jueves, 21 de junio de 2012

Benedicto XVI: La conversión implica dos dimensiones...

Hoy día, cuando en alguna de las entrevistas, a los que se suponen que son cristianos o conversos, ese programa de Intereconomía, ya el título es un fallo, que está sacado desde unas ideas mundana: "No es bueno que Dios esté sólo", y es muy triste oír a los entrevistados, que a mi parecer no están convertidos.

Esos entrevistados no pueden ser ejmplos de una verdadera conversión del corazón: "El infierno está vacío"; "soy mariano, devoto de María, pero no practico", y un sin fin de errores por parte de uno o de otros.

La conversión del corazón es mucho más de lo que pueden testimoniar los mundanos. Si el mundano, se imagina que ha sido llamado por Dios, se hace seminarista, y se divierte según el mundo, tarde o temprano renunciará al seminario por su amor al mundo.

El seguimiento a Cristo debe ser radical.


Escuchemos a San Agustín, y seguidamente al Santo Padre Benedicto XVI, que sus enseñanzas nos ayuda a conocer lo que necesitamos para no perder de vista a Jesucristo nuestro Señor:

Muy insensatos son los que buscan a Dios con los ojos del cuerpo, sabiendo que sólo se le puede ver con el corazón (San Agustín. Tratado sobre el Sermón de la montaña 1,2,8) 


Benedicto XVI; La conversión implica dos dimensiones. En el primer paso se conocen y reconocen a la luz de Cristo las culpas, y este reconocimiento se transforma en dolor y arrepentimiento, en deseo de volver a empezar. En el segundo paso se reconoce que este nuevo camino no puede venir de nosotros mismos. Consiste en dejarse conquistar por Cristo. Como dice san Pablo: "Me esfuerzo por correr para conquistarlo, habiendo sido yo también conquistado por Cristo Jesús" (Flp 3, 12). La conversión exige nuestro sí, mi "correr"; no es en última instancia una actividad mía, sino un don; es dejarse formar por Cristo; es muerte y resurrección. Por eso san Pablo no dice: "Me he convertido", sino "he muerto" (Ga 2, 19), soy una criatura nueva.
Para seguir a Cristo como lo hizo San Pablo, San Agustín y otros muchísimos, necesitamos morir. Pero mientras estemos pendientes de cosas mundanas, no estamos siguiendo a Cristo. Morir a sí mismo, al mundo, para que sea solo Cristo quien nos guíe.
Es por eso, que muchas personas que tienen su corazón en el mundo, no están caminando con Cristo, aunque se confiesen y comulguen, no están con Cristo cuando disfruta de lo mundano.
Si continuamos teniendo pensamientos que no son las de Cristo, estamos muy lejos de morir a nuestro hombre viejo. Las palabras del Santo Padre están las respuestas para comprender el sentido de nuestro caminar con Cristo, si le estamos siguiendo o no. Pues hay "cristianos" que incluso en sus conversaciones e ideas, no pueden relacionarse con el Evangelio de Cristo. 
La lógica de Pedro y la amistad con Cristo
L’OSSERVATORE Romano, número 36, domingo 4 de septiembre de 2011,

Durante la misa celebrada por el Papa con sus exalumnos en Castelgandolfo, pronunció la siguiente homilía el cardenal arzobispo de Viena, Christoph Schönborn.

Venerado y querido Santo Padre; queridos hermanos y hermanas: 
Tú «piensas como los hombres, no como Dios». Esta es la esencia del reproche que Jesús hace a Pedro, al que acaba de dirigir las grandes «palabras del primado». Este último, al que el Padre, y no la carne ni la sangre, es decir, la sabiduría humana, ha revelado que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, inmediatamente después afronta la acusación de pensar como los hombres, o sea, razonar y sentir según «la carne y la sangre», y no según Dios.
Y esta distinción es realmente grave, como lo muestran las duras palabras con la alusión a Satanás: «¡Aléjate de Mí, Satanás! Eres para mí piedra de escándalo», es decir, eres piedra de tropiezo en mi camino.


¿Por qué es tan grave pensar «como los hombres»? ¿No somos seres humanos? ¿Entre «humano» y «divino» existe un «abismo tan grande»? ¿Sólo una alternativa? ¿Abandonarse a la palabra y a la voluntad de Dios es un camino inhumano, según el reproche que Jeremías dirige a Dios en su conmovedora lamentación: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir»? (Jr 20, 7). San Pablo parece comparar este aspecto «humano» con el mundo: «no os amoldéis a la mentalidad de este mundo» (Rm 12, 2).


