miércoles, 5 de octubre de 2011

Oración y acción de gracias

Hemos de aprender, si todavía no lo hemos hecho, ser agradecidos con el Señor, pero agradecerle no es simplemente decir "gracias", si después a lo largo del día nos olvidamos de Él.

Dar gracias al Señor, debe serlo desde nuestro corazón, con perseverancia, con amor y sinceridad, con verdadera humidad de corazón. Ofrecerle cada instante de nuestra vida, porque no somos dueño de nosotros mismos. Nosotros no nos podemos dar la libertad que queremos, es Dios, es Cristo quien verdaderamente nos hace libres, pero Cristo y la Iglesia Católica, son inseparables, por tanto, sería imposible, amar a Dios, si no amamos a la Iglesia Católica y respetar al Sucesor de Pedro, orar por él, amarle.

 




 
 

Señor, Dios mío, te ofrezco esta oración de tu fiel siervo San Francisco de Asís; padre espiritual y hermano en la fe que nos ha precedido al Reino de los cielos. Oración de San Francisco que  también lo hago mía, para mayor gloria tuya, y purificación de todos mis pecados y los del mundo entero; por mi propia conversión.

Oración que ofrezco también por toda tu Iglesia Católica, por todos tus hijos e hijas que se identifican con tu Corazón, oh Cristo, y con el Corazón Inmaculada de María Santísima. Además me uno a la Iglesia que también en este mismo día 5 de octubre, las «Témporas de acción de Gracias».

Por todos aquellos, mis hermanos y hermanas que están en comunión con la Iglesia Católica, con el Papa. Que no están apegados al mundo, sino sólo a Dios.


Te doy gracias amado Padre eterno, gracias por todos tus dones, Gracias Padre Santísimo, por María Santísima, la Llena de Gracia, Madre de Dios, gracias por mi santo ángel de la Guarda, por el Papa Benedicto XVI, por mi vocación a la vida religiosa, que la iniciaste mediante tu Siervo Juan Pablo II, y crece por el Papa Benedicto XVI. Gracias por las riquezas de la Santa Eucaristía, que me ayuda a vivir y a seguir adelante, gracias por el testimonio de todos tus amigos los santos, gracias por todos tus hijos e hijas que proclaman el Evangelio de Cristo, y que no quieren nada que Tú no quieras, que no piensan cosas distintas fuera de ti con ese amor tan grande que tienen por la Iglesia Católica. Gracias, Dulcísimo Señor Jesucristo, por esto y por todas las cosas que corresponden a los deseos de tu adorable Corazón.

Gracias también por el Papa Francisco, que nos está mostrando la caridad del Evangelio, como tantos y tantos verdaderos amigos tuyos, los Santos y Santas.

Oración y acción de gracias

De los escritos de San Francisco de Asís – Biografías – documentos de la época.
Textos legislativos,
1ª Regla, XXIII
Páginas 107-109. BAC. Madrid. 1980
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San Francisco de Asís

Omnipotente, Santísimo, Altísimo y Sumo Dios, Padre Santo y Justo, Señor Rey de cielo y tierra (cf. Mt 11,25), te damos gracias por ti mismo, pues por tu santa voluntad, y por medio de tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos colocaste en el paraíso (cf. Gén 1,26; 2 2,15). Y nosotros caímos por nuestra culpa.
Y te damos gracias porque, al igual que nos creaste por tu Hijo, así, por el Santo amor con que nos amaste (cf. Jn 17,26), quisiste que Él, verdadero Dios y verdadero hombre naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María, y quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz, y sangre, y muerte.
Y te damos gracias porque este mismo Hijo tuyo ha de venir en la gloria de su majestad a arrojar al fuego eterno a los malditos, que no hicieron penitencia y no te conocieron a ti, y a decir a todos los que te conocieron y adoraron y te sirvieron en penitencia: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo (cf. Mt 25, 34)
Y porque todos nosotros, míseros y pecadores, no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien has hallado complacencia (cf. Mt 17,5), que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos has hecho, te dé gracias de todo junto con el Espíritu Santo Paráclito como a ti y a El mismo le agrada. ¡Aleluya!
Y a la gloriosa Madre y Beatísima siempre Virgen María, a los bienaventurados Miguel, Gabriel y Rafael y a todos los coros de los bienaventurados serafines, querubines, tronos dominaciones, principados, potestades, virtudes, ángeles arcángeles; a los bienaventurados Juan Bautista, Juan Evangelista, Pedro, Pablo y a los bienaventurados patriarcas, profetas, inocentes, apóstoles, evangelistas, discípulos, mártires, confesores, vírgenes; a los bienaventurados Elías y Enoc y a todos los santos que fueron, y serán, y son, les suplicamos humildemente, por tu amor, que, como te agrada, por estas cosas te den gracias a ti, sumo Dios verdadero, eterno y vivo, con tu queridísimo Hijo nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo Paráclito, por los siglos de los siglos, Amén. ¡Aleluya!
Y a cuantos quieren servir al Señor Dios en el seno de la Santa Iglesia Católica y Apostólica y a todos los órdenes siguientes: sacerdotes, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios y a todos los clérigos; a todos los religiosos y religiosas, a todos los conversos y pequeños, a los pobres e indigentes, reyes y príncipes, artesanos y agricultores, siervos y señores, a todas las vírgenes y viudas y casadas, laicos, varones y mujeres, a todos los niños, adolescentes, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, a todos los pequeños y grandes, y a todos los pueblos, gentes, tribus y lenguas (cf. Ap 7,9), a todas las naciones y a todos los hombres de cualquier lugar de la tierra que son y serán, humildemente les rogamos y suplicamos todos nosotros, hermanos menores, siervos inútiles (Lc 17,10), que todos perseveremos en la verdadera fe y penitencia, porque de otro modo nadie se puede salvar.
Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza (cf. Mc 12,30) y poder, con todo el entendimiento, con todas las energías, con todo el empeño, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los deseos y quereres, al Señor Dios (Mc 1,30 33; Lc 10,27), que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos creó, nos redimió y por sola su misericordia nos salvará (cf. Tob 13, 5); que nos ha hecho y hace todo bien a nosotros, miserables y míseros, pútridos y hediondos, ingratos y malos.
Ninguna otra cosa, pues, deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos agrade y deleite, sino nuestro Creador, y Redentor, y Salvador, solo verdadero Dios, que es bien pleno, Todo Bien, Bien total, verdadero y Sumo Bien; que es el sólo bueno, piadoso, manso, suave y dulce; que es el solo Santo, Justo, Veraz, Santo y Recto; que es el solo benigno, inocente, puro; de quien, y por quien, y en quien está todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y justos, de todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos.
Nada, pues, impida, nada separe, nada adultere; nosotros todos, dondequiera, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, todos los días y continuamente, creamos verdadera y humildemente y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y sobresaltemos, engrandezcamos y demos gracias al Altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y Unidad, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, Creador de todas las cosas y salvador de todos los que en Él creen y esperan y lo aman; que sin principio y sin fin, es inmutable, invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable (cf. Rom 11,33), bendito, loable, glorioso, sobresaltado (cf. Dan 3,52), sublime, excelso, suave, amable, deleitable y sobre todas las cosas todo deseable por los siglos. Amén.

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