jueves, 26 de enero de 2012

‘La ley, el yo y el pecado’

Muchos de nosotros trabajamos para ser almas espirituales, porque lo mundano y vano, se nos puede presentar y lo rechazamos a cada momento, para no ser esclavos del “yo”, del “hombre viejo” que hace lo posible para arrastrarnos hacia la perdición. Lo tenemos presente, y con la vida de oración constante salimos adelante, siempre con la ayuda infalible de Jesús y María Santísima. Con todo esto, nos viene descuidos, por ejemplo, podemos sentir en nuestro interior como un malestar hacia nuestro vecino, o el conductor de autobús que se ha apresurado en marcharse. Estos desordenes son tentaciones, es el pecado.

Y yo no hago todo el bien que deseo y quiero, y sin embargo, lo que detesto, que es el pecado, y con el pecado la soberbia, el orgullo, la hipocresía, la falsedad, y peores cosas que me vienen a mí, del cual puedo dominar el pecado, es decir, no por mis propias fuerzas, porque eso es imposible, sino buscando la ayuda de Dios. Pues sin la vida de gracia ningún ser humano puede dominar el más pequeño de los pecados, necesitamos a Cristo, su gracia, y por eso le buscamos por medio de la oración que no debemos descuidarnos, entonces, la tentación, sea cual sea, no llega a ser pecado, porque no lo hemos consentido.
Y a veces, cuando vemos que una persona que habla con nosotros, luego comete ciertos juicios hacia otros, me he tenido que enfadar, un mísero error mío, cuándo tenía que haber tenido paciencia, aunque luego le pedí perdón, pues el demonio, procuró arrojarme ese mal ejemplo, y que yo a mi vez hice lo que no quería hacer. Por eso, insisto que hemos de vigilar nuestro corazón, callar es mejor que entrar en discusión, pues las discusiones no agradan a Dios. Gracias a la vida de oración, tenemos la capacidad de vencernos a nosotros mismos, pues no está nada bien hacer lo que está mal a los ojos de Dios.
Cuando no buscamos a Cristo, nosotros somos culpables y nos vendemos al pecado, según dice San Pablo.
Esta reflexión me viene tras haber recordado que a San Pablo le ha pasado otro tanto, y él lo explica.
‘La ley, el yo y el pecado’
  • Pues sabemos que la ley es espiritual, mientras que yo soy carnal vendido al poder del pecado. En efecto, no entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco; y si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con que la ley es buena. Ahora bien, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. Pues sé que lo bueno no habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer está en mi alcance, pero hacer lo bueno, no. Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo. Y si lo que no deseo es precisamente lo que hago, no soy yo el que lo realiza sino el pecado que habita en mí. Así, pues, descubro la siguiente ley: yo quiero hacer lo bueno, pero lo que está a mi alcance es el mal. En efecto, según el hombre interior me complazco en la Ley de Dios; pero percibo en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor! Así mismo yo sirvo con la razón a la ley de Dios y con la carne a la ley del pecado. (Ro 7, 14-25).
No me olvido que San Pablo tenía a Jesucristo, y por eso, dice ¡Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor!
Y para evitar que el pecado nos domine, también acudimos San Pablo a Jesucristo, pero también a María Santísima, rezar con verdadera devoción, para que la tentación que trata de hundirnos en la esclavitud del pecado no tenga ningún efecto, y es verdad. Si finalmente, San Pablo iba venciendo tentaciones, me parece que nosotros lo tenemos más fácil, por lo que ya queda referido, nuestra confianza en María Santísima, con ella, las tentaciones se derrumba fácilmente, porque Dios le ha dado poder a Ella, y es que está Llena de Gracia, es la Madre de Dios, y con nuestra Madre cerca, el diablo bien lejos, que no se atreva a acercarse.
En el sentido espiritual queremos servir a la perfección a Jesucristo, pero la debilidad de nuestra carne, a veces nos hace la zancadilla, por eso, debemos estar bien vigilante. Vigilar en profundidad nuestro corazón, para evitar cualquier infección del pecado, aunque sea venial, no podemos evitar siempre los pecados veniales, por eso, ya recordamos que tenemos el sacramento de la penitencia, de la confesión.
Pero seguiremos sintiendo los venenosos dardos de las tentaciones, que no daremos vida ni ocasión, pues bien sabemos que el pecado es la muerte, y la vida de Gracia nos vivifica y siempre nos sentimos animados para seguir adelante, en el camino de Cristo y con María Santísima.
Dice Jesús: «El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida» (Jn 6, 63). La carne no sirve para nada, por tanto, hemos de alimentar con la Eucaristía y la oración nuestro espíritu.
Así debe ser la vida del cristiano: Eucaristía, oración perseverante y humilde, lectura de la Santa Biblia, también de la doctrina de los Santos que nos ayudan mejor a comprender, para que no caigamos en el error, de pensar que lo que leemos, es lo cierto. Hemos de meditar cuando leamos, las enseñanzas del Santo Padre Benedicto XVI, que algún día, podría ser declarado además de santo, otro doctor de la Iglesia Católica. Pideselo humildemente al Señor, para que se haga realidad.


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