jueves, 19 de septiembre de 2013

Benedicto XVI: «es urgente formar rectamente la conciencia de los fieles»

El Papa Francisco dice que hay que Dios perdona a quien obedece su conciencia. Pero una conciencia bien formada, instruida en la fe, no puede cometer pecado, no puede cometer abusos a la Divina Misericordia.

Algunos dicen, después de haber cometido un acto reprobable: “Mi conciencia no me dice nada, me siento tranquilo”, sin embargo, sigue cometiendo los mismos males, pecados y vicios: “la conciencia no me dice nada”
 
·         Papa Francisco: “En primer lugar, me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a los que no creen y no buscan la fe. Teniendo en cuenta que --y es la clave-- la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a Él con un corazón sincero y contrito, la cuestión para quienes no creen en Dios es la de obedecer a su propia conciencia. El pecado, aún para los que no tienen fe, existe cuando se va contra la conciencia. Escuchar y obedecerla significa de hecho, decidir ante lo que se percibe como bueno o como malo. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones.” (Roma, . El papa Francisco abre un diálogo público con los no creyentes. - Zenit.org )

A mi parecer, que solo desde la fe de  la Iglesia Católica, la conciencia puede ser rectamente formada, pero no nos quedamos en la superficialidad, ya que una conciencia bien formada, nos lleva por el camino de la caridad, de la humildad de corazón para permanecer con Cristo.

Yo siempre he entendido, que si Dios perdona mis pecados, es cuando busco el arrepentimiento. Pero sería trágico para un alma, que no cree en Dios, tampoco creerá en el perdón del Señor; o que le dará igual ser perdonado como que no. Yo encuentro un tanto extraño, el párrafo.

Si para el creyente, para nosotros los cristianos que amamos la Iglesia Católica, todavía encontramos defectos en nuestra conciencia, por su no completa formación, sabemos que para gozar del perdón de Dios necesitamos el sacramento de la penitencia, y es desde ahí que Dios perdona nuestros pecados, porque nos hemos arrepentidos, y nos esforzamos por no recaer en los pecados y vicios que corrompen nuestra vida de fe.

Para los que no creen ni buscan la fe, dice el Apóstol San Pedro: «Si el justo se salva a duras penas ¿en qué pararán el impío y el pecador?» (1 Pedro 5, 18). La Palabra de Dios nos habla sobre la importancia de la fe, para que nos reconozcamos necesitados del perdón de Dios y caminar con Cristo Jesús.  

Una persona sin fe, es como un cadáver (cfr St 2, 26); «La Fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve» (Hb, 11, 6), sin fe es imposible complacer a Dios (cfr Hb, 11, 6), con la fe nos apartamos de la mundanidad y de toda clase de idolatría. ¿Dios nos perdona si no tenemos fe, ni le buscamos? «Y si el justo a duras penas se salva, ¿Qué será del impío y pecador? (1Pe 4, 18). Pero el Señor siempre desea perdonarnos, y nos da soluciones para conseguir su perdón y comenzar con una vida de gracia y santidad, o recuperarla si por culpa nuestra nos hemos desviados del camino de la santidad. 

Pues aquello que pudiera ser “conciencia”, podría ser una sugestión maligna, diabólica para cometer abominaciones y crímenes, y “la conciencia no da la voz de alarma”

Hay quienes ha dicho: “una voz me ha dicho que cometa esta acción”, y se ha imaginado que es de su propia conciencia. 

En la respuesta que el Papa Francisco a un no creyente, añadía: “”El pecado, aún para los que no tienen fe, existe cuando se va contra la conciencia. Escuchar y obedecerla significa de hecho, decidir ante lo que se percibe como bueno o como malo.”

Hoy día, muchos cristianos ha perdido la conciencia recta, la gravedad del pecado, ya no le da tanta importancia, que justificando incluso acciones mundanas y perversas, aprobando ciertas cosas que Dios ha reprobado y condenado, no sienten remordimiento de conciencia. Aún cuando comulgan, lo hacen sin fe, sin amor ni reverencia a Dios. Y asi como San Pedro decía lo dificultoso que es la salvación para el justo, Jesús enseñaba sobre los que optan por el camino ancho que lleva a la perdición. Muchos querrán entrar y no podrán.

