jueves, 12 de junio de 2014

Nada debe separarnos del Amor de Cristo Jesús.

Dios les llene de muchas bendiciones, mis buenos hermanos y hermanas.
 

 
Así estamos nosotros, cuando nos atamos a las cosas terrenales, no somos libres, somos cristianos y nos apegamos y defendemos a nuestras crueles ataduras: deportes... diversiones... entretenimientos, disfraces, nuestra propia voluntad, nuestro amor propio. Y muchas cosas ajenas a los intereses de Cristo, parece que somos felices, pero... ¿puede haber una felicidad distinta a la de Cristo? Lo creen los hijos de este mundo. Los que todavía no han encontrado a Cristo. 
 
Leyendo una homilía del Papa Emérito, que pronunció un pasado 28 de marzo de 2010, en la plaza de San Pedro, sobre que camino es mejor para seguir a Cristo.
 
Y me pregunto: ¿Cómo sigo yo a Cristo? a ras del suelo? ¿más apegado a las cosas terrenales que a las espirituales?
 
Cuando leemos el Evangelio, seguir a Cristo se necesita dejar todo lo que nos estorba en el camino, y especialmente el pecado. Cualquier cosa que nos ate no nos ayuda a acercarnos. No podemos ser esclavos de nuestras ataduras, el Señor nos da remedios para romper esas cadenas, esas ataduras, son muchas, pero sin la luz de la oración nadie es capaz de descubrir su atadura, y se podría imaginar que su atadura es un medio de libertad hacia Dios.
 
Por este mundo, hermano, hermana, tú no vas en soledad, porque Cristo Jesús y María Santísima siempre te acompaña, tu no le puedes decir: "espérate, porque tengo que ver este evento que están poniendo en la televisión", ¿Tú crees que el Señor perderá el tiempo en esas cosas inútiles? Pues si Jesús y María, cuando estaban en este mundo, no perdía el tiempo, sino que lo aprovechaba en todo momento para dar gloria a Dios Padre, tenemos que hacer lo mismo, tú y un servidor. Son muchas cosas que debemos romper con este mundo para estar libres en el Señor.
 
 
Jesús "marchaba por delante subiendo a Jerusalén". Si leemos estas palabras del Evangelio en el contexto del camino de Jesús en su conjunto —un camino que prosigue hasta el final de los tiempos— podemos descubrir distintos niveles en la indicación de la meta "Jerusalén". Naturalmente, ante todo debe entenderse simplemente el lugar "Jerusalén": es la ciudad en la que se encuentra el Templo de Dios, cuya unicidad debía aludir a la unicidad de Dios mismo. Este lugar anuncia, por tanto, dos cosas: por un lado, dice que Dios es uno solo en todo el mundo, supera inmensamente todos nuestros lugares y tiempos; es el Dios al que pertenece toda la creación. Es el Dios al que buscan todos los hombres en lo más íntimo y al que, de alguna manera, también todos conocen. Pero este Dios se ha dado un nombre. Se nos ha dado a conocer: comenzó una historia con los hombres; eligió a un hombre —Abraham— como punto de partida de esta historia. El Dios infinito es al mismo tiempo el Dios cercano. Él, que no puede ser encerrado en ningún edificio, quiere sin embargo habitar entre nosotros, estar totalmente con nosotros.
Si Jesús junto con el Israel peregrino sube hacia Jerusalén, es para celebrar con Israel la Pascua: el memorial de la liberación de Israel, memorial que al mismo tiempo siempre es esperanza de la libertad definitiva, que Dios dará. Y Jesús va hacia esta fiesta consciente de que él mismo es el Cordero en el que se cumplirá lo que dice al respecto el libro del Éxodo: un cordero sin defecto, macho, que al ocaso, ante los ojos de los hijos de Israel, es inmolado "como rito perenne" (cf. Ex 12, 5-6.14). Y, por último, Jesús sabe que su camino irá más allá: no acabará en la cruz. Sabe que su camino rasgará el velo entre este mundo y el mundo de Dios; que Él subirá hasta el trono de Dios y reconciliará a Dios y al hombre en su cuerpo. Sabe que su cuerpo resucitado será el nuevo sacrificio y el nuevo Templo; que en torno a él, con los ángeles y los santos, se formará la nueva Jerusalén que está en el cielo y, sin embargo, también ya en la tierra, porque con su pasión él abrió la frontera entre cielo y tierra. Su camino lleva más allá de la cima del monte del Templo, hasta la altura de Dios mismo: esta es la gran subida a la cual nos invita a todos. Él permanece siempre con nosotros en la tierra y ya ha llegado a Dios; Él nos guía en la tierra y más allá de la tierra.
Así, en la amplitud de la subida de Jesús se hacen visibles las dimensiones de nuestro seguimiento, la meta a la cual él quiere llevarnos: hasta las alturas de Dios, a la comunión con Dios, al estar-con-Dios. Esta es la verdadera meta, y la comunión con Él es el camino. La comunión con Él es estar en camino, una subida permanente hacia la verdadera altura de nuestra llamada. Caminar junto con Jesús siempre es al mismo tiempo caminar en el "nosotros" de quienes queremos seguirlo. Nos introduce en esta comunidad. Porque el camino hasta la vida verdadera, hasta ser hombres conformes al modelo del Hijo de Dios Jesucristo supera nuestras propias fuerzas; este caminar también significa siempre ser llevados. Nos encontramos, por decirlo así, en una cordada con Jesucristo, junto a Él en la subida hacia las alturas de Dios. Él tira de nosotros y nos sostiene. Integrarnos en esa cordada, aceptar que no podemos hacerla solos, forma parte del seguimiento de Cristo. Forma parte de él este acto de humildad: entrar en el "nosotros" de la Iglesia; aferrarse a la cordada, la responsabilidad de la comunión: no romper la cuerda con la testarudez y la pedantería. El humilde creer con la Iglesia, estar unidos en la cordada de la subida hacia Dios, es una condición esencial del seguimiento. También forma parte de este ser llamados juntos a la cordada el no comportarse como dueños de la Palabra de Dios, no ir tras una idea equivocada de emancipación. La humildad de "estar-con" es esencial para la subida. También forma parte de ella dejar siempre que el Señor nos tome de nuevo de la mano en los sacramentos; dejarnos purificar y corroborar por él; aceptar la disciplina de la subida, aunque estemos cansados.
Por último, debemos decir también: la cruz forma parte de la subida hacia la altura de Jesucristo, de la subida hasta la altura de Dios mismo. Al igual que en las vicisitudes de este mundo no se pueden alcanzar grandes resultados sin renuncia y duro ejercicio; y al igual que la alegría por un gran descubrimiento del conocimiento o por una verdadera capacidad operativa va unida a la disciplina, más aún, al esfuerzo del aprendizaje, así el camino hacia la vida misma, hacia la realización de la propia humanidad está vinculado a la comunión con Aquel que subió a la altura de Dios mediante la cruz. En último término, la cruz es expresión de lo que el amor significa: sólo se encuentra quien se pierde a sí mismo.
 
