domingo, 21 de agosto de 2016

La puerta estrecha nos lleva a la salvación Evangelio (Lc 13,22-30):

Gloria y alabanza a la Santísima Trinidad, bendita sea por siempre la Santísima Madre de Dios y Madre Nuestra.

Paz y bien, mis hermanos y hermanas.


¿Son muchos los que se salvarán? ¿qué tengo que hacer para salvarme?


La salvación es generalizada, nadie se queda fuera, pero el querer quedarse fuera, es la opción de muchas almas.  

Hoy se nos ofrece soluciones de paz y salvación del alma, muy distintas y contradictorias con las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. Nosotros debemos poner toda la atención a la Palabra de Dios, y no las ocurrentes imaginaciones de quienes ya han perdido la fe y el amor a Cristo Jesús.


Es importante que conozcamos muy bien lo que el Señor nos dice, en la Sagrada Biblia, en el Magisterio de la Iglesia Católica. Porque Dios no quiere la condenación de nadie, sino que todos nos convirtamos para alcanzar nuestra salvación eterna.

Son muchas las almas lo que desean salvarse, pero a su manera, sin renunciar a cosas de este mundo, a sus juegos, diversiones, pasarlo bien sin preocupación por los que sufren orando por ellos, porque el deporte, las Olimpiadas, para la mayoría es mucho más importante que lo que enseña Cristo. Y dar la espalda a Dios es alejarse el alma de su propia salvación eterna.

En muchas parroquias, son tantos los católicos que sufren mucho, porque las homilías de los predicadores, ya no hay esa espiritualidad, sino espíritu protestante, la pestilencia del modernismo, en que muchos se dejan envolver.

La salvación no es para unos pocos, sino para quienes se tomen en serio las enseñanzas de Jesucristo.

Lo que nos cierra el camino de la salvación, es cuando necesitamos gozarnos que las masas, o sea, las multitudes nos aplaudan, que estén felices, que todo vale, que haga lo que se haga, no hay perdición, “pues Dios salva incluso a los ateos, y líderes de distintas religiones”. Pero el Evangelio no son esas ideas caprichosas de innumerables respetos humanos. Es el mismo Cristo, y el Magisterio de la Iglesia Católica, y la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia Católica que nos ofrecen detalles de los caminos de la salvación eterna.

Pues resulta, que, para muchos, los bailes, el deporte, las danzas, incluso ante el Santísimo, es camino de salvación. El demonio ha conseguido engañar a numerosos religiosos y religiosas, a sacerdotes, obispos en ese sentido. Por el camino ancho que lleva a la perdición.; no parecen desear la renuncia a los actos mundanos.

La triste realidad, que no todas las almas consagradas a Dios, se fortalecen en la fe, pues tienen una barrera, el espíritu mundano y superficial, el modernismo, católicos, pero con corazón y mentalidad protestante; mentalidad relativista.

Las costumbres mundanas… endurecen el corazón, que se hace insensible ante las inspiraciones del Señor. Así como se pierde el camino de la fe, de la salvación. La humildad del corazón nos guía hacia una total obediencia a Dios, según nuestra vocación personal.

 Vayamos a las fuentes del Evangelio, lo que nos enseña nuestro Señor Jesucristo:

«Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y que pocos son las que la encuentran! » (Mt 7,13-14).
  • 7,13s, Las dos puertas representan la opción básica de seguir o rechazar a Cristo, es decir, esforzarse por la gloria celestial o arriesgarse a la condenación eterna. Cada decisión moral o bien contribuye o bien dificulta la salvación y la santidad [#1036, #1696, #1970, #~2609] (Biblia Didajé, Conferencia Episcopal Española)

¿En qué momentos el alma rechaza a Cristo? Son muchos, por ejemplo, el mundo deportivo, luego la tauromaquia, son diversiones mundanas, también todo tipo de baile, ya que están en contradicción con la Palabra de Dios. Son entretenimientos y diversiones que tienen como autor a Satanás. Luego, estas almas quedan deformadas por esos pecados en que pasan su vida, y ya no son reconocidos por Cristo, no son aptos para la vida eterna. Si comento esto, es para que el alma vuelva completamente a Cristo, que se abra a Cristo, que no se entregue a nada del mundo.

Debemos procurar por todos los medios, sacrificios, que estemos entre esos pocos. Nosotros desearíamos que todos se salvasen, pero no hay posibilidad, ya que como es claro, no obedecen el Evangelio de Cristo, y cada cual, no quiere renunciar a la propia medida de su vida.

Son pocos los que encuentran el camino de la salvación, pero precisamente, porque no se quedaron ociosos, no buscaron diversiones, no se entregaron a las danzas paganas. En la fe, no existe danzas cristianas, inspiradas por el Espíritu Santo. Los judíos se dedicaron a hacer ciertas danzas para adorar a Dios, pero se resisten en aceptar a Jesucristo. El cristiano no debe imitar lo que es malo, sino poner en práctica todo lo que nos enseña el Divino Salvador.
En el Evangelio de este domingo

(Textos del Evangelio y comentario doctrinal: Sagrada Biblia Nuevo Testamento, Editorial Eunsa)


Evangelio (Lc 13,22-30):

Jesús recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Y uno le dijo:

—Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Él les contestó:

—Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa haya entrado y haya cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y os responderá: «No sé de dónde sois». Entonces empezaréis a decir: «Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas». Y os dirá: «No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los servidores de la iniquidad». Allí habrá llanto y rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán de oriente y de occidente y del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.