El pecado existe, tanto para los que tienen fe y no lo tienen, no porque no se crea en Dios, ya el pecado no será pecado; no porque algunos han perdido el sentido grave del pecado, ya no existe. El pecado sin duda, es una realidad presente, entonces sí que se comprende esta enseñanza. La existencia del pecado.

El pecado es siempre un atentado contra la propia conciencia. Cuando más se peca contra la conciencia, llega un momento, en que deja de sentir remordimientos, la costumbre de pecar, ha endurecido su corazón, dejando su conciencia adormecida, insensible. 

Pero dirán alguno, “no exageres, que Dios es eternamente misericordioso, y enseguida nos perdona”. Otros podrían decir: “esto es un chollo, puedes pecar y confesarte, y ya estás perdonado, y volver a pecar” Esto significa, que en la hora de la muerte, no se arrepentirá de sus pecados, aún más, terminaran desesperados y lanzará gritos de dolor, y alaridos, no querrán confesarse.

En uno de los sermones o consideraciones de San Alfonso María de Ligorio, nos abre los ojos:

 

PUNTO 2
Dirá, quizá, alguno: «Puesto que Dios ha tenido para mí tanta clemencia en lo pasado, espero que la tendrá también en lo venidero.» Mas yo respondo: «y por haber sido Dios tan misericordioso contigo, ¿quieres volver a ofenderle?» «¿De ese modo--dice San Pablo-desprecias la bondad y paciencia de Dios ? ¿Ignoras que si el Señor te ha sufrido hasta ahora no ha sido para que sigas ofendiéndole, sino para que te duelas del mal que hiciste?» (Rm 2, 4). y aun cuando tú, fiado en la divina misericordia, no temas abusar de ella, el Señor te la retirará. «Si vosotros no os convirtiereis, entensará su arco y le preparará (Sal. 7, 13). Mía es la venganza, y Yo les daré el pago a su tiempo (Dt., 32, 3S). Dios espera; mas cuando llega la hora de la justicia, no espera más y castiga. 

Aguarda Dios al pecador a fin de que se enmiende (Is., 30, 18); pero al ver que el tiempo concedido para llorar los pecados sólo sirve para que los acreciente, válese de ese mismo tiempo para ejercitar la justicia (Lm., I, 15). De suerte que el propio tiempo concedido, la misma misericordia otorgada, serán parte para que el castigo sea más riguroso y el abandono más inmediato. «Hemos medicinado a Babilonia y no ha sanado. Abandonémosla» (Jer., 51, 9).

¿Y cómo nos abandona Dios? O envía la muerte al pecador, que así muere sin arrepentirse, o bien le priva de las gracias abundantes y no le deja más que la gracia suficiente, con la cual, si bien podría el pecador salvarse, no se salvará. Obcecada la mente, endurecido el corazón, dominado por malos hábitos, será la salvación moralmente imposible; y así seguirá, si no en absoluto, a lo menos moralmente abandonado. «Le quitará su cerca, y será talada…» (Is., 5, 5). ¡Oh, qué castigo! Triste señal es que el dueño rompa el cercado y deje que en la viña entren los que quisieren, hombres y ganados: prueba es de la abandona.

Así, Dios, cuando deja abandonada un alma, le quita la valla del temor, de los remordimientos de conciencia, la deja en tinieblas sumida, y luego penetran en ella todos los monstruos del vicio (Sal. 103, 20). y el pecador, abandonado en esa oscuridad, lo desprecia todo: la gracia divina, la gloria, avisos, consejos y excomuniones; se burlará de su propia condenación (Pr., 18, 3).

Le dejará Dios en esta vida sin castigarle, y en esto consistirá su mayor castigo. «Apiadémonos del impío…; no aprenderá (jamás) justicia» (Is. 26, 10). Refiriéndose a ese pasaje, dice San Bernardo (Serm, 42, in Cant): «No quiero esa misericordia, más terrible que cualquier ira».

