Supongamos que un alma, que vive muy entregada al mundo, come, bebe, se divierte según el mundo, no tiene familiaridad con los sacramentos, llega a discutir, no está acostumbrado a la vida de piedad y santidad, por tanto no es verdadera oración lo que pronuncia. El resentimiento, el egoísmo, su "autoestima", el no colaborar con Cáritas, el no dar limosnas para los pobres; porque como en cierta ocasión me dijo una persona, y fui testigo de lo que vi y oí. Un pobre, me parece que eran rumanos, me lo encontré en Alicante, y al entrar en un establecimiento, la dependienta dijo que no quería dar limosna, porque el poco dinero que tenía lo quería para comprar tabacos. ¡Qué tremendo!
Luego, estas personas, que obran así, que no colaboran para ayudar a los más necesitados, si van a la iglesia. Hay pobres almas que se dejan dominar por el egoísmo y los vicios.
Como iba diciendo, supongamos que un día muere, van a la iglesia, dentro de un ataud, y cosa que cuando ya se habla de su eternidad, dice: "Ya está en el cielo".
Muchas almas van a la iglesia a ofender a Dios, cuando aplauden o invitan a que aplaudan, cuándo ríen a carcajada, o no ponen atención al Evangelio, a las lecturas de la Santa Misa, que en menos de 15 minutos, ni se acuerdan del Evangelio una vez que ha salido de la iglesia, la muerte de los fieles no es la misma que la de los tibios e inconstantes.
¿Puede salvarse un alma que no ha orado en toda su vida, y que va a la iglesia cuando hay un entierro por ejemplo? Pues es que no tienen tiempo para caminar conforme a Cristo.
El Santo Cura de Ars,
transcribiendo el siguiente texto de uno de los sermones que me llamó la atención:
transcribiendo el siguiente texto de uno de los sermones que me llamó la atención:
«… No, no, hermanos, un momento;
le quedan aún cinco minutos de vida para que le sea manifestada toda su
desdicha. Vedle como se acerca su fin... los circunstantes y el sacerdote se
ponen de rodillas para mirar si Dios querrá tener compasión de aquella pobre
alma:
--“¡Alma cristiana, le dice el
sacerdote, sal de este mundo!”
–Y ¿a dónde quiere que vaya, si
no ha vivido más que para el mundo, si solamente se acordó del mundo? Además,
según la manera cómo vivió, pensaba no salir nunca de él... ¡Usted, padre, le
desea el cielo, pero ella, ni tan solo conocía su existencia! Se engaña, padre;
dígale más bien: “Sal de este mundo, alma criminal, ve a quemarte, ya que
durante toda tu vida no ha trabajado más que para eso”.
–“Alma cristiana, continua el
sacerdote, ve a descansar en la celestial Jerusalén”.
–
¡Bravo! Amigo, envía usted a aquella hermosa ciudad un alma toda cubierta de
pecados, de los que, el número excede a las horas de su vida; un alma que en su
vida no fue más que una cadena de impurezas, la va usted a colocar junto a los
ángeles, junto a Jesucristo que es la pureza misma. ¡Oh, horror! ¡Oh,
abominación! ¡al infierno, al infierno, ya que allí tiene su lugar señalado!
– “Dios mío, va siguiendo el
sacerdote, Criador de todas las cosas, reconoced esta alma obra de vuestras
manos.
– ¡Y qué! Padre, se atreve usted
a presentar a Dios, como si fuese su obra, un alma que no es más que un montón
de crímenes, un alma enteramente corrompida; cese, amigo, de dirigirse al
cielo, vuelva su mirada hacia los abismos y escuche a los demonios cuyo auxilio
tanto reclamó; échele esa alma maldita, ya que para ellos trabajó.
– “Dios mío, dirá tal vez aún el
sacerdote, recibid esa alma que os ama como a su Criador y como su Salvador”.
