miércoles, 9 de octubre de 2013

No cerremos nuestro corazón a Dios

Siempre daremos gracias al Señor, porque a todos se nos ha dado la oportunidad de corresponderle con fidelidad, pero ya sería triste para el alma cristiana, volverse al vómito del mundo, y pensar que está sirviendo al Señor, son personas que no lo van a tener fácil, pues la tibieza no es una virtud cristiana, no es un don de Dios.
 
A todos se nos da la misma oportunidad de abrir nuestro corazón al seguimiento de Cristo. Y es que verdaderamente Dios no se olvida de ninguno de nosotros, porque nos ama, pero no todos saben amar a Dios conforme al Espíritu Santo, porque aman las cosas que el mundo le ofrece, se colocan al margen del Amor de Dios, pero su corazón endurecido, no les ayuda a comprender la verdad. Pero... ¿por que mi corazón está endurecido tanto que pongo al mismo nivel la felicidad de Dios y la del mundo?, nos podríamos preguntar, y si somos sinceros, iremos también a la luz del Evangelio, del Nuevo Testamento, y encontraremos la respuesta que necesitamos.
 


 
 
Esta foto vemos a tres Santos, conocemos a San Francisco de Asís, a la derecha de San Francisco esta San Buenaventura, y en el otro lado a San Antonio de Padua, la tomé en la localidad murciana.

Es muy penoso, que uno quiera esclavizarse con sus propios deseos terrenales, se gozan de ellos. Yo puedo asegurar que cualquier alma cristiana, que lleve a Cristo en su propia vida, en su propio corazón, no puede aferrarse ni dejarse contaminar por la idolatría ni las cosas terrenales, los que no llevan el Espíritu de Dios, no son de Dios. Pues llevar el Espíritu Santo, no lleva al corazón a las ansias terrenales, ni por divertimento.

¿Cómo puedo saber si tengo el Espíritu de Cristo? pongamos atención a lo que dice el Apóstol San Pablo: «...así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios. Más vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece; más si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia.  Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros.» (Ro. 8, 8-11)
 
Entonces, que si me complazco en las cosas paganas, es que no estoy siguiendo a Cristo, por lo cual, si el mundo ya me recompensa, pierdo la Herencia eterna, y de nada me sirve hacer las cosas para Dios, mientras mi corazón se incline a lo terrenal y mundano. Los mundanos no pueden heredar el Reino de los cielos, ya lo tienen todo en este mundo, hablarán de cosas del cielo, pero no tienen todo su corazón a Dios. ¿Es el mío así? Un cristianismo superficial no es un verdadero cristianismo. Insistiendo como tantas veces, que el verdadero cristiano, no procura las cosas terrenales.
 
Yo pienso, hermanos, que si rezamos, pero seguimos teniendo ataduras con las cosas terrenales, puede ser es que rezamos con tibieza, buscándonos a nosotros mismos, y es por eso, que nunca el corazón se determina definitivamente por entregarse del todo al Señor. A muchos no le preocupa esta división de su propio corazón. Pero nosotros, cuando oremos, debemos hacerlo como nos pide el Señor.

Problema personal cuando un cristiano tibios no reconozca su tibieza, huyen de la vida espiritual; porque yo veo que es imposible ser un cristiano como nos enseña Cristo y los Apóstoles, cuando el corazón, como queda dicho, se ata a lo mundano, no sabe pasar sin esos eventos paganos e idolátricos. Son esos cristianos que aún cuando hacen sufrir a Cristo y a María Santísima, se ríen, "no pasa nada", No pasa nada ahora, pero va a pasar lo que a esa pobre alma, pensaba se imaginaba que no iba a pasar.

Mis buenos hermanos, no endurezcamos el corazón, y escuchemos la voz del Señor, escuchar significa poner en práctica todo lo que se nos enseña mediante la Iglesia Católica, su Magisterio, las enseñanzas de los Papas, una renuncia al mundo. No puedo ser seguidor de Cristo únicamente con la palabra, he de poner todo mi corazón en este empeño. ¿Te animas también?, responde a Jesucristo lo que realmente quieres.

Que cada cristiano nos alimentemos diariamente de la Palabra de Dios, porque una cosa es hablarla de ella, o compartirla, pero sin que nosotros sigamos esa dirección.

 ¿Cómo puedo responder al Señor? Dirigiéndome al sagrario, rezar, no decir palabras de oración, sino que nuestro corazón, si se convierte en oración, no será lo mismo que hemos aprendido de memoria, se nos ha grabado en el corazón, en la mente, y no queremos separarnos del Señor.

Palabras tan olvidadas como el que nos decía el Papa Emérito Benedicto XVI en repetidas ocasiones: «No anteponer nada al Amor de Cristo» Y todavía se antepone muchas cosas... que no sirven sino para ruina del alma, de apagar el crecimiento de la fe. Y aunque hablemos de Cristo, nos faltara ese espíritu cristiano. Porque el espíritu del mundo no nos acerca al Señor de nuestra Salvación eterna, sino que nos alejamos a grandes pasos, por culpa nuestra, de nuestras aficiones mundanas que son idolatrías.