Terrible castigo es que Dios deje al pecador en sus pecados y, al parecer, no le pida cuenta de ellos (Sal. 10, 4). Diríase que no se indigna contra él (Ez., 16, 42) y que le permite alcanzar cuanto de este mundo desea (Sal. 80, 13). ¡Desdichados los pecadores que prosperan en la vida mortal! ¡Señal es que Dios espera a ejercitar en ellos su justicia en la vida eterna! Pregunta Jeremías (Jer., 12, 1): «¿Por qué el camino de los impíos va en prosperidad?» y responde en seguida (Jer., 12, 3) : «congrégalos como el rebaño para el matadero.»

 
No hay, pues, mayor castigo que el de que Dios permita al pecador añadir pecados a pecados, según lo que dice David (Sal. 68, 28-29): «Ponles maldad sobre maldad… Borrados sean del libro de los vivos»; acerca de lo cual dice San Belarmino: «No hay castigo tan grande como que el pecado sea pena del pecado.» Más le valiera a alguno de esos infelices que cuando cometió el primer pecado el Señor le hubiera hecho morir; porque muriendo después, padecerá tantos infiernos como pecados hubiere cometido.  

PUNTO 3

Refiérese en la Vida del Padre Luis de Lanuza que cierto día dos amigos estaban paseando juntos en Palermo, y uno de ellos, llamado César, que era comediante, notando que el otro se mostraba pensativo en extremo, le dijo: «Apostaría a que has ido a confesarte, y por eso estás tan preocupado. Yo no quiero acoger tales escrúpulos... Un día me dijo el Padre Lanuza que Dios me daba doce años de vida y que si en ese plazo no me enmendaba tendría mala suerte. Después he viajado por muchas partes del mundo; he padecido varias enfermedades, y en una de ellas estuve a punto de morir. Pero en este mes, cuando van a terminar los famosos doce años, me hallo mejor que nunca. ..». y luego invitó a su amigo a que fuese, el sábado inmediato, a ver el estreno de una comedia que el mismo César había compuesto y en aquel sábado, que fue el 24 de noviembre de 1668, cuando César se disponía a salir a escena, dióle de improviso una congestión y murió repentinamente en brazos de una actriz. Así acabó la comedia.

Dirás, acaso, que en dónde está ese modo de misericordia de Dios… ¡Ah, desdichado! ¿No te parece misericordia el haberte Dios sufrido tanto tiempo con tantos pecados? Prosternado ante Él y con el rostro en tierra debieras estar dándole gracias y diciendo: «Misericordia del Señor es que no hayamos sido consumidos» (Lm., 3, 22).


Pues bien, hermano mío; cuando la tentación del enemigo te mueva a pecar otra vez si quieres condenarte puedes libremente cometer el pecado; mas no digas que deseas tu salvación. Mientras quieras pecar, date por condenado, e imagina que Dios decreta su sentencia, diciendo: «¿Qué más puedo hacer por ti, ingrato, de lo que ya hice?» (Is., 5. 4). y ya que quieres condenarte, condénate, pues… tuya es la culpa.

Al cometer un solo pecado mortal incurriste en delito - mayor que si hubieras pisoteado al primer soberano del mundo. y tantos y tales has cometido que si esas ofensas de Dios las hubieses hecho contra un hermano tuyo, no las hubiera éste sufrido… Más Dios no sólo te ha esperado, sino que te ha llamado muchas veces y te ha ofrecido el perdón. ¿Qué más debía hacer"? (Is., 5, 4).

Si Dios tuviese necesidad de ti, o si le hubieses honrado con grandes servicios, ¿podría haberse mostrado más clemente contigo? Así, pues, si de nuevo volvieras a ofenderle, harías que su divina misericordia se trocara en indignación y castigo.

Si aquella higuera hallada sin frutos por su dueño no los hubiera dado tampoco después del año de plazo concedido para cultivarla, ¿quién osaría esperar que se le diese más tiempo y no fuese cortada? Escucha, pues, lo que dice San Agustín: « ¡Oh árbol infructuoso!, diferido fue el golpe de la segur. ¡Mas no te creas seguro, porque serás cortado! Fue aplazada la pena-expresa el Santo-, pero no suprimida. Si abusas más de la divina misericordia, el castigo te alcanzará: serás cortado.»