  • A propósito de una pregunta, Jesús expone su doctrina sobre la salvación. Ésta no está ligada a un privilegio de raza (v. 26), sino al combate espiritual (v. 27). «Dios quiere que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), aunque para alcanzar la salvación «los creyentes han de emplear todas sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 40). Esto es lo que se indica con la imagen de la «puerta angosta». Con ella se nos alerta del peligro de crearse falsas seguridades. Pertenecer al pueblo, o haber conocido al Señor y haber escuchado su palabra, no es suficiente para alcanzar el Cielo; sólo los frutos de correspondencia a la gracia tendrán valor en el juicio divino.
  • En varias ocasiones alude Jesús a la vida eterna con la imagen de un banquete (v. 29; cfr 12,35-40; 14,15-24; etc.) al que todos están llamados: «Los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. La divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta» (ibidem, n. 16).

* * *
Mis queridos hermanos y hermanas, no es suficiente ir a Misa, confesarnos, comulgar, leer la Sagrada Biblia, todo esto quedaría imperfecto e insuficiente, si no nos unimos a Cristo Jesús, la oración, renuncias a todo lo que es opuesto a la vida de Cristo. No es suficiente pensar: “me parece muy bien, me gusta, me encanta…” si luego hacemos que nuestra vida sea como paganos o ateos o como protestantes; no podemos salvarnos así, con tanto orgullo, vanidad, soberbia, y tantos otros males e impurezas en nuestra vida.

A quienes no le han llegado el Evangelio, si llevan una vida recta, el Señor se le presenta y lo encamina hacia la Santa Iglesia Católica.

Con muchísima frecuencia, los feligreses que escuchan el Evangelio Dominical, no se detienen para reflexionar la Palabra Divina, porque su mente se encamina hacia muchas cosas de este mundo, se desviven por la vanidad, y el pasarlo bien antes de morir.


Son muchos los cristianos, que dicen seguir a Jesucristo, entre ellos se confiesan, comulgan, pero no se determinan en vivir las enseñanzas de Cristo. Como decía, cada cual hace lo que quiere, no sienten remordimiento de conciencia cuando ofenden al Señor.
Confiesan y comulgan, pero son muy activos en discutir, en murmurar, en hacer críticas, en defender la verdad pero sin caridad, ni respeto, no son imitadores de Cristo aunque hablen de Él. La Sagrada Biblia nos dice claramente que los injustos no podrán heredar el Reino de los cielos.
Amar a Jesucristo debe significar poner en práctica todo aquello que debemos hacer. Y es trabajar por el Reino de los cielos.

Un cristiano no debe vivir como ateo, no hay relación entre fe y paganismo, ni mundanidad.

Es terrible para esas almas que no quieren acoger a Jesucristo, no quieren convertirse a Él. Pero nosotros que hemos recibido el sacramento del Bautismo, no es un motivo de permanecer estancados, o como hacerse notar, muchos adultos tienen menos conocimiento de la doctrina católica, que aquellos niños que se toman en serio su aprendizaje en las catequesis y antes de su Primera Comunión.


El Año litúrgico predicado por
Benedicto XVI, Ciclo C
(26 de agosto de 2007)

Queridos hermanos y hermanas: 

También la liturgia de hoy nos propone unas palabras de Cristo iluminadoras y al mismo tiempo desconcertantes. Durante su última subida a Jerusalén, uno le pregunta:  “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. Y Jesús le responde:  Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán” (Lc 13, 23-24).
¿Qué significa esta “puerta estrecha”? ¿Por qué muchos no logran entrar por ella? ¿Acaso se trata de un paso reservado sólo a algunos elegidos?


Si se observa bien, este modo de razonar de los interlocutores de Jesús es siempre actual:  nos acecha continuamente la tentación de interpretar la práctica religiosa como fuente de privilegios o seguridades. En realidad, el mensaje de Cristo va precisamente en la dirección opuesta:  todos pueden entrar en la vida, pero para todos la puerta es “estrecha”.
No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es “estrecho” porque es exigente, requiere esfuerzo, abnegación, mortificación del propio egoísmo.


Una vez más, como en los domingos pasados, el evangelio nos invita a considerar el futuro que nos espera y al que nos debemos preparar durante nuestra peregrinación en la tierra. La salvación, que Jesús realizó con su muerte y resurrección, es universal. Él es el único Redentor, e invita a todos al banquete de la vida inmortal. Pero con una sola condición, igual para todos:  la de esforzarse por seguirlo e imitarlo, tomando sobre sí, como hizo Él, la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los hermanos. Así pues, esta condición para entrar en la vida celestial es única y universal.


En el último día —recuerda también Jesús en el evangelio—
no seremos juzgados según presuntos privilegios, sino según nuestras obras. Los “obradores de iniquidad” serán excluidos y, en cambio, serán acogidos todos los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, a costa de sacrificios. Por tanto, no bastará declararse “amigos” de Cristo, jactándose de falsos méritos:  “Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas” (Lc 13, 26). La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir:  se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con la mansedumbre y la misericordia, con el amor por la justicia y la verdad, con el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación. Podríamos decir que este es el “carné de identidad” que nos distingue como sus “amigos” auténticos; es el “pasaporte” que nos permitirá entrar en la vida eterna.
Queridos hermanos y hermanas, si también nosotros queremos pasar por la puerta estrecha, debemos esforzarnos por ser pequeños, es decir, humildes de corazón como Jesús, como María, Madre suya y nuestra. Ella fue la primera que, siguiendo a su Hijo, recorrió el camino de la cruz y fue elevada a la gloria del cielo, como recordamos hace algunos días. El pueblo cristiano la invoca como
Ianua caeli, Puerta del cielo. Pidámosle que, en nuestras opciones diarias, nos guíe por el camino que conduce a la “puerta del cielo”.


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