viernes, 27 de abril de 2012

Acoger a Cristo en nuestra vida, siempre.

Pensamiento espiritual, compartido por Néstor Mora: 
 «El ser feliz es un bien tan grande, que lo quieren los buenos y los malos. Y no es de maravillar que los buenos sean buenos por llegar a conseguirlo, pero si que los malos sean malos por querer ser bienaventurados (San Agustín. Comentario al Salmo 118,1,1). »
Los pecadores cuando ofenden al Señor, no pueden hallar felicidad ni paz en su corazón. Diré por qué digo esto:


Desde por la mañana, que hemos de hacer el ofrecimiento diario al Sagrado Corazón de Jesús, a través del Inmaculado Corazón de María Santísima, tendremos una jornada de paz y alegría en el Señor. Aunque en ocasiones esa alegría por ajena, llegamos a soportar en la calle como se hace desprecio a Jesús, con sus perversas blasfemias. Como esta mañana, en la espera del autobús, un corazón perverso y corrompido por los propios vicios y pecados que arrastraría, cuando va a pasar por el paso cebra, pero un coche no le cede el paso, el demonio habla por la boca de ese hombre para blasfemar.

Nosotros somos instrumentos, los hay que son instrumentos de Dios, pero otros, los llamados ateos, se hacen instrumentos para Satanás. Pero no todos los ateos son iguales, ya que los hay que se convierten al catolicismo, pero otros terminan en la reprobación eterna.
Cuando obramos conforme al Corazón de Jesucristo, queremos que sea el centro de nuestra vida, que sea el Todo, incluso cuando trabajamos. Porque los que no tienen trabajo, también tienen una tarea importante que hacer, son las obras de caridad.

Otros hacen como el centro de su vida, el pecado y la corrupción. Pero estar lejos de Cristo no atrae la felicidad ni la paz, sino que se hace como una sinagoga de espíritus malignos, de demonios, por la que se les oye sus blasfemias.
El fin de los justos es alegría y paz eterna, por eso, necesitamos hacer el ofrecimiento diario, al mediodía, hacer aunque sea breve, una parada para la oración del Ángelus, y entre horas, elevar nuestros pensamientos y corazón a Dios, buscando también la intercesión infalible de María Santísima.

Que quien ofenda a Dios, deje de hacerlo, que se muerda la lengua antes de decir una blasfemia. Pero si sabe que le va a causar dolor, que no blasfeme, porque el dolor más fuerte son las almas que padecen en la desesperación eterna que por sí mismos, se han arrojado al infierno, por sus desprecios a Dios y a la Iglesia Santa y Católica.
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