¿Esperas, por tanto, a que el mismo Dios te envíe al infierno? Pues si te envía, ya lo sabes, jamás habrá remedio para ti. Suele el Señor callar, mas no por siempre. Cuando llega la hora de la justicia, rompe el silencio. Esto hiciste y callé. Injustamente creíste que sería tal como tú. Te argüiré y te pondré ante tu propio rostro (Sal. 49, 21). Te pondrá ante los ojos los actos de divina misericordia, y hará que ellos mismos te juzguen y condenen.
«Preparación para la muerte», de San Alfonso María de Ligorio, paginas 147-155.

 

Démonos cuenta que la Misericordia de Dios, nos encamina al arrepentimiento absoluto de nuestros pecados y vicios, no es volver al vómito del pecado, sino perseverar en su Santísima Voluntad.

¡Qué terrible que el que está habituado en el pecado, ya no sienta remordimiento de conciencia! Dios nos espera porque quiere recompensarnos en el momento en que le digamos perdón con sincero corazón, se requiere verdadero dolor de los pecados. 

Comenté en alguna ocasión, que en la JMJ Madrid 2011, nuestro grupo parroquial, que el que quisiera confesarse podría acercarse a uno de los confesonarios, y así fue Pasado los minutos, de nuevo nos reuníamos en la zona del parque. Uno de ellos dijo a otros jóvenes, “En la confesión no me he confesado todos los pecados, he engañado al sacerdote”. El que obra así, no desea arrepentirse de sus pecados, como vemos, si confiesan, porque otros han insistido que lo haga, o por el qué dirá, es capaz de cometer sacrilegio en la confesión, como también en la Sagrada Comunión. Y en la mala conducta, no sentir remordimientos, es el peor castigo que ya el alma puede padecer en este mundo.

 
·         San Agustín: « ¡Oh árbol infructuoso!, diferido fue el golpe de la segur. ¡Mas no te creas seguro, porque serás cortado! Fue aplazada la pena, pero no suprimida. Si abusas más de la divina misericordia, el castigo te alcanzará: serás cortado

 

Para el cristiano que ha perdido el sentido del pecado termina por corromperse,

«Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.» (Ap 3, 15-16)

Es peor el tibio que el que no cree. Pues el tibio puede un día terminar en apostasía y luchar contra la Iglesia Católica como ya ha sucedido. Pero antes, sentirá ciertos remordimientos en la conciencia, algo que se puede evitar cuando más profundamente nos dediquemos a la vida de oración, a vivir conforme a Cristo, y así, los pecados no nos dominarán. Porque con la vida de gracia, Dios es quien nos ayuda a vencer la maldad.

Para formar rectamente la conciencia, no nos podemos bastar nosotros mismos, pues necesitamos ayuda espiritual, que Dios puede poner en nuestro camino. Una buena dirección espiritual, la obediencia humilde al sacerdote que está muy unido a Cristo y ama intensamente a la Iglesia Católica que es fiel con su vocación sacerdotal, que no es mundano, y no tiene aficiones idolátricas, pues como había dicho lo de estar muy unido a Cristo. Porque así no expone ideas propias, sino la sabiduría del Espíritu Santo.
 
Leyendo a San Alfonso María de Ligorio, aprendemos que no siempre es fácil encontrar un sacerdote que nos ayude en los temas espirituales y vida de santidad, y por eso, un buen libro de doctrina espiritual, también puede ser ayuda a formar nuestra conciencia.

En estos tiempos, tenemos las enseñanzas del Bienaventurado Benedicto XVI, que es una importantísima guía espiritual, que nos ayuda a vivir más plenamente el Evangelio de Cristo.

Y no descuidemos las palabras del Papa Francisco que nos encamina hacia un Evangelio más radical, al modo de los santos, podemos aprender muchísimo bien. Debemos tomar en serio, perseverar en estas enseñanzas que nos lleva a la salvación eterna. Pero no todos comprenden sus enseñanzas, y no tarda mucho tiempo, en que lo bueno que han escuchado, es como la parábola de Jesús, la semilla buena del sembrador que cae en mala tierra, y no crece, se seca y se muere.

Una conciencia mal formada, y que le cuesta corregirse, cuando hace aparentar que gusta un pensamiento espiritual, suelen responder con expresiones sin sentido, por ejemplo; -“graciasssssss”-, para ser tierra buena, necesita una buena formación, porque con estas y otras exclamaciones parecidas, se hace notar con una mala disposición, que sólo Dios sabe si cambiará o no. Pero no son expresiones cristianas, sino mundanas, como si fuera un desafío a la madurez cristiana, que no quiere cambiar.

