Preguntémonos: ¿creo de verdad en Dios?, pues ¿cómo se
podría creer en Dios sin amarle ni obedecerle? Si el Señor nos manda que
hagamos tal cosa, y nos habla por medio también de la Iglesia Católica. ¿Por qué
hay almas cristianas que se rebelan contra la Iglesia Santa de Dios?
El Señor me habla por mi conciencia. Meditar tanto las Sagradas Escrituras, como el Catecismo, nos ayudaremos a formar nuestra conciencia, que debe ser recta, espiritual, ordenada hacia Dios.
Gracias a la misión de la Iglesia Católica creemos en Dios,
en la Santísima Trinidad. Pues si la Iglesia Católica, el alma iría tropezando
a cada instante, el corazón no viviría conforme al sentir de la Iglesia
Católica.
Se nos podría presentar que un cristiano nos estaría dando
malos ejemplos, ¿es esto ocasión para dejar de creer en É? ¡De ninguna manera!,
porque lo que nos encamina a la salvación es edificar sobre Roca que es Cristo.
Y cuando estamos edificados en Él, oramos por esas personas, para que se abran
al Espíritu Santo, se conviertan de sus maldades.
Cuando el amor a Dios es verdadero, persevera en ese amor, y
es imposible que apostate de la Iglesia Católica. Creer en Dios es amar y rezar
por la Iglesia.
La apostasía se comete, cuando hay un gran número de pecados
en su propia vida, malas confesiones o comuniones sacrílegas, las ansias por el
pecado y el vicio, y la Iglesia no puede consentir que nada manchado se
mantenga.
Hay quienes dicen que la Iglesia Católica es como un
hospital, pero en realidad no lo es. Lo que Cristo fundó es más que un
hospital, donde el alma que busca la santidad llega a perseverar y se salva.
Los hospitales, aunque hay capellanes, siguen siendo
hospitales, porque lo que se trata sobre todo, es la salud corporal, y la
Iglesia trabaja por la salud espiritual, son dos casos diferentes. Porque en la
Iglesia, aprendemos como ir perfeccionando nuestro amor a Dios. En los
hospitales, no todos los enfermos piden la presencia de un sacerdote, tan
necesaria en cualquier lugar.
¿Te
imaginas hermano, hermana, que una persona habla de Dios, pero por otra parte
usa expresiones altisonantes? En privado o en público. Algunas veces, y por la
costumbre adquirirá, lo que intentaba ocultar en privado, aparece en público,
pero esto es otro tema que tengo, “señales de muerte”, que en esta ocasión me
refiero a las palabras que están en contradicción con la belleza de las
expresiones espirituales.
Si alguien me habla de Dios, alabemos al Señor, pero si luego, aquel que nos
habla, “por hablar”, continúa en su conversación, con la fealdad de las cosas
feas, es que en realidad, no sabe lo que quiere. Pues hablar de Dios es
necesario hacerlo desde la belleza interior, es decir por una vida de Gracia.
Un mundano puede hablar de Dios, pero también de su mundanidad favorita,
cualquiera de sus aficiones mundanas deportivas, hay una clara contradicción,
en que está entregado más al mundo, y por eso no es capaz de vivir según
Jesucristo en plenitud de su corazón.
Pero Dios no se encuentra lejos de nosotros, y le
comprenderemos más, cuando más nos neguemos a nosotros mismos, porque Dios ama
a todas sus criaturas, pero una vida manchada por el pecado, es un muro que se
podría poner para no comprender el amor de Dios.
Creer en Dios tiene que ser desde el corazón, desde el
convencimiento personal, que si no tenemos amor a Dios, toda la suciedad que
hay en nuestra vida interior, se hace notar. Pero el verdadero adorador de
Dios, ya procura ser fiel al Señor en todos los sentidos, y lo consigue gracias
a los méritos de Cristo Jesús.
El alma está destinada a la vida, al Amor de Dios, por eso,
necesita amar a Dios, porque Él nos ha amado primero, cuándo aún no le habíamos
conocido ni amado, se nos a acercado, nos ha hablado al corazón. Y cuando nos
encontramos con el Amor, ya no podemos retornar al vómito de la idolatría y mundanidad
del Maligno. Le hemos comprendido. Y le rogamos y también por medio de la
Santísima Madre de Dios, que ese amor, no se extinga en nosotros.
