viernes, 2 de agosto de 2013

San Alfonso Maria de Ligorio, obispo y doctor de la Santa Iglesia Católica

Hoy estamos a dos de agosto, el día 1 precisamente tenía que haber compartido esta reflexión, pero por asuntos que Dios conoce, no lo hice. Pero no por eso, al menos un servidor, no puedo de olvidarme de San Alfonso María de Ligorio, me ayudó mucho en los momentos que más necesitaba, sobre la confesión, sobre el amor a Jesús, a María Santísima. Pues no llegaba a encontrar ayuda espiritual en mi ciudad, que se tomara muy en serio, mi vida. Jesús por medio de este santo, también por el Papa Juan Pablo II, Benedicto XVI, fuero los impulsores de mi conversión, aunque ya se había adelantado la Santísima Madre de Dios, que arrancó mi vida del infierno en que yo estaba pasando. Pues Jesús me envió a la Madre de Dios, como luego a los demás ya mencionados.

San Alfonso María de Ligorio es uno de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia Católica, más recomendado por los que están en vías de salvación eterna, por ejemplo, el gran Papa Benedicto XVI, dedico alguna de sus audiencias para hablar de este modelo, para almas consagradas y los que no estamos en conventos ni somos sacerdotes, pues siempre nos habla de Jesucristo.

Las visitas al Santísimo, Práctica del Amor a Jesucristo, las Glorias de María, «La Selva», son sermones que nos ayudan a cambiar nuestra vida para la vida conforme a Cristo. Todos sus escritos merecen toda nuestra atención, pues no solamente están estos títulos, hay más, como la meditación a la Pasión de Cristo, etc. Sí, el mundo sigue necesitando santos, santas, consagrados, en el matrimonio, en todas las profesiones, pero se ha de comprender que la llamada del Señor, podría ser que quiera que tú seas sacerdote, religioso para sus hijos, y para sus hijas, religiosa, o, para las misiones católicas, pues no olvidemos que en el Reino de Dios hay muchas moradas, y la tuya si quieres la tienes casi preparada, no la dejes vacía; no la dejemos vacía. Pues Dios nos llama a todos.
etc. Si nos tomamos en serio el camino para salvar nuestra alma, siempre lo haremos desde Cristo, unidos a la Iglesia Católica, somos hijos e hijas de la Iglesia Católica que es Madre y Maestra. No se puede equivocar en sus enseñanzas, porque es el Espíritu Santo quien la guía y la protege de todo mal.

Alguien me había recomendado, por los años 90, que leer a San Alfonso María de Ligorio, y así como otros libros espirituales, con la aprobación de la Iglesia Católica, no era nada recomendable, y que debía tirarla inmediatamente a la basura. Qué cosas verdad, cuando falta la vida de Gracia, cuando un corazón está entregado a las mundanidades del Maligno, sueles dar estos tipos de malos consejeros, los que no son de Cristo son así.

Pero los Santos siempre quieren nuestro bien y salvación eterna, y los que no viven conforme a Jesucristo, y que tienen una vana apariencia de fe, que no es fe, sino un engaño, tienden a que nos inclinemos también hacia sus propios gustos personales. Pero no nos interesa seguirle, y debemos taparnos el oído para no oír las proposiciones que el demonio quiere que aceptemos. Con la Gracia de Dios, con su amor, toda tentación será superada.

Pidamos a la Santísima Madre de Dios, que como San Alfonso María de Ligorio, también nosotros venzamos el mundo, definitivamente, para alcanzar la herencia del Reino de los cielos.

 
San Alfonso María de Ligorio

  • «Prestigioso jurista, fundador de los redentoristas, Doctor de la Iglesia, patrón de los confesores y moralistas. Para Juan Pablo II: una figura gigantesca no solo de la historia de la Iglesia, sino de la misma Humanidad»

 

Madrid, 01 de agosto de 2013 (Zenit.org) Isabel Orellana Vilches |
Este gran maestro de la vida espiritual, cuyo ejemplo ha movido a tantos a perseguir a la santidad, nació en Marianella, quinta cercana a Nápoles, Italia, el 27 de septiembre de 1696. Primogénito de siete hermanos, seguramente ni su padre, capitán de galeras del rey, ni su madre, perteneciente a la aristocracia, olvidaron el vaticinio de san Francisco de Jerónimo, quien al nacer el niño les advirtió que llegaría a ser obispo y que moriría longevo habiendo dado gloria a la Iglesia. Esta profecía del jesuita se cumplió rigurosamente. De manos de su madre Alfonso recibió la instrucción cristiana y la ejercitó junto a su familia con actos cotidianos de piedad. Su inteligencia era tal que a los 16 años, algo verdaderamente excepcional, se graduó por doble vía como doctor en derecho civil y canónico complementando así su gran preparación artística, científica y musical. No eran menos notables sus cualidades espirituales que desarrolló con religiosos de san Felipe Neri y con los padres filipenses.