Pero gracias a Dios, en las redes sociales, me he encontrado cristianos muy comprometidos con su propia fe, unos casados, otros sacerdotes, encontramos almas consagradas en una orden religiosa, también los hay seglares. Se toman en serio su oposición a lo mundano para ir creciendo en los auténticos valores espirituales y santos. Estas personas también pueden ayudarnos a corregir nuestros propios defectos.

Son personas que viven para gloria de Dios, que de verdad se preocupan de sus hermanos y hermanas en la fe de la Iglesia Católica que es Madre y Maestra.

Segunda parte:


Mensaje a los participantes en un curso de la Penitenciaría Apostólica
 

CIUDAD DEL VATICANO, lunes 16 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto completo del mensaje que el Papa Benedicto XVI ha enviado a los participantes en un curso sobre el Fuero Interno, organizado por el Tribunal de la Penitenciaría Apostólica.

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Al Venerado Hermano

señor cardenal James Francis Stafford

Penitenciario Mayor

Con satisfacción, también este año, me dirijo con afecto a usted, señor cardenal, y a los queridos participantes en el curso sobre el Fuero Interno, promovido por esta Penitenciaría Apostólica y que ha llegado ahora a su XX edición. Saludo a todos con afecto empezando por usted, venerado hermano, extendiendo mi grato pensamiento al Regente, al personal de la Penitenciaría, a los organizadores de este encuentro, como también a los religiosos de las distintas órdenes que administran el sacramento d ella penitencia en las Basílicas Papales de Roma.
Esta benemérita iniciativa pastoral vuestra, que atrae cada vez más interés y atención, como lo atestigua el número de cuantos quieren formar parte de ella, constituye un seminario singular de actualización pastoral, cuyos resultados no confluirán, como en las Actas de otros congresos, solo en una publicación al caso, sino que se convertirán en materiales útiles a los participantes para proporcionar respuestas adecuadas a cuantos se encuentren durante la administración del sacramento de la penitencia. En este nuestro tiempo, constituye sin duda una de nuestras prioridades pastorales el formar rectamente la conciencia de los creyentes para que, como he podido reafirmar en otras ocasiones, en la medida en que se pierde el sentido del pecado, aumentan por desgracia los sentimientos de culpa, que se quisieran eliminar con remedios paliativos insuficientes. En la formación de las conciencias contribuyen múltiples y preciosos instrumentos espirituales y pastorales que hay que valorar cada vez más; entre estos me limito a señalar hoy brevemente la catequesis, la predicación, la homilía, la dirección espiritual, el sacramento de la Reconciliación y la celebración de la Eucaristía.
Ante todo, la catequesis. Como todos los sacramentos, también el de la Penitencia requiere una catequesis previa y una catequesis mistagógica para profundizar el sacramento “per ritus et preces”, como bien subraya la Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium del Vaticano II (cfr n. 48). Una catequesis adecuada ofrece una contribución concreta a la educación de las conciencias estimulándolas a percibir cada vez mejor el sentido del pecado, hoy en parte perdido o, peor, oscurecido por un modo de pensar y de vivir “etsi Deus non daretur”, según la conocida expresión de Grocio, que está ahora de gran actualidad, y que denota un relativismo cerrado al verdadero sentido de la vida.
A la catequesis debe unirse un sabio uso de la predicación, que en la historia de la Iglesia ha conocido formas diversas según la mentalidad y las necesidades pastorales de los fieles. También hoy, en nuestras comunidades se practican estilos diversos de comunicación que utilizan cada vez más los modernos instrumentos telemáticos a nuestra disposición. En efecto, los actuales media si por un lado representan un desafío con el que medirse, por otro ofrecen oportunidades providenciales para anunciar de forma nueva y más cercana a las sensibilidades contemporáneas la perenne e inmutable Palabra de verdad que el Divino maestro ha confiado a su Iglesia. La homilía, que con la reforma querida por el Concilio Vaticano II ha vuelto a adquirir su papel “sacramental” dentro del único acto de culto constituido por la liturgia de la Palabra por la de la Eucaristía (SC 56), es sin duda la forma de predicación más difundida, con la que cada domingo se educa la conciencia de millones de fieles. En el reciente Sínodo de los Obispos, dedicado precisamente a la Palabra de Dios en la Iglesia, diversos padres sinodales insistieron oportunamente en el valor y la importancia de la homilía para adaptarla a la mentalidad contemporánea.