¿Por qué nos quejamos de que los no creyentes no crean? Con frecuencia, ni siquiera el cristiano que trata de llevar el mensaje de salvación de Dios, no consigue que los no creyentes, se animen a creer, cuando estos mismos cristianos por la superficialidad de su vida, sus ataduras a ciertos vicios, a la mundanidad de su corazón, no creen realmente lo que dice, porque si creyeran de verdad, serían como otros Cristo.

Y según la gravedad de los pecados de los que escuchan el Evangelio, es decir, si su corazón está cerrado y no quiere abrirse a la verdad, pensemos en aquellos que no quisieron creer a Jesús ni quisieron convertirse.

Pero nosotros tenemos la oportunidad por que hemos nacido en una familia católica, y bajo la protección de la Santa Madre Iglesia Católica, razones justas, que nos debe ayudar a seguimiento de Cristo, porque creer en Dios, es seguirle de corazón, no con un sí, pero luego no. Ese sí debe ser constante, sin perder de vista a Cristo a quien tenemos delante y nos guía por medio del Papa hacia el Padre Celestial.

Ahora, meditemos atentamente estas palabras del Santo Padre Francisco, que nos enseña que no debemos cerrar la puerta a Cristo que nos ama, no debemos negarle ya que viene a nosotros:

«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.» (Ap. 3, 20). Muchas almas no quieren oír la llamada del Señor, porque le atrae más el mundo. El Señor nos dice que no seamos como ellos (cfr. Mt. 6, 8).

 
Tentaciones: la oración como fórmula sin corazón, y la justicia sin perdón
Un corazón que sabe orar y sabe perdonar. Por esto podemos reconocer a un cristiano. Lo explicó la mañana del martes el papa Francesco durante la homilía de la misa presidida en la Casa Santa Marta. Y a partir del evangelio, dedicado a la santa por quien lleva el nombre su residencia, recordó que "la oración hace milagros", siempre que no sea el resultado de un acto mecánico.

  
Marta y el profeta Jonás. Estas figuras modélicas del nuevo y del antiguo testamento, presentadas por la liturgia de hoy, estaban unidos por una idéntica incapacidad: no sabían cómo orar. El papa Francisco ha desarrollado la homilía sobre este aspecto, a partir de la famosa escena en el evangelio donde Marta le pide casi en tono de reproche a Jesús, que su hermana la ayudara a servir en lugar de permanecer quieta para escucharlo, a lo que Jesús responde: "María ha escogido la mejor parte". Y esta "parte", afirma el papa Francisco, es "la de la oración, la de la contemplación de Jesús":
 
"A los ojos de su hermana estaba perdiendo el tiempo, también parecía un poco fantasiosa: mirar al Señor como si fuera una niña maravillada. Pero, ¿quién quiere eso? El Señor: ‘Esta es la mejor parte’, porque María escuchaba al Señor y oraba con su corazón. Y el Señor un poco nos dice: ‘La primera tarea en la vida es esto: la oración'. Pero no es la oración de las palabras, como loros, sino la oración, el corazón: observar al Señor, escuchar al Señor, pedir al Señor. Sabemos que la oración hace milagros".
 
Y la oración produce un milagro, incluso en la antigua ciudad de Nínive, a la que el profeta Jonás anuncia en nombre del Dios la destrucción inminente, pero que se salva porque los habitantes, creyendo en la profecía, se convierten del primero al último, invocando el perdón divino con todas sus fuerzas. Sin embargo, incluso en esta historia de la redención el papa identifica una actitud errónea, la de Jonás, más dispuesto a una justicia sin misericordia de una manera similar a Martha, con una tendencia al servicio que excluye la vida interior:
 
"Y Martha hacía esto: ¿hacía cosas? ¡Pero no oraba! Hay otros como el terco Jonás, que son los justicieros. Él iba, profetizaba, pero en su corazón decía: ‘Pero se lo merecen. Se lo merecen. Se la han buscado!'. Él profetizaba, ¡pero no oraba! No pedía perdón al Señor por ellos. Solo los golpeaba. Son los verdugos, ¡los que piensan que tienen razón! Y al final --continúa el libro de Jonás-- se ve que era un hombre egoísta, porque cuando el Señor lo ha salvado, por la oración del pueblo, Nínive, él se ha  enojado con el Señor: ‘¡Tú siempre eres así. Tú siempre perdonas!'.
 
Por lo tanto, concluye el papa Francisco, la oración que es solo fórmula sin corazón, así como lo es el pesimismo o la inclinación a una justicia sin perdón, son tentaciones que el cristiano siempre debe evitar para llegar a elegir "la mejor parte":
 
"Incluso cuando no oramos, lo que hacemos es cerrar la puerta al Señor. Y no orar es esto: cerrar la puerta al Señor, para que Él no puede hacer nada. En cambio, la oración, frente a un problema, en una situación difícil, en una calamidad, es abrir la puerta al Señor para que venga. Porque Él atrae las cosas, Él sabe arreglar las cosas y acomodar las cosas. Orar es esto: abrir la puerta al Señor, para que haga algo. Pero si cerramos la puerta, ¡el Señor no puede hacer nada! Pensemos en esta María que ha escogido la parte mejor y nos hace ver el camino de cómo se abre la puerta al Señor".
 
Traducido y adaptado por José A. Varela del texto en italiano de Radio Vaticana

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