Si ponemos atención al Catecismo, aprendemos también, cuál
es la causa de que el cristiano debe ser alegre, y es cuando nuestro amor a Dios es auténtico, pues el amor al mundo, causa demasiadas tristezas y angustias. Por eso, librémonos de lo que nos estorba para comprender que el Amor de Dios está por encima de la esclavitud y diversiones mundanas.
26 Cuando
profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: “Creo” o “Creemos”. Antes de
exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en la
Liturgia, vivida en la práctica de los Mandamientos y en la oración, nos
preguntamos qué significa “creer”. La fe es la respuesta del hombre a Dios que
se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al
hombre que busca el sentido último de su vida. Por ello consideramos
primeramente esta búsqueda del hombre (capítulo
primero), a continuación la Revelación divina, por la cual Dios viene al
encuentro del hombre (capítulo segundo).
y finalmente la respuesta de la fe (capítulo
tercero).
Capítulo primero
El hombre es “capaz” de Dios
I El deseo de Dios
27 El deseo
de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado
por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer hacia sí al hombre hacia sí, y
sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
La razón más alta de la dignidad humana consiste en la
vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo
con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por
amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si
no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador (GS 19,1).
28 De
múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han
expresado a su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus
comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones,
etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de
expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso:
El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para
que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo
y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a
Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se
encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y
existimos (Hch 17,26–28).
29 Pero
esta “unión íntima y vital con Dios” (GS 19,1) puede ser olvidada, desconocida
e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener
orígenes muy diversos (cf. GS 19–21): la rebelión contra el mal en el mundo, la
ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas
(cf. Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento
hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por
miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3,8–10) y huye ante su llamada (cf. Jon 1,3).
30 “Se alegre el
corazón de los que buscan a Dios” (Sal 105,3). Si el hombre puede
olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para
que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el
esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su
voluntad, “un corazón recto”, y también el testimonio de otros que le enseñen a
buscar a Dios
Tú eres grande, Señor, y muy digno de
alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre,
pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que,
revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el
testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña
parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que
encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro
corazón está inquieto mientras no descansa en ti (S. Agustín, conf. 1,1,1).
II Las vías de acceso al conocimiento de Dios
31 Creado a
imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios
descubre ciertas “vías” para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama
también “pruebas de la existencia de Dios”, no en el sentido de las pruebas
propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de “argumentos
convergentes y convincentes” que permiten llegar a verdaderas certezas.
- Estas “vías” para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el mundo material y la persona humana.
32 El mundo:
A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la
belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo.
S.Pablo afirma refiriéndose a los paganos: “Lo que de Dios
se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo
invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a
través de sus obras: su poder eterno y su divinidad” (Rom 1,19–20; cf. Hch
14,15.17; 17,27–28; Sb 13,1–9).
Y S. Agustín: “Interroga a la belleza de la tierra,
interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y
se difunde, interroga a la belleza del cielo...interroga a todas estas
realidades. Todas te responde: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una
profesión (“confessio”). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho
sino la Suma Belleza (“Pulcher”), no sujeto a cambio?” (serm. 241,2).
33 El hombre:
Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con
su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la
dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En estas aperturas,
percibe signos de su alma espiritual. La “semilla de eternidad que lleva en sí,
al ser irreductible a la sola materia” (GS 18,1; cf. 14,2), su alma, no puede
tener origen más que en Dios.
34 El mundo
y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni
su fin último, sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y
sin fin. Así, por estas diversas “vías”, el hombre puede acceder al
conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin
último de todo, “y que todos llaman Dios” (S. Tomás de A., s.th. 1,2,3).
35 Las
facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios
personal. Pero para que el hombre pueda entrar en su intimidad, Dios ha querido
revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación
en la fe. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a
la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana.
III El conocimiento de Dios según la Iglesia
36 “La
santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de
todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la
razón humana a partir de las cosas creadas” (Cc. Vaticano I: DS 3004; cf. 3026;
Cc. Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la
revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado “a
imagen de Dios” (cf. Gn 1,26).
37 Sin
embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre
experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su
razón:
A pesar de que la razón humana, hablando simplemente, pueda
verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento
verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su
providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras
almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar
eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a
Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles y
cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre
se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes
verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así
como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en
semejantes materias los hombres se persuadan fácilmente de la falsedad o al
menos de la incertidumbre de las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas
(Pío XII, enc. “Humani Generis”: DS 3875).