Resumiendo: el seguimiento de Cristo requiere como primer paso despertar la nostalgia por el auténtico ser hombres y, así, despertar para Dios. Requiere también entrar en la cordada de quienes suben, en la comunión de la Iglesia. En el "nosotros" de la Iglesia entramos en comunión con el "tú" de Jesucristo y así alcanzamos el camino hacia Dios. Además, se requiere escuchar la Palabra de Jesucristo y vivirla: con fe, esperanza y amor. Así estamos en camino hacia la Jerusalén definitiva y ya desde ahora, de algún modo, nos encontramos allá, en la comunión de todos los santos de Dios.
 
Para leer la homilía completa, tienes que ir aquí: 28 de marzo de 2010: Domingo de Ramos - XXV Jornada Mundial de la Juventud En esta homilía, Benedicto XVI nos recuerda el sentido de ser cristiano; que nuestra meta no está en las cosas de este mundo. Que la verdadera gloria del cristiano es donde está Cristo, en el cielo para el futuro, pero en el presente, lo encontramos, si así lo queremos en nuestro corazón, en nuestro prójimo a quien amamos en el Señor, porque son  nuestros hermanos y hermanas.
  
Cristo rompió  nuestras cadenas, las que nos ataban a nuestros pecados, vicios, la mundanidad. Somos libres en cuánto no nos dejamos atar por los falsos placeres mundanos.
 
 
 
 
Hay una atadura que no nos hacen daños, pues es una fuente de vida hacia la Vida eterna, se trata de nuestra devoción diaria, humilde, serena, de orar con el Santo Rosario. Los verdaderos devotos de la Santísima Madre de Dios, siempre caminan hacia arriba, donde está Cristo. Sin esta devoción seríamos sometidos a las más horrible esclavitud. Pero gracias a esta devoción, nos va perfeccionando para ir comprendiendo otro de los pasos saludables hacia la Vida eterna, que es la Eucaristía, crecer en el amor a Cristo es la victoria sobre el mundo.
 
La meditación diaria del Santo Rosario es ir escalando a la gloria de la santidad. Los que no saben rezar, desgraciadamente, se dejan atar por muchas cosas terrenales como he referido.
 
 
 
 
 
 
A lo largo del día, hay horarios para la Santa Misa, ningún cristiano debe dejar de ir a Misa, participar espiritualmente para crecer en santidad y amor a Dios y a los hermanos. Comprender la Santa Misa nos ayuda a ver con ojos distintos los problemas del mundo. No dejarnos sumergir por la mundanidad. Pues nuestra vida debe ser complacer a Cristo nuestro Señor.
 
Durante la Misa, debemos permanecer muy atentos, ya que las distracciones voluntarias nos hace retroceder hacia atrás, nos aleja de Cristo; el teléfono móvil, las habladurías con quien tenemos al lado, los pensamientos que van de aquí para allá y no hacemos nada para evitarlo. Debemos rogar al Señor que nos ayude a recogernos, y a María Santísima. Necesitamos la máxima atención a lo que el Señor quiera decirnos.
 
 
 
 
No olvidemos que somos libres en el Señor, por eso nada debe sujetarnos a la mundanidad del Maligno, a la idolatría del deporte, y de otros actos paganos...
 
 
Quien no quiera separarse de Cristo, nada de este mundo le separará, nunca se sujetará a ninguna atadura terrenal.
«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a Aquel que nos amó.
» Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro(Rm 8, 35-39).
 
Cristo Jesús y María Santísima te bendigan siempre.

2 comentarios:

  1. José Luis, una vez más tengo que darte las gracias porque eres Evangelio Puro. Sinceramente, al leerte se llena el corazón, se siente como una luz que sirve de guía. Gracias de corazón amigo. Un abrazo enorme.

    ResponderEliminar
  2. Siempre tenemos que agradecer al Señor por todas las cosas buenas que nos presenta para nuestra salvación,

    Espero que el Santo Padre Pio vaya donde estás mi querido hermano Pepe, para que te dé un tironcito de orejas, pues yo no soy Evangelio puro, no nos pasemos. Pues estoy plagado de errores e imperfecciones, pero cuento con la misericordia de Dios para mi salvación eterna.

    También te doy gracias a ti, por tus trabajos de apostolado, feliz fin de semana con las bendiciones de Cristo Jesús y María Santísima.

    ResponderEliminar