¿Ella ama al buen Dios? ¿Dónde están, amigo, las señales? ¿Dónde están sus
devotas oraciones, sus buenas confesiones, sus buenas comuniones? O mejor,
¿cuando cumplió el precepto pascual? Calle usted, escuche al demonio diciendo a
gritos que ella le pertenece, ya que desde mucho tiempo a él se entregó.
Hicieron un trato de cambio: el demonio le dio dinero, medios para vengarse, le
procuró ocasiones de satisfacer sus deseos; no, no amigo, no le hable más del
cielo. Por otra parte ella tampoco la desea; prefiere, estando tan cubiertas de
crímenes, ir a arder a los abismos, antes de subir al cielo, en presencia de un
Dios tan puro.
Detengámonos ahora un momento,
hermanos míos, antes que el demonio se apodere de ese réprobo: solo le queda el
conocimiento necesario para darse cuenta de los horrores del pasado, del
presente y del porvenir, que, para él, son otros tantos torrentes del furor de
Dios cayendo sobre el infeliz para completar su desesperación. Dios permite que
en el espíritu de ese desgraciado que todo los despreció, se le presente junto
en aquel momento todos los medios para salvar su alma; ve entonces cómo tenia
necesidad de todo cuanto le ofreció Dios, y no le ha servido de nada. Dios
permite que en aquel momento, se acuerde hasta del íntimo pensamiento saludable
de los que le habrán sido sugeridos durante su vida; y ve cuál su ceguera al
perderse. ¡Oh, Dios mío! ¡Cuál será su desesperación en tales momentos, al ver
que podía salvarse y se ha de condenar! ¡Ay! ¡El presente y el porvenir
completan su desesperación! Tiene plena convicción de que antes de transcurrir
tres minutos estará en el infierno para no salir jamás de allí...
El sacerdote, viendo que no hay
lugar para la confesión, le presenta un crucifijo para excitarle al dolor y a
la confianza, diciéndole: “Hijo mío, he aquí a tu Dios que murió para
redimirte, ten confianza en su gran misericordia que es infinita
¡Salga de aquí,
amigo!, ¿no ve que solo aumenta su desesperación? ¿Piensa lo que va a hacer?...
¡Un Dios coronado de espinas, en las manos de una mundana veleidosa que durante
toda su vida sólo procuró adornarse para agradar al mundo!... ¡Un Dios
despojado de todo, hasta de sus vestiduras, en manos de un avaro!... ¡Oh, Dios
mío! ¡Qué horror!.. ¡Un Dios cubierto de llagas, en manos de un impuro!... ¡Un
Dios que muere por sus enemigos, en manos de un vengativo!... ¡Oh, Dios mío!
¿Podemos imaginarlo sin morir de horror? ¡Oh, no, no, no le presente usted más
a ese Dios clavado en la cruz; todo acabó para él, su reprobación en segura!
¡Ay! Es preciso morir y condenarse, teniendo tantos medios para alcanzar la
salvación! Dios mío, ¡cual será la rabia de ese cristiano por toda la
eternidad!