38 Por esto
el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca
de lo que supera su entendimiento, sino también sobre “las verdades religiosas
y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser,
en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con
una certeza firme y sin mezcla de error” (ibid., DS 3876; cf. Cc Vaticano I: DS
3005; DV 6; S. Tomás de A., s.th. 1,1,1).
IV ¿Cómo hablar de Dios?
39 Al
defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia
expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y
con todos los hombres. Esta convicción está en la base de su diálogo con las
otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con los no
creyentes y los ateos.
40 Puesto
que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es
también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según
nuestro modo humano limitado de conocer y de pensar.
41 Todas
las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de
Dios. Las múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su
belleza) reflejan, por tanto, la perfección infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de las
perfecciones de sus criaturas, “pues de la grandeza y hermosura de las
criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor” (Sb 13,5).
42 Dios
transciende toda criatura. Es
preciso, pues, purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de
limitado, de expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir
al Dios “inefable, incomprensible, invisible, inalcanzable” (Anáfora de la
Liturgia de San Juan Crisóstomo) con nuestras representaciones humanas.
Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.
43 Al
hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano,
pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su
infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto, que “entre el Creador y
la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la diferencia entre ellos
no sea mayor todavía” (Cc. Letrán IV: DS 806), y que “nosotros no podemos
captar de Dios lo que él es, sino solamente lo que no es y cómo los otros seres
se sitúan con relación a él” (S. Tomás de A., s. gent. 1,30).
RESUMEN
44 El hombre es por naturaleza y por vocación un ser
religioso. Viniendo de Dios y yendo hacia Dios, el hombre no vive una vida
plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios.
45 El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en quien
encuentra su dicha.” Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, no habrá ya
para mi penas ni pruebas, y viva, toda llena de ti, será plena” (S. Agustín, conf. 10,28,39).
46 Cuando
el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su conciencia,
entonces puede alcanzar a certeza de la existencia de Dios, causa y fin de
todo.
47 La
Iglesia enseña que el Dios único y verdadero, nuestro Creador y Señor, puede
ser conocido con certeza por sus obras, gracias a la luz natural de la razón
humana (cf. Cc.Vaticano I: DS 3026).
48 Nosotros
podemos realmente nombrar a Dios partiendo de las múltiples perfecciones de las
criaturas, semejanzas del Dios infinitamente perfecto, aunque nuestro lenguaje
limitado no agote su misterio.
49 “Sin el Creador la criatura se diluye”
(GS 36). He aquí por qué los creyentes saben que son impulsados por el amor de
Cristo a llevar la luz del Dios vivo a los que no le conocen o le rechazan.
Unas palabras más; la primera vez que leí, ya hace años, lo que dice que el hombre por naturaleza es religioso, me convencí que es una realidad, que nos ha marcado nuestro Señor Jesucristo, que por nuestro bautismo, y nuestro seguimiento a Dios, somos religiosos. Y como personas religiosas, no podemos poner límite a esta vocación. Ser religioso es ser totalmente libre, pero obedeciendo con humildad de corazón, y sin murmuraciones, las enseñanzas de la Iglesia Católica, su Magisterio nos ayuda precisamente a ser libres en Cristo Jesús.
Unas palabras más; la primera vez que leí, ya hace años, lo que dice que el hombre por naturaleza es religioso, me convencí que es una realidad, que nos ha marcado nuestro Señor Jesucristo, que por nuestro bautismo, y nuestro seguimiento a Dios, somos religiosos. Y como personas religiosas, no podemos poner límite a esta vocación. Ser religioso es ser totalmente libre, pero obedeciendo con humildad de corazón, y sin murmuraciones, las enseñanzas de la Iglesia Católica, su Magisterio nos ayuda precisamente a ser libres en Cristo Jesús.
Dios te llene de muchas bendiciones. y que a ninguno de nosotros ni a nuestros seres queridos nos falte la protección de la Santísima Madre de Dios.
Amigo José Luis, todo lo que aquí escribes está lleno de razón y sabiduría. Al leerlo me hace reflexionar, aprender y renovar mi Fe. Gracias siempre amigo.
ResponderEliminarDesde la Tertulia Cofrade Cruz Arbórea te deseamos Feliz Navidad y Próspero 2.014.