Pedro quiere ser humano. Por eso, se equivoca completamente. ¿Qué es lo que lo impulsa? Ante todo el más elemental y buen sentimiento humano de no querer ver sufrir a su Maestro, como una madre no quiere ver sufrir a su hijo, o un amigo a su amigo. ¿Qué tiene esto de equivocado?
Además, la preocupación muy humana por sí mismo: ¿qué será de nosotros, de tus discípulos? Me parece desconcertante el pensamiento de cuán breve fue el tiempo que tuvieron los discípulos para estar con él y aprender: en total menos de tres años. ¿Qué será de nosotros, que lo hemos dejado todo para ser tus discípulos, si ahora debemos quedarnos sin ti? Tal vez es la misma sensación jate de mí, Satanás! Eres para mí piedra de escándalo», es decir, eres piedra de tropiezo en mi camino.
¿Por qué es tan grave pensar «como los hombres»? ¿No somos seres humanos? ¿Entre «humano» y «divino» existe un «abismo tan grande»? ¿Sólo una alternativa? ¿Abandonarse a la palabra y a la voluntad de Dios es un camino inhumano, según el reproche que Jeremías dirige a Dios en su conmovedora lamentación: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir»? (Jr 20, 7). San Pablo parece comparar este aspecto «humano » con el mundo: «no os amoldéis a la mentalidad de este mundo» (Rm 12, 2).
Pedro quiere ser humano. Por eso, se equivoca completamente. ¿Qué es lo que lo impulsa? Ante todo el más elemental y buen sentimiento humano de no querer ver sufrir a su Maestro, como una madre no quiere ver sufrir a su hijo, o un amigo a su amigo. ¿Qué tiene esto de equivocado?
Además, la preocupación muy humana por sí mismo: ¿qué será de nosotros, de tus discípulos? Me parece desconcertante el pensamiento de cuán breve fue el tiempo que tuvieron los discípulos para estar con él y aprender: en total menos de tres años. ¿Qué será de nosotros, que lo hemos dejado todo para ser tus discípulos, si ahora debemos quedarnos sin ti? Tal vez es la misma sensación que tuvo Jeremías: «Nos has seducido, Señor, y nos dejamos seducir». 
Por último: ¡Señor, tu misión no puede haber concluido ya! Es preciso proseguir, edificar lo que se ha iniciado con tanto éxito. Nos acabas de prometer que edificarás tu comunidad, tu ecclesia, «sobre esta piedra » que tú llamas Cefas. La obra de construcción recién iniciada, ¿acaso debe terminar con una demolición tan terrible?
Desde el punto de vista humano, la lógica está totalmente de parte de Pedro. Y, sin embargo, esa no es la voluntad de Dios. San Pablo habla de la necesidad de una «metanoia» auténtica, de una renovación del modo de ensar, de la mente, sin la cual no es posible «discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto». 
Y esta conversión tiene un nombre: negación de sí mismo. Jesús extiende a todos nosotros las duras palabras dirigidas a Pedro: «El que quiera venir en pos de mí (es el mismo opìso mou eltheìn al que exhorta Pedro) que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».
Adolf Schlatter, figura conocida en ámbito universitario, dice al respecto: «Cuando se niega a alguien, se rompe la amistad con él... “No sé nada de él y no quiero saber nada de él”, dice Pedro más adelante cuando niega a Jesús. “¡Dilo a ti mismo!”, nos aconseja Jesús. No puedes ser amigo de ti mismo y no puedes escuchar los consejos que te das a ti mismo y lo que anhelas para tu felicidad. ¡Apártate de ti mismo!».
Negarse a sí mismos, tocar, tomar la cruz: «Sólo lo podemos hacer —prosigue Schlatter— si nos impulsa un amor más fuerte que el amor a nosotros mismos».
Esta es la experiencia de Jeremías, en cuyo corazón arde un fuego que no le permite alejarse de Dios. Este es el servicio verdadero, «razonable », bello, agradable a Dios, del que habla san Pablo y que se realiza a través del don a Dios del propio cuerpo, de toda la existencia concreta.
Esta es la amistad con Jesús, que lo pone a Él y no al propio yo, en el centro de la vida; la amistad de la que usted, Santo Padre, desde el primer día de su servicio pastoral como sucesor de Pedro, siempre nos ha hablado con tanto énfasis, hasta las palabras pronunciadas con ocasión de su 60° aniversario de ordenación sacerdotal. Y usted nos muestra que en esta amistad resplandece también lo auténticamente humano: «Quien pierda su vida por causa mía, la salvará », nos promete el Señor. Ahora, todos juntos podemos dirigirnos a Él, conversi ad Dominum, que sale a nuestro encuentro con el don total de su amor y nos hace sus amigos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario