¡Menudo problema!
Para muchos cristianos sin pensar en el tiempo de Adviento, ya en el mes de Noviembre se vive como en Navidad.
No hemos de olvidar el Adviento, si vivieramos la misma fe de la Iglesia Católica, entonces es fácil comprender el sentido del Adviento.
Cuando el corazón se apega a este mundo, no capta el mensaje del Espíritu Santo a través de la Iglesia Católica, el corazón embotado no puede aclarar a nadie las ideas, y no se vive la fe como es debido.
¿De qué sirve al alma ir a Misa, comulgar diariamente, y no crece en la fe, sino que hace todo lo que quiere? ¿Y eso que quieren no es lo que quiere Cristo ni enseña la Iglesia Católica?
Por otra parte es de locura tratar a Dios sin reconocer su Majestad, con indiferencia e irreverencias.
Hay crisis que son manifiestas, las que todos conocen, pero hay otra crisis que nadie están interesado en reconocer, y es su desamor a Cristo, su desamor a Dios nuestro Señor, las oraciones mal hechas, las indiferencias, el gran silencio ante tantos abusos y atropellos litúrgicos; es el silencio de los cristianos desamorados de Cristo, le da igual coger la Comunión de cualquier manera. Y tantos desordenes. Nuestra preparación para salir al encuentro de Cristo debe ser todo el año, pero en estas fechas del Adviento, es necesario tomarse un tiempo para los Ejercicios Espirituales. El problema está, que no todos ponen en práctica lo que se puede enseñar en esos retiros. Pues en los días siguientes se vive como si Cristo ya no contara otra vez en la vida personal; y así años tras años. Que hay corazones que no se resuelven muy en serio en las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia Católica.
Todos queremos salvarnos, pero hay que trabajar con perseverancia en el camino de nuestra salvación.
La solución a nuestro problema, debe resolverse con nuestra voluntad a tomar en serio el Evangelio de Cristo con la fe de la Iglesia Católica, y nos salvaremos,
Hermano, hermana, ojalá que otros hermanos siguieran vuestros ejemplos de estar preparados para el encuentro con Cristo, sois bendecidos por el Señor gracias a vuestra preparación espiritual, que no os olvidáis de Él. No renunciemos a este camino, hemos de ser perseverantes en el tiempo que el Señor nos da antes de salir para la eternidad feliz.
Monseñor Carlos Osoro, Arzobispo de Valencia |
El Arzobispo / Carta Semanal
Domingo 27 de Noviembre de 2011
Llega el Adviento: Respiremos esperanza
El próximo domingo vamos a comenzar el Adviento. Debe de ser un tiempo importante en nuestra vida. Quisiera ayudarte a que descubrieses la importancia que tiene vivir con profundidad este tiempo, en el que oímos de parte de Dios expresiones como ésta, que aparece en una antífona de la liturgia de Adviento: “Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, Dios viene, nuestro Salvador”. ¡Qué fuerza tiene la antífona! Todo se concentra en una expresión, “Dios viene”, que contiene una hondura sugestiva siempre nueva, sobre todo en estos momentos que estamos viviendo. Cuando por todos los lados nos dicen que hay crisis, cuando hay momentos y circunstancias en los que falta el aliento, cuando hay desajustes diversos, cuando hay problemas de relación y convivencia, cuando también los hay sociales y económicos, cuando parece que estamos ante un naufragio y los hombres lo perciben así por muchas palabras buenas y promesas que se nos digan, cuando hay contaminación ambiental, cuando se experimenta crisis no solamente económica, sino de valores, no sólo de bienestar, sino de humanidad, qué bueno es escuchar: “¡Dios viene!”.
Esta antífona de Adviento no usa el pasado: “Dios ha venido”; tampoco el futuro: “Dios vendrá”; sino que utiliza el presente: “Dios viene”. Es una acción que se realiza siempre, que está ocurriendo, que ocurre ahora y también en el futuro. En todo momento “Dios viene”. ¡Qué impresionante es la antífona cuando utiliza el verbo venir! Alude a algo que pertenece a la naturaleza misma de Dios. Anunciar que “Dios viene” es anunciar a Dios mismo a través de uno de sus rasgos esenciales y muy característicos, es el “Dios-que-viene”. El tiempo de Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y, por tanto, nos invita a actuar en nuestra vida coherentemente con esta realidad. En el fondo, se nos está diciendo: ¡despierta! Recuerda siempre que “Dios viene”. Y sé consciente de que viene ahora. No es un Dios que se desinteresa de nosotros y de la historia, sino todo lo contrario. Es un Dios que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos.
Te invito, pues, a preparar la “venida de Nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts 5, 23). San Pablo usa la palabra venida, “parousia”, en latín “adventus”, de donde viene el término Adviento. ¿Qué significa? Se puede traducir por “presencia”, “llegada”, “venida”. Con la palabra “adventus” se quiere decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Por tanto, el significado de la expresión “Adviento” comprende también la de “visitatio”, que simplemente quiere decir “visita”, en este caso una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. El Adviento nos invita a detenernos en silencio para captar una presencia. Es invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos entrega, signos que evidencian su atención hacia cada uno de nosotros. ¡Qué tiempo más maravilloso el Adviento! Nos estimula y nos invita a contemplar al Señor presente. En estos tiempos de tantos quebrantamientos de nuestro mundo, de crisis profundas que tienen unas repercusiones concretas en la vida de los hombres, ¿no debiera ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No deberá ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como la acogida de una “visita”, como un modo en el que Dios puede venir a nosotros y estar cerca de nosotros en cualquier situación?
Un elemento fundamental del Adviento es la espera. El Adviento nos impulsa a entender el sentido del tiempo y de la historia como “kairós”, es decir, como ocasión de gracia, como ocasión propicia para nuestra salvación. ¡Cuántas parábolas dijo Jesús sobre esta realidad! En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando es niño quiere crecer, cuando es adulto busca la realización y también el éxito, cuando va entrando en años aspira al merecido descanso. La esperanza marca el camino de la humanidad. Pero, ¿siempre está el Señor en este camino? Es verdad que el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña, pero no siempre vivimos conscientes de esta compañía.
Existen maneras muy diferentes de esperar pero, si el tiempo no está cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable. Si se espera algo, pero el presente está vacío, todo parece larguísimo. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido y en cada instante percibo algo específico y positivo, la alegría de la espera hace más valioso el presente. Te invito a vivir el presente en el que hemos sido alcanzados por los dones del Señor. Vivamos el presente proyectándonos hacia un futuro lleno de esperanza. El Adviento es una ocasión para despertar en nosotros el sentido verdadero de la espera. Volvamos el corazón al misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos que nació en Belén. Al hacerse presente entre nosotros, nos trajo el don de su amor y su salvación. El Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno, por eso es tiempo de la alegría. Una alegría que nos hace caminar confiados porque Dios viene.
Comenzamos el Adviento, un tiempo de gran profundidad religiosa, ya que está impregnado de esperanza y de expectativas: cada vez que la comunidad cristiana se prepara para recordar el nacimiento del Redentor siente una sensación de alegría que, en cierta medida, se comunica a toda la sociedad. En Adviento, quienes formamos parte de la Iglesia vivimos un doble movimiento del espíritu: por una parte, elevamos la mirada hacia la meta final de la peregrinación en la historia, que es la vuelta gloriosa del Señor Jesús; por otra, recordando con emoción su nacimiento en Belén, nos arrodillamos ante el pesebre. La esperanza de los cristianos se orienta al futuro, pero está siempre arraigada en un acontecimiento del pasado. En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios nació de la Virgen María: “Nacido de mujer, nacido bajo la ley”, escribe el Apóstol San Pablo (Gal 4, 4).
El mundo en el que vivimos necesita esperanza. Una esperanza que es verdadera, cuando nos situamos en la perspectiva de Dios, gracias a Jesucristo. Pero, desde la perspectiva del hombre, de la historia y de la sociedad, ¿a dónde podemos ir? El camino de Adviento nos devuelve a la esperanza verdadera, la que necesita nuestro mundo. El Señor Jesús vino en el pasado, viene en el presente y vendrá en el futuro. Abraza todas las dimensiones del tiempo, porque ha muerto y ha resucitado. Es el “Viviente” y, compartiendo nuestra precariedad humana, permanece para siempre y nos ofrece la estabilidad misma de Dios. ¡Qué hondura tiene esta expresión!: Es “carne” como nosotros y es roca como Dios. El Adviento es el tiempo en que los cristianos debemos despertar en nuestro corazón la esperanza de renovar el mundo con la ayuda de Dios. El verdadero compromiso del Adviento es llevar la alegría a los demás, la alegría de haber conocido a Jesucristo.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
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