miércoles, 28 de mayo de 2014

Dios castiga, Udon fue llamado al Tribunal de Cristo

Dios nos ama, todos los sabemos bien, y lo decimos frecuente, pero parece que cuando decimos esta verdad, esta realidad de que Dios nos ama, mayormente se dice sin sentirlo desde el corazón, y de ahí sigue, luego el olvido de Dios.
El amor que Dios nos tiene nos debe llevar por los caminos de Dios, nunca los nuestros.  
La ingratitud, el egoísmo de nuestra oración, significa que está vacío de amor a Dios.
  • Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.» (Salmo 95 (94), 8) 
Cuando un pecador se olvida de profundizar sinceramente en la oración, va perdiendo méritos para el Señor. La costumbre de pecar, es eso, hundirse más en un pozo lleno de inmundicias, con todos los malos olores inimaginables en este mundo, que finalmente ya no se reconoce los avisos del Señor que nos invita a convertir nuestro corazón a Cristo.  
El corazón endurecido ya ha perdido la capacidad de reconocer que Dios si puede castigar por las malas obras, a los pecadores que no quieren buscar la misericordia de Dios en el sacramento penitencial.  
Cuántas veces el enemigo infernal, conocemos aquello que ha llegado a convencer a los más duros corazones, “no existe el infierno”, pero sí llegan a creer en la misericordia de Dios, y no abandonan su pecado. Y es por lo que otro de los engaños del príncipe de las tinieblas. Dios como es Misericordioso no castiga.
Cuando escuchamos hablar alguien así, y aun teniendo la Biblia por delante, o e Catecismo, o lo que nos enseña el Magisterio de la Iglesia Católica, la Sagrada Tradición, la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia Católica, los ejemplos de nuestro tiempo, que ya no se reconoce, el demonio les seduce y les hace creer, “Dios no castiga”.
Cuando sucede una tragedia, como un terremoto, un huracán, “eso es malo porque no viene de Dios, y Dios no castiga así”; estas personas no están interesadas por la oración, no están interesadas en buscar el Amor de Dios. Pues sólo desde el rechazo a la vida de santidad, es decir, cuando uno se entrega de lleno al mundo, ya no tiene el amor de Dios, y es por eso se hunde cada vez más en el lodo de la inmundicia. 
Por lo que veo, que cuando se piensa: “Dios no castiga”, porque no tiene el Amor del Padre (en 1º. Jn 2, 8). Todo aquel que tiene o busca ese amor de Dios, se convence por sí mismo de la realidad, que Dios castiga, pero sólo si no te conviertes de corazón. Los castigos de Dios es una invitación del amor de Dios y camino a la santidad. El corazón embrutecido, y por una falsa religiosidad, consigue tener la aprobación de otras personas, y se convierte en ciego que guía a ciegos. 
En las Sagradas Escrituras también leemos, que esas adversidades climatológicas, “desastres naturales”. Hemos convencernos desde el amor de Dios, que no hay desastres, el Señor no envía desastre, sino avisos para que todos nos convirtamos de corazón, con toda el alma.  
En una de las obras de San Alfonso María de Ligorio, Preparación para la muerte, es decir, que debemos prepararnos santamente para bien morir, en gracia de Dios, es una preparación para la vida eterna. Más de cien veces habla del castigo de Dios, y como podemos evitar esos castigos. Nosotros, todo ser humano hemos sido creados para la inmortalidad, y la eternidad junto a Dios la debemos comenzar inmediatamente, bueno, ya que es que teníamos que haber comenzado desde todos nuestros años pasados, desde que el Señor nos ha llamado a conversión, aunque algunos hayamos tenido la desdicha de no vivir en el pasado en santidad, desde el momento en que tenemos la seguridad de que Dios siempre ha estado a nuestro lado, porque nos ama, debemos perseverar en el fiel cumplimiento de su Santísima Voluntad. 
Veamos este ejemplo, los peligros gravísimos que acarrean los abusos a la Divina Misericordia de Dios.
 