Siendo flamante abogado, con una importante clientela, compareció en Nápoles ante un tribunal dando pruebas fehacientes de su conocida elocuencia. La fama y el éxito le precedían por su brillante capacidad para salir victorioso de todos los casos que defendió. Pero erró en el pleito que sostuvo contra el duque de Toscana debido a una vil escaramuza ajena a él. Permaneció sumido en llanto en su aposento, colgó la toga, cerró el bufete, puso su espada a los pies de María y se olvidó de la profesión. Las visitas al Hospital de Incurables y la lectura de vidas de santos, junto a la oración que realizaba ante el Santísimo expuesto en las Cuarenta Horas, fueron su único consuelo. Un día, mientas atendía a los enfermos, escuchó: «Deja el mundo y entrégate del todo a Mí», locución que se repitió cuando abandonaba el hospital. Antes había dejado al arbitrio de Dios la respuesta acerca de un matrimonio con la hija de un príncipe. Él le llamaba para sí y conmovido, manifestó: «Dios mío, demasiado he resistido a vuestra gracia; aquí me tenéis; haced de mí lo que queráis». Este fíat particular lo ratificó ante María y después lo comunicó a sus allegados. Su padre no entendía su decisión, y su madre se deshizo en lágrimas. Pero Alfonso, venciendo toda resistencia, lo cual no fue fácil, después de cursar los estudios correspondientes, en 1726 fue ordenado sacerdote cuando tenía 30 años. Su progenitor comenzó por negarle la palabra. Después, pensando en los honores que su hijo podía obtener, se reconcilió con él.

Sin perder tiempo comenzó la evangelización por los barrios marginales de Nápoles. Era un rayo de luz brillando en medio de la sordidez en la que muchos malvivían. Malhechores, prostitutas, los que carecían de lo elemental para sostenerse dignamente, rezaban de forma comunitaria y se familiarizaban con la Palabra de Dios bajo la dirección de Alfonso y de otros sacerdotes. Les animaba a vivir la santidad. Cuando llegó a oídos del arzobispo de Nápoles esta sorprendente labor, cómo daba a conocer la fe al aire libre logrando que trabajadores y personas de escasos recursos pudieran recibir esa gracia, autorizó que se reunieran en las capillas; así nacieron las famosas «capillas del Atardecer». Los jóvenes del lugar se fueron incorporando a la dirección de esta fecunda actividad.

Su anhelo era misionar en China (se había alojado en el Colegio de los Chinos), y morir allí por Cristo. Pero, agotado por su intensa actividad fue a Scala para recuperarse. Al tomar contacto con la gente del lugar y apreciar su deficiente formación religiosa, se sintió llamado a erigir una nueva fundación dirigida a las zonas rurales. El 9 de noviembre de 1732 con un grupo de sacerdotes fundó la Congregación del Santísimo Redentor. Tras muchas penalidades, en 1749 fue aprobada por Benedicto XIV. Paralelamente, y con el fin de proporcionar adecuada formación a los seminaristas, Alfonso comenzó a redactar tratados de Moral. Su obra se fue incrementando con más de un centenar de textos de espiritualidad y de teología universalmente reconocidos. Entre otros se hallan las Máximas Eternas, Las Glorias de María y la Práctica de amor a Jesucristo. Están escritos con un lenguaje sencillo y ameno, accesible para los que no tenían especial preparación. Cristo, el Evangelio y la oración, junto con su devoción por María, la meditación sobre los misterios de la Encarnación y de la Pasión fueron algunos de los pilares de su vida espiritual. Respecto a la oración, hizo notar: «Quien reza se salva». Aseguró también: «Dios no niega a nadie la gracia de la oración, con la que se obtiene la ayuda para vencer toda concupiscencia y toda tentación. Y digo, replico y replicaré siempre, durante toda mi vida, que toda nuestra salvación está en el rezar».

Designado obispo de Sant'Agata dei Goti, se negó en varias ocasiones a aceptar la misión, aunque finalmente fue consagrado en 1762. Los trece años de ejercicio pastoral tuvieron el sello de su exquisita caridad. En 1775 se retiró a Pagani, Salerno. Padecía una dolorosa artrosis deformante que mantenía su espalda curvada, y que se fue agudizando. Pasó años llenos de sufrimientos a todos los niveles, físicos y espirituales, algunos creados por el devenir de la congregación y otros muchos problemas internos. Hasta llegó a ser alejado de la Orden por voluntad de Pío VI en 1780, hecho que acogió con su proverbial sentido de unidad y respeto a la Sede Apostólica. Murió el 1 de agosto de 1787; tenía cerca de 91 años. Pío VII lo beatificó el 15 de septiembre de 1815. Gregorio XVI lo canonizó el 26 de mayo de 1839. En 1871 Pío XI lo proclamó Doctor de la Iglesia. Y en 1950 Pío XII lo nombró patrono de los confesores y moralistas. Juan Pablo II dijo de él: «San Alfonso es una figura gigantesca no solo de la historia de la Iglesia, sino de la misma Humanidad».

(01 de agosto de 2013) © Innovative Media Inc.

 
 

 

  • Mis buenos hermanos, apartémonos de todo quien trate con indiferencia a los Santos Padres y Doctores de la Iglesia Católica. Pues su corazón endurecido, no les permite aceptar seriamente el Evangelio e Cristo.
  • El Señor nos concede un tiempo precioso, para la oración y meditación, para alimentarnos de la Eucaristía y fortalecer nuestro espíritu, para apartarnos del ruido del mundo y dedicarnos con más entereza al Señor, sin preocuparnos por la corrupción del mundo, para leer vida y doctrina de santos, que nos mantienen en alerta contra los enemigos: "Mundo, demonio y carne". Aprovechemos para meditar las enseñanzas el Papa Benedicto XVI, del Papa Francisco, o sea, de los Santos Padres de la Iglesia Católica. Pues así, nuestros enemigos no tendrán poder sobre nosotros.

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