Hermanos, oídle al dar sus tristes
despedidas. El infeliz ve que sus parientes y amigos huyen de él y le
abandonan, y lloran diciendo: “Ya está, ya murió...” Es en vano que se esfuerce
en darles su última despedida: ¡adiós, padre mío y madre mía! ¡Adiós, mis
pobres hijos, adiós para siempre!... Más ¡ay! Aún no ha exhalado su último
suspiro y ya se halla separado de todo, ya no se le escucha. ¡Ay! ¡Yo me muero
y estoy condenado!... ¡sed más buenos que yo!... Se le dice, no dejaste obrar
bien durante tu vida, ¡oh!, triste consuelo. Pero no son éstas las despedidas
que más le entristecen; ya sabía él que un día lo había de dejar todo eso; más
ante de bajar al infierno, levanta sus ojos al cielo, perdido para siempre:
¡adiós hermoso cielo! ¡Adiós mansión feliz, que por tan poca cosa he perdido
para siempre! ¡Adiós dichosa compañía de los ángeles! ¡Adiós mi buen ángel de
la Guarda, a quien Dios había destinado para ayudarme a mi salvación, y a pesar
de vos me he perdido! ¡Adiós, Virgen santa y Madre Tierna, si hubiese querido
implorar vuestro auxilio, Vos hubieseis obtenido mi perdón! ¡Adiós, Jesucristo,
Hijo de Dios, que tanto sufristeis por salvarme, y yo me he perdido! ; ¡Vos que
me hicisteis nacer en el seno de una religión tan consoladora, y fácil de
seguir! ¡Adiós, pastor mío, a quien tantas penas he causado al despreciar a
usted y todo cuanto su celo le inspiraba para hacerme ver que, viviendo como yo
vivía, me era imposible salvarme, adiós para siempre!... ¡ah! ¡Los que están
aun en la tierra, pueden evitar semejante desdicha; más, para mí, todo se
acabó; sin Dios, sin cielo, sin felicidad!... ¡siempre llorar, siempre sufrir,
sin esperanza de fin!... ¡Oh, Dios mío! ¡Qué terrible es vuestra justicia!
¡Eternidad! ¡Cuántas lágrimas me haces derramar, cuantos clamores me haces
exhalar..., yo que viví constantemente en la esperanza de que un día había de
salir del pecado y convertirme! ¡ay, la muerte me ha engañado, y no he tenido
tiempo!... (El capítulo completo del sermón de San Juan María Vianney en el; Tomo
I: Aplazamiento de la
conversión, paginas 288-310, editorial Apostolado Mariano. Este
extracto del sermón desde la página 306-310.-).
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Debemos tomarnos muy en serio nuestra eternidad, si queremos salvarnos, necesitamos poner en práctica nuestros deberes como hijos e hijas de la Santa Iglesia Católica, porque ser del mundo, es estar en guerra contra Dios, contra sí mismo.
Llega a estar en tal estado el alma alejada de Dios, que se dice aún cristiana, que cuando se le habla de la eternidad, me responde que le da lo mismo. Pues no es lo mismo pasar una eternidad en el cielo que en el infierno. Y aún mostrando ejemplos de la doctrina de los Santos Padres sobre la eternidad de los condenados, sigue sin volver a Dios por su atadura a sus pecados y vicios.
No es lo mismo una vida de santidad que una vida de corrupción con el adulterios y tantos vicios. "Donde Dios quiera allí iré", responde el insensato. Pues si Dios quiere la salvación de las almas, no lo ve así, porque opta el pecador incorregible por su destino de tormentos eterno. Lo que Dios quiere es la conversión del pecador; pero lo que quiere el incorregible es su propia condena, por sus obras malas que no renuncia. Por tanto, si un alma así, que no vive en amistad con Dios, ¿cómo puede decirse en un funeral: "Descanse en paz, su alma ya está con el Padre". ¿será acaso, para que el pecador, aún en medio de su pecado, se le engañe diciendo ante todos que esa alma se salvará?
Si en el corazón de los que asisten a los funerales, hay fe verdadera, se comprende que el difunto de esa familia, es más fácil que se salve. Pero si el comportamiento de aquellas personas, familias, amistades, amigos, es bastante desordenada y revoltosa, teniendo en cuenta, que antes de su fallecimiento, también llevaba una vida disoluta, mundana... ¿se pretende que vaya directamente al cielo, cuando nada manchado puede entrar en la Vida Eterna?
Hay miedo de hablar sobre los Novísimos, esto no gusta a los mundanos. De hecho, los mundanos, los que no aman a Dios pero se preocupan de las cosas terrenales, cristianos que renuncian a Cristo por la idolatría deportiva, no le agradan la doctrina de los Santos Padres, las evitan en todo cuánto le es posible, es una carga que ellos, los mundanos no pueden soportar, ya que ven que el Espíritu de Dios, le está señalando, pero ellos siguen dando la espalda a Dios.
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