La ingratitud  de Udon
 
Tritenio, Canisio y otros refieren que en Magdeburgo, ciudad de la Sajonia, había un hombre llamado Udon, el cual siendo joven fue de tan cortos alcances que era la burla de sus condiscípulos. Hallándose un día muy afligido por su incapacidad, fue a encomendarse a la Virgen Santísima delante de una imagen suya, María se le apareció en sueños y le dijo: «Udon, te quiero consolar, y no solamente te quiero alcanzar de Dios la sabiduría suficiente para librarte de las burlas, sino también un talento tan grande que cause admiración. Además te prometo que cuando haya muerto el obispo serás elegido en su lugar». Todo se efectuó como dijo María: progresó luego en las ciencias, y obtuvo el obispado de aquella ciudad. Pero Udon fue tan desagradecido con Dios y su Bienhechora que dejando toda devoción llegó a ser el escándalo de todos. Mientras una noche estaba en la cama con una sacrílega compañera, oyó una voz que le dijo: “Udon cesa de divertirte en ofensa de Dios, bastante ha durado esto” La primera vez que oyó estas palabras se enojó pensando que sería algún hombre que pretendía corregirle; pero viendo que las repitieron en la segunda y tercera noche, empezó a recelar que aquella voz fuese del cielo. A pesar de esto continuó en su mala vida; más, después de tres meses que Dios le concedió para que se arrepintiera, he aquí el castigo que sufrió. Se hallaba una noche en la iglesia de San Mauricio un devoto canónigo llamado Federico, rogando a Dios que se dignase poner remedio al escándalo que daba el prelado, cuando he aquí que se abrió la puerta de la iglesia empujada por un fuerte viento. Luego entraron dos jóvenes con antorchas encendidas en las manos, y se colocaron a los lados del altar mayor, entraron después otros dos, los cuales tendieron un tapete delante del mismo altar y pusieron sobre de él dos sillas de oro. Entró luego otro joven en traje de militar en espada en mano, el cual deteniéndose en medio de la Iglesia gritó: «¡Oh, Santos del cielo que tenéis vuestras sagradas reliquias en esta iglesia, venid a pronunciar la gran justicia que hará el Supremo Juez!» A estas voces aparecieron muchos santos, y también los doce Apóstoles como asesores de este juicio, y en fin entró Jesucristo, quien se sentó en una de aquellas dos sillas. Después apareció María acompañada de muchas santas vírgenes, y el Hijo la hizo sentar en la otra silla. Entonces ordenó que trajesen el reo, que era el desdichado Udon. San Mauricio habló pidiendo justicia de parte de aquel pueblo escandalizado por su vida infame. Todos levantaron la voz diciendo: «Señor, merece la muerte» «Que muera, pues», dijo el Juez eterno. Más antes de que ejecutase la sentencia (véase cuan grande es la piedad de María), la compasiva Madre salió de la iglesia para no asistir a un acto de justicia tan tremendo: y luego el celestial ministro de la espada que entró con los primeros se acercó a Udon, le hizo saltar de un golpe la cabeza del cuerpo, y desapareció la visión. La Iglesia se hallaba a oscura; y cuando el canónigo iba temblando a encender luz a una lámpara, se volvió y vio el cuerpo de Udon sin cabeza, y el cielo todo ensangrentado. Habiendo amanecido, el pueblo acudió a la iglesia, y el canónigo le refirió toda la visión y el final de aquella horrible tragedia. En el mismo día el infeliz Udon condenado, apareció a un capellán suyo que ignoraba todo lo que había pasado en la iglesia. El cadáver de Udon fue echado a una laguna, y su sangre quedó para perpetua memoria en el pavimento de la iglesia, que está cubierto siempre con una alfombra, y desde entonces se acostumbra levantarlo cuando toma posesión el nuevo obispo, a fin de que a la vista de semejante castigo piense en arreglar bien su vida, y en no ser ingrato a las gracias del Señor y de su Santísima Madre. (San Alfonso María de Ligorio, «Las glorias de María» T. II. Discurso II, punto 2, página 53. Editorial Apostolado Mariano. Sevilla).
 