También la “dirección espiritual” contribuye a formar las conciencias. Hoy más que nunca se necesitan “maestros de espíritu” sabios y santos: un importante servicio eclesial, para el que es necesaria sin duda una vitalidad interior que debe implorarse como don del Espíritu Santo mediante la oración prolongada e intensa y una preparación específica que adquirir con cuidado. Todo sacerdote además está llamado a administrar la misericordia divina en el sacramento de Penitencia, mediante el cual perdona en nombre de Cristo los pecados y ayuda al penitente a recorrer el camino exigente de la santidad con conciencia recta y formada. Para poder llevar a cabo un ministerio tan indispensable, todo presbítero debe alimentar su propia vida espiritual y cuidar la permanente actualización teológica y pastoral. Finalmente, la conciencia del creyente se afina cada vez más gracias a una devota y consciente participación en la Santa Misa, que es el sacrificio de Cristo para la remisión de los pecados. Cada vez que el sacerdote celebra la Eucaristía, recuerda en la Plegaria Eucarística que la Sangre de Cristo se derramó para el perdón de nuestros pecados, por lo que, en la participación sacramental en el memorial del Sacrificio de a Cruz, se realiza el pleno encuentro de la misericordia del Padre con cada uno de nosotros.
Exhorto a los participantes en el Curso a atesorar cuanto han aprendido sobre el sacramento de la Penitencia. En los diversos contextos en que se encontrarán viviendo y trabajando, procuren mantener siempre vivos en sí mismos la conciencia de deber ser dignos “ministros” de la misericordia divina y educadores responsables de las conciencias. Que se inspiren en el ejemplo de los santos confesores y maestros espirituales, entre los cuales quiero recordar particularmente al Cura de Ars, san Juan María Vianney, de quien precisamente este año recordamos el 150 aniversario de su muerte. De él se ha escrito que “durante más de cuarenta años guió de modo admirable la parroquia a él confiada... con la predicación asidua, la oración y una vida de penitencia. En la catequesis que impartía cada día a niños y a adultos, en la reconciliación que administraba a los penitentes y en las obras impregnadas de esa caridad ardiente, que él obtenía de la santa Eucaristía como de una fuente, avanzó hasta tal punto que difundió en todo lugar su consejo y acercó sabiamente a muchos a Dios” (Martirologio, 4 agosto). He aquí un modelo al que mirar y un protector al que invocar cada día.
Vele finalmente sobre el ministerio sacerdotal de cada uno la Virgen María, a la que en el tiempo de Cuaresma invocamos y honramos como “discípula del Señor” y “Madre de la reconciliación”. Con estos sentimientos, mientras os exhorto a cada uno a dedicaros con empeño al ministerio de las confesiones y de la confesión espiritual le imparto de corazón a usted, venerado hermano, a los presentes en el Curso y a sus seres queridos mi Bendición.

En el Vaticano, 12 de marzo de 2009

BENEDICTUS PP. XVI

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]

 

 

1.    CONCIENCIA - Corazones.org

 

¿No es triste que ya queda menos para pasar del Año de la Fe, y que haya cristianos que no han comenzado a dar el primer paso? Han dejado de creer en Cristo, pues todo el que ama a Cristo, no se cuida de las cosas mundanas, eventos deportivos, tauromaquia, disfraces, chistes, etc? Son pobres amas que no se han tomado en serio los intereses de Cristo, no han empezado a valorar la santidad, ni la vida de Fe.

Ir aquí Þ: Fe - Corazones.org;  también aquí  Þ : Año de la Fe - Corazones.org

aquí Þ CATEQUESIS V: LA FE



 Damos gracias a Dios, por esos hermanos y hermanas en la fe de la Iglesia Católica, porque en este año de la fe, han sabido aprovechar y valorar las enseñanzas de la Iglesia Católica y de nuestros Papas, sobre el camino que cómo cristianos hemos emprendido para complacer a Dios nuestro Padre.