sábado, 8 de septiembre de 2012

Comentarios: a las lecturas: Domingo XXII, Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mis buenos hermanos,
 
Necesitamos meditar, con el propósito de poner en práctica la Palabra de Dios, necesitamos cada día, poner en práctica, lo que corresponde a nuestra vocación, que DIos en su misericordia ha puesto en nuestro corazón.
 
¿Qué es lo que me separa todavía de Cristo? Nosotros podríamos pensar que estamos en el buen camino, que es lo mismo seguir a Cristo, y practicar las mismas cosas que el paganismo. Yo pienso, que si un cristiano siguen las modas paganas, ya no es un verdadero cristiano. Pues hay cristianos que están convencidos de que aman a Dios, pero sin renunciar a los procederes de este mundo, de tradiciones trimilenarias por ejemplo, es decir, de entretenimientos de antes de Cristo.
 
Pero nosotros somos cristianos, no podemos vivir una vida en contradicción. Hacer una revisión de nosotros mismos, y ser obediente a lo que nos manda la Iglesia Católica es saber como sacar buen provecho para nuestra vida, la Iglesia Católica siempre nos está encaminando hacia Cristo. Por eso, cuando hay cristianos consagrados por la causa de Cristo, nos recuerdan lo que hemos de hacer, lo que necesitamos renunciar, para que Cristo no se aparte de nosotros.
 
 Nosotros ¿a qué grupo pertenecemos?
1. ¿Los que dicen sí a Cristo, pero nos complacemos en muchas cosas de este mundo que ofende a Dios?;
2. ¿Los que dicen sí a Cristo, y nos esforzamos en vivir como Él nos enseña?

En este mundo, sin ser del mundo, tenemos la necesidad de pasar hacia la eternidad haciendo el bien, pero si nos mezclamos con lo mundano, ya no estamos haciendo bien, y hacemos sufrir a Cristo, porque le estamos ofendiendo con nuestras cosas que no tiene que ver en dar gloria a Dios.

Necesitamos ser auténticos cristianos.
Foto
por Mario Ortega
 
 
COMENTARIO A LAS LECTURAS DEL DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B
 
 
1ª Lectura: Deuteronomio 4, 1-2.6-8
Moisés habló al pueblo diciendo: “Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entrareis a tomar posesión de la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os va a dar. Estos mandatos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente." Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta Ley que hoy os doy?”
 
Salmo 14 - Señor, ¿Quién puede hospedarse en tu tienda?
 
2ª Lectura: Santiago 1, 17-18.21b.22-27
Mis queridos hermanos: Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni periodos de sombra. Por propia iniciativa, con la Palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas. Aceptad dócilmente la Palabra que ha sido planteada y es capaz de salvarnos. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo.
 
Evangelio: Marcos 7,1-8,14-15.21-23
En aquel tiempo se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse las manos). (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen si lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús: “¿Por qué comen tus discípulos con mano impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?”
Él les contestó: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.” Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.”
En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo: “Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.”
 
LOS MANDAMIENTOS QUE ESCUCHAMOS... ¿Y CUMPLIMOS?
 
“Escucha los mandatos”, nos dice hoy la primera lectura. “Llévalos a la práctica y no os limitéis a escucharlos”, añade el apóstol Santiago en la segunda. Y por fin en el Evangelio, concluye Jesús: “Escuchad y entended todos”. El verbo “escuchar” y el hecho de “escuchar a Dios” aparecen en las tres lecturas de hoy… una interesante interconexión.
 
Escuchamos a Dios, sin duda, escuchamos sus mandamientos porque los llevamos inscritos en nuestro interior. La voz de nuestra conciencia nos habla y nosotros la escuchamos. El Concilio Vaticano II nos dejó uno de sus mejores destellos en el número 16 de la Constitución Gaudium et Spes: “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla.”
 
Los mandamientos no están escritos en una tabla de piedra. Lo estuvieron, y esa es precisamente una significativa imagen de la historia anterior a Cristo, puesto que precisamente Cristo vino a revelarnos que es en nuestro interior donde está escrita la Palabra de Dios, donde Dios nos habla. Nuestra conciencia es el lugar donde Dios y el hombre se encuentran, “sagrario del hombre” según la expresión conciliar que acabamos de leer. Esta semana pasada celebrábamos a San Agustín, el cual precisamente confesaba en forma de oración a Dios: “Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba (…) Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo.”
 
En nuestro interior, en nuestra conciencia, Dios nos habla. Es cierto que podemos ahogar esa voz, que podemos silenciarla a base de hacer lo contrario a lo que nos dice. Puesto que igualmente que en nuestro interior habla Dios, igualmente “de dentro del corazón del hombre – como nos ha enseñado Jesús – salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”. Escuchamos los mandamientos, pero ¿los cumplimos?
 
La batalla se libra en nuestro interior. Tanto la virtud como el pecado están dentro de nosotros. Se manifiestan al exterior, pero salen de dentro. Esto es fundamental, porque si no, concebiremos nuestra vida cristiana de un modo absolutamente equivocado. Yo por un lado y Dios por otro. Cumplo con Él, porque voy a Misa los domingos y no soy tan malo porque ni robo ni mato… es decir, cosas externas… ¿y el interior?
 
“Escuchad todos y entended”, nos dice hoy Jesús. Y conviene repasar bien la lista de pecados que Él mismo nos enumera en el Evangelio de hoy, porque es muy concreta y quizás nos haga descubrir, si hacemos un buen examen de conciencia, la voz de Dios que habla en nuestro interior. Porque ahí realmente, se libra la batalla entre el bien y el mal.
 
 
Otros:
Comentario al evangelio del Domingo 23° del T.O./B

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