Me impresionaron algunas de las palabras que el Señor, en el Primer Domingo de Adviento, nos decía: “mirad”, “vigilad”, velad”. Son llamadas a vivir la vida desde una profundidad distinta. Tienen un realismo especial para estos momentos. El Señor nos invita a mirar este mundo, a observar la historia, a descubrir la urgencia de la presencia de Dios en la vida de los hombres, en la personal y en su historia colectiva. Este Dios que viene, como que nos brinda al mirar la realidad un deseo apremiante y nos urge a gritar: “¡Ven pronto, Señor! ¡Ven, Salvador!”. Por otra parte, nos llama a la vigilancia, a no pasar desapercibidos ante aquello que más necesita el ser humano hoy. Además, la llamada a permanecer despiertos, a estar alerta, se presenta como algo importante. La humanidad, los hombres están viviendo situaciones de tal calado que tenemos que estar despiertos para verlas y para dar las respuestas oportunas. La gran respuesta que tenemos necesidad de dar ante estas llamadas de Jesús, “mirad”, “vigilad”, “velad”, es la de abrir el corazón y las puertas de nuestra existencia y de nuestra historia a quien salva, a quien viene, a quien da sentido a la vida del hombre, al Salvador, a Jesucristo Señor Nuestro.
Son llamadas al hombre, que es reflejo de la sabiduría de Dios. Son llamadas para que veamos la necesidad que tenemos de Jesucristo en nuestra vida, para que vuelva a reinar aquel orden maravilloso que Dios puso en todo lo que creó, también en el hombre: “¡Oh Yahvé, Señor nuestro, cuán admirable es tu Nombre en toda la tierra!” (Sal 8, 1); “¡Cuántas son tus obras, oh Señor, cuán sabiamente ordenadas!” (Sal 104, 24); “Has hecho al hombre poco menor que los ángeles, le has coronado de gloria y de honor. Le diste el señorío sobre las obras de tus manos. Todo lo has puesto debajo de sus pies” (Sal 8, 5-6). ¡Qué sorprendente contraste al mirar a los hombres! Hay un desorden reinante entre las personas y entre los pueblos. Muchas veces, cuando vigilantes y en vela nos situamos, pareciera que las relaciones entre nosotros no pudieran hacerse más que por la fuerza.
Sin embargo, en lo más profundo del ser humano, Dios ha impreso un orden que, precisamente, la conciencia humana descubre y nos impulsa a observarlo con todo detalle. Como nos dice el Apóstol San Pablo, “los hombres muestran que los preceptos de la ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia” (Rom 2, 15). Y es que, necesariamente, todas las obras de Dios tienen un reflejo verdadero de su sabiduría que iluminará más en la medida en que gocen de más grado de perfección. Así, en el grado de perfección más alta se encuentra el hombre que es imagen y semejanza de Dios. ¡Qué maravilla de perfección! Pero ¿reflejamos en nuestra manera de vivir y de relacionarnos esta perfección? Hoy, en nuestra historia concreta que vivimos y estamos haciendo, ¿somos reflejo de esa perfección más alta que nos hace ser imagen y semejanza de Dios?
Me gustaría deciros hoy, al mirar esta realidad que vivimos y estamos haciendo los hombres, algunas cosas que, creo, tienen especial importancia para nuestra vida y nuestras relaciones de hermanos e hijos de Dios. Os hago esta pregunta: ¿fundamentamos nuestra convivencia humana en ese principio esencial de que el hombre es persona? Dicho de otra manera, el hombre es naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío y, por ello, tiene por sí mismo derechos y deberes que dimanan de su propia naturaleza. ¿Sabemos y estamos convencidos de que esos derechos y deberes son universales e inviolables y que no podemos renunciar a ellos de ningún modo? Cuando miramos, estamos vigilantes y velamos, vemos que muchos de esos derechos y deberes en nuestra convivencia se malogran, se difuminan. Y ello, porque nos alejamos de Jesucristo, que es precisamente el que pone la verdad de la persona humana en su mayor grado de dignidad. Redimidos por su sangre, hemos sido hechos hijos y amigos de Dios por la gracia y somos herederos de su gloria. ¡Qué necesario y urgente es acercar la persona del Señor a la existencia de los hombres! Tenemos que hacer creíble con nuestra vida que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida del hombre. Fuera de Jesucristo no hay posibilidades de encontrar la verdadera dignidad del ser humano.
¿Qué derechos del hombre precisan hoy de ser valorados especialmente para asentar desde ellos la convivencia en orden y con fundamento? En primer lugar, el derecho a existir, a su integridad corporal, a los medios necesarios para mantener un nivel de vida adecuado a su dignidad. Tiene derecho al debido respeto a su persona, a la verdad y a la cultura. Tiene derecho a poder conocer, venerar y alabar a Dios en privado y en público. Tiene derecho a fundar una familia que tiene su origen en el matrimonio de un hombre y una mujer, libremente contraído e indisoluble. Tiene derecho a seguir la vocación al sacerdocio o la vida consagrada, si es que Dios le llama para ello. Tiene derecho a que se le facilite la posibilidad de trabajar, y a la libre iniciativa en el desempeño del trabajo. Tiene derecho a poseer bienes y a poder reunirse y asociarse, a ser ciudadano del mundo. De estos derechos dimanan unos deberes que tienen su origen también en la ley natural: desde el deber de conservar la vida, de respetar los derechos ajenos, hasta actuar siempre con un sentido de responsabilidad.
“Mirad”, “vigilad” y “velad” por los fundamentos de la convivencia humana: la verdad, la justicia, el amor y la libertad. ¡Qué importante es acercarnos a Jesucristo para entender, comprender y vivir estos fundamentos de la convivencia humana! Sin acercarnos a Jesucristo es imposible. Hablaremos de ellos, pero no dejaremos que entren a formar parte de nuestra existencia. Como nos dice San Pablo, “despojándoos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, pues todos somos miembros unos de otros” (Ef 4, 25). Esto va a ocurrir cuando, entrando en comunión con Jesucristo, cada cual reconozca en la forma debida y tal como nos son descritos por el Señor, los derechos y deberes que nos son propios y que tenemos para con los demás. Desde, con y junto a Jesucristo, tendrás ganas de dejarte impulsar por la verdad, de comunicarte con los demás, de defender los derechos de la persona y de cumplir los deberes que dimanan de tu ser imagen y semejanza de Dios, de desear los bienes del espíritu, de disfrutar de la belleza en todas su manifestaciones, de sentirte inclinado a compartir con los demás lo mejor de ti mismo. ¿No crees que esto urge hoy para dar esperanza?
Con gran afecto, te bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
Publicado en el dominical Aleluya 04.12.11 |
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