el murmullo relajante de los álamos junto al río, una bella puesta de sol, el beso de un niño, florecido y perfumado, como la flor que vemos junto al camino... Gratitud a Dios «por la belleza de la aurora, por los buenos amigos y hermanos y porque a los enemigos les puedo tender la mano; por el trabajo, por mis pequeños aciertos, por la alegría, la música, la luz; gracias por muchas horas tristes, por poder hablar, porque siempre nos guía la mano de Dios; gracias por la salvación y porque nos da paz; gracias porque, cantando, gracias le podemos dar.» «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?», Alzaré la copa de salvación invocando su nombre (Sal 116,12) ¿Con qué pagaremos el don de «una salvación tan grande»? (Heb 2,3). Como el leproso agradecido decirle a Jesús: “¡Gracias, Señor, mil gracias!”

LOS FAVORES GRATUITOS, NO DEBIDOS
Cuando hablamos de la gratitud, todavía estamos estudiando la virtud cardinal de la justicia. Cuentan el caso curioso del cocodrilo, que jamás hace daño al pequeño pájaro de la India que le hace el regalo de la limpieza de los dientes afilados y crueles. Deja que entre en su boca pasea y sale seguro. Esto es lo que sucede con el bienhechor del que ha recibido algún beneficio, no debido. No debido, porque si fuera debido ya entraríamos en la campo de la estricta justicia.

También:
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