jueves, 17 de enero de 2013

San Antonio Abad

Leyendo la vida de San Antonio Abad, vemos como combatió contra los espíritus infernales, no por su propia fuerza, porque terminaría vencido, sino por la Gracia y el poder de Cristo nuestro Señor.
 
No es fácil, no hay posibilidad de vencer la más mínima tentación, mientras estemos apegado a las cosas mundanas. Por eso necesitamos la vida de Gracia, tomarnos muy en serio el camino que nos enseña Jesucristo y la Iglesia Católica.
 
Todavía es reciente en muchas personas, la desesperación de los que no viven la fe, como se preocupaban amargamente sobre el fin del mundo.
 
Pero los que somos hijos e hijas de la Iglesia Católica, esas noticias, ni siquiera las crisis no debe afectar, porque vamos a dejar este mundo, y la crisis de una o de otra forma continuará.
 
Nuestra única preocupación es vivir con perseverancia la fe con los mismos sentimientos de la Iglesia Católica, trabajando día a día por crecer en Gracia ante Dios, que es lo que nos debe preocupar, el complacer al Altísimo.
 

 
San Antonio Abad.
Iglesia parroquial San Mauro y San Francisco-
Esta foto la hice esta mañana, al terminar la Santa Misa,
SAN ANTONIO, ABAD

Memoria

San Atanasio de Alejandría, Vida de san Antonio (2-4: PG 26, 842-846)

La vocación de san Antonio



SAN ANTONIO, ABAD
Memoria
SEGUNDA LECTURA
San Atanasio de Alejandría, Vida de san Antonio (2-4: PG 26, 842-846)
La vocación de san Antonio
Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana.
Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior cómo los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de la venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio:
«Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego vente conmigo».
Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y como si aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana.
Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio:
«No os agobiéis por el mañana».
Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase en su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó stf` hermana a unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación: en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió enfrente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación.
Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: El que no trabaja que no coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres.
Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para ser constantes en orar: en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llegó un momento en que su memoria suplía los libros. Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano.


 Para saber más:
San Antonio Abad (Aci Prensa)
 
 

 
Hay cosas en este mundo, que no nos deben inquietar, solo la que corresponde a la vocación que el Señor nos ha dado en nuestro corazón, en nuestra vida. Porque yo no podría decir a otros, "ven a mi terreno", esto no es cristiano, que no es lo mismo invitar a la oración a otros hermanos, hermanas, ¿Quieres rezar conmigo el Santo Rosario?; ¿Vamos a Misa? No siempre vamos a oír aceptación a la invitación, sino alguna negación, pero no por eso, debemos insistir, a quienes han dejado claro que no están por la oración. Algunas personas católicas, cuando yo les decía determinados puntos que afirmaba el Catecismo de la Iglesia Católica, tal me respondía con alguna negación.

También he oído algo así; "¡Déjame de Evangelio!", esto para mí, no es motivo de discusión, sino para aprender a ser más humilde y no responder de ninguna manera, quien no se dispone su corazón al Espíritu Santo.

El Señor no permite a uno, lo que es el trabajo para otros. Y por esto, y mucho más le estoy agradecido al Señor. Me enseña a callar, a ser más humilde de corazón. A mí, porque soy un pobre pecador, pero también entre los santos, Dios no le permitía tales cosas. Vemos en la vida de tantos santos y santas, y como crecieron en humildad, las incomprensiones, o como se dice actualmente, "malos entendidos".

«Antonio, ocúpate de ti mismo.».

 
El abad Antonio escrutaba la profundidad de los juicios de Dios, y preguntó: «Señor, ¿por qué algunos mueren después de una vida corta, mientras otros alcanzan una prolongada ancianidad? ¿Por qué unos carecen de todo y otros nadan en la abundancia? ¿Por qué los malos viven en la opulencia y los justos padecen extrema pobreza?». Y vino una voz que le dijo: «Antonio, ocúpate de ti mismo. Así son los juicios de Dios y no te conviene conocerlos».
(Sentencias de los Santos Padres del Desierto , XV, 1, La humildad, página 225. Biblioteca Catecumenal, Desclee de Brouwer. 1988.)

1 comentario:

  1. Siempre digo que tenemos muchísima suerte por tener Fe, aunque a veces se debilite, porque esa confianza ciega nos llena de Esperanza. Preciosa y evangelizadora entrada amigo.

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