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No hubo piedad para Udon, la Santísima Virgen María no intercedió por el ingrato, los santos suplicaron venganza contra el injusto. El canónigo había rogado a Dios que pusiera fin a tan horrendo escándalo, y todo el pueblo… 
 
«Dijo [Jesús] a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!» (Lc 17, 1)

«No deis escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios »(1 Cor. 11, 32)
 
 
No nos alarmemos, pues en una ocasión, compartí hace años, este ejemplo de Udon, y hubo quienes no llegaron a comprender el sentido.  
El pecador si se aparta del camino de la piedad y de la santidad, está rompiendo con los lazos de salvación que Jesucristo nos enseña y a por medio de María Santísima. Ni a Cristo Jesús, ni a María Santísima le agrada la perdición de las almas, lo leemos en las Santas Escrituras, acordémonos las lágrimas de sangre que Jesús derramó antes de ser detenido y luego darle muerte. Nuestros pecados nos embrutecen, nos deshumaniza totalmente, el pecado mortal vuelve a la persona como una bestia infernal, las impurezas es un desprecio a la bondad de Dios, es despreciar la intercesión de la Santísima Madre de Dios. Nadie en el mundo obligó a Udon a ser castigado. Pero Udon no es un único personaje, puede ser cualquiera que haga oídos sordos a la voz de Dios. Cuando la devoción a la Santísima Madre de Dios, no hay sinceridad, no hay deseo de conversión, la situación personal puede agravar por momentos.  
En este relato, vemos también un fuerte viento, advertencia del Señor. Los fuertes vientos, huracanes, o los terremotos, las inundaciones, etc. no son nada graves en comparación con un solo pecado mortal.


Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.» (Salmo 95 (94), 8) 
 
Udon no quiso escuchar la voz del Señor y endureció su corazón, esto sucede con todos los pecadores. Cuando no oramos, o lo hacemos atropelladamente, cuando no meditamos, cuando echamos a perder nuestra vida con los entretenimientos mundanos, los pensamientos impuros, un sin fin de cosas que gravemente perjudica nuestra vida, apartándola de Dios bruscamente, cuando nos dejamos seducir por la mundanidad. Udon tuvo la oportunidad de arrepentirse, pero no lo hizo.  Desde lo más alto, se lanzó a lo más bajo e inmundo, por la impureza.

Cuando un alma se consagra al Señor y comete pecado mortal, San Alfonso María de Ligorio, dice que es más fácil que se convierta un cristiano vicioso que un sacerdote impuro.


La impureza no se relaciona con la salvación de las almas. La costumbre de pecar, aparta al alma del temor de Dios, que ni siquiera ya hacen caso de las advertencias del castigo.
En otras reflexiones sobre los castigos de Dios, si no son seguidos, nos ayudará a no dejarnos engañar por aquellos corazones duros y mal dispuesto que dicen "Dios no castiga", y el diablo está desesperado, está que le rechina los dientes, porque no todos caen en esta mentira. Y si se habla sobre los castigos de Dios, es para que vivamos en Gracia de Dios, no una vida mundana, que nos hace miopes y hasta ciegos.

Pero hemos de tener el convencimiento, que mientras perseveremos en la Voluntad de Dios, siempre, viviendo en su Gracia Divina, aunque tengamos debilidades, no debemos procurar la desgracia del pecado mortal.

Cuando escuchamos la voz del Señor comenzamos a hacer mucha limpieza en nuestro interior, y el Señor nos va ayudando, no podemos ser perezosos. no debemos serlo para nuestro bien, para nuestra libertad y salvación eterna.

El que se arroja en el pecado mortal, está exigiendo la muerte para sí mismo.

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