jueves, 29 de diciembre de 2011

Reflexión sobre la 1ª Epístola de San Juan: 2,3-11

Cuando escucho una o más lecturas de la Santa Misa, a lo largo del día, y de los que vienen, me hace pensar muchas cosas, reflexionar, Y en casa, volver a releer lo que he oído de las lecturas, y del Evangelio, incluso los salmos podemos encontrar un descanso para nuestras vidas. También cuando voy por zonas ajardinadas, campos, fuera de la ciudad. Pues no solo para dedicarse uno a la fotográfía, sino a lo más importante, a la contemplación de nuestro Señor.


San Juan Apóstol y Evangelista
Lectura de la primera epístola del apóstol San Juan (2,3-11): En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en Él debe vivir como vivió Él. Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo –lo cual es verdadero en Él y en vosotros–, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
 Reflexión:
Cuando paso a paso, estamos llevando a la práctica las enseñanzas de Jesucristo, estamos caminando en la Luz, más “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Nosotros dejaremos de ser nosotros, para que sea Cristo quien obra en nuestras vidas, en nuestros pensamientos, y con su ayuda podemos superar las adversidades que se nos presenta, las tentaciones del enemigo no tendrá efecto en nuestras vidas, porque no lo hemos consentido.  
Si estamos bien aferrados a Jesús y a María Santísima, el demonio no puede hacer nada contra nosotros. Nada pudo hacer nada contra Cristo: «el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; » (Jn 14, 30); y es verdad que tampoco el demonio tuvo poder contra la Santísima Madre de Dios. Y por eso cuando acudimos a Ella con toda confianza y humildad, los planes del demonio se desvanecen. Esta confianza en el Señor por medio de la Santísima Madre de Dios, nos ayuda a crecer en la fe. Por el contrario, pierde la fe cuando el alma se deja llevar voluntariamente de aquí para allá, interrumpe la oración, reza atropelladamente, y no sale de su superficialidad aún cuando comulgue, pronuncie palabras de oración ante el Sagrario, pero que no salen de su corazón, se convierte esa alma en un instrumento del demonio para jugar tantas veces, porque el alma tibia y superficial no se toma en serio la vida de santidad, así como escucha el Evangelio en la Santa Misa, ya antes de salir a la calle, se entretiene en las cosas caducas, tan pronto se han olvidado del Señor. 
Para profundizar debe meditarse la Parábola del sembrador, si nos vemos reflejados en la infidelidad e inconstancia, también podemos con la ayuda del Señor cambiar nuestro desorden en orden hacia los Corazones de Jesús y María Santísima. 
Es cierto, que si queremos alcanzar una vida más santa y piadosa, hemos de cambiar nuestro corazón. No lo haremos sólo, Cristo Jesús y María Santísima nos ayudará siempre. Por nuestras propias fuerzas es imposible hacer las cosas bien. Pero Dios que nos ama, y María que siempre viene a nosotros, vamos escalando peldaños a la santidad.
No podemos desesperar hermanos, hermanas, siempre hemos de confiar en la infalible ayuda de Dios.
No siempre vamos a encontrar por parte de los hombres la ayuda que necesitamos para librarnos de este o aquel pecado, Posiblemente, algunos habrán oído alguna vez: "tú no serás nada en la vida"; "es tu problema", "allá tú", y cosas por el estilo por personas que no se identifican con Cristo.  Pero no pensemos mal de ellos, sino oremos por su conversión. Porque todos seremos presentados ante el Tribunal de Cristo. San Juan de la Cruz decía, « San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia: «Al final de la vida solo te examinarán del amor. Aprende a amar como Dios quiere ser amado, deja tu condición » (Obras completas: Dichos de luz y amor, 59. página 48. BAC. 1982). El atardecer de la vida está cada vez más cercano, y ¡ay de mí, si no he tratado con caridad al hermano y lo he rechazado con insolencia y soberbia! Lo que nos ayudará a que las puertas del Reino de los cielos estén abiertas para mí, para nosotros, es cuando mostramos caridad hacia el hermano que lo necesita. Y esto es lo que nos ayuda cuando oramos el Santo Rosario con verdadera devoción, y poniendo todo de nuestra parte para asemejarnos a Cristo Jesús.
No se nos juzgará por las veces que hemos hablado de caridad para con el prójimo, y luego han sido solo palabras y no obras.
No podemos olvidar lo que al principio hemos leído, de la lectura del día de hoy; que cuando permanecemos en Cristo, nosotros debemos ser para con nuestros hermanos instrumentos de la Misericordia de Dios. Nuestra vida ya no será según este mundo, sino Cristo. Pero ser instrumentos de misericordia no significa hacer las cosas mal ni en la Sagrada Liturgia, ni hacer las cosas a mi medida, o pensar todo lo que no conviene; no, no debemos pecar contra la caridad cristiana.
Examinemos si nuestras obras, pensamientos, y no solo palabras, contienen la verdadera caridad, si no es así, seamos valientes, pidámoselo al Señor con insistencia, el Señor nos lo concederá, y el enemigo infernal, se debilitará ante el poder de Dios. Pidamos al Señor con frecuencia que nos conceda la humildad de corazón, la virtud de la pureza.
A propósito de la humildad, en el tiempo de San Francisco de Asís, había un fraile tan humilde, “Fray Junipero”, que los malos espíritus cuando veía que se acercaba, los demonios huía. Pues no pueden tentar a los humildes de corazón. También en la vida de San Antonio Abad, este santo llegaba a provocar a los demonios, y con la gracia de Dios, siempre salía vencedor.
Por el contrario, si un corazón se divide entre Dios y el mundo, el enemigo les hace caer con facilidad, juega con esa alma infeliz cuanto quiere, y nunca la suelta. La vida y doctrina de los santos, hombres de carne como nosotros, algunos que eran pecadores se hicieron grandes santos, nos enseña ejemplos. Pues también en este siglo XXI, la santidad que Dios ofrece está predestinada para todo aquel hermano, aquella hermana que diga sí al Señor, y persevere en su adorable voluntad.
Sin caridad no hay adelanto para la santidad.
Cristo nos ha dado facilidades para amar a nuestros hermanos, y es que no debemos tener en nuestro corazón para el pecado. El pecado es lo contrario del Amor. Ninguno de nosotros hemos venido a este mundo, ninguno hemos sido creado para la vida del pecado.

Volviendo a recordar aquellas palabras de Jesucristo:  «el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder » Ya he referido, que si amamos a Cristo, entonces tenemos la necesidad de obedecer al Papa, si vamos a Misa, el pecado no forma parte de nuestras vidas, por eso, debemos honrar y reverenciar al Señor con todo nuestro corazón. Y por Él saldremos victoriosos de todas las tentaciones del enemigo y de este mundo. Sin la vida en Cristo, se comete un sin fín de errores e iniquidades.

Cuidado con los engaños del príncipe de las tinieblas, que se esfuerza para que nuestras oraciones y devociones personales y en comunidad sea precipitada, atropellada, deformada. Si nos viene esa tentación, procuremos hacer lo contrario, es decir, rezar más serenamente, sin prisa. Cuando comulguemos, no nos entretengamos en cosas ajenas. El Señor nos invita a que estemos vigilantes.  Y si algo dentro de nosotros no agradase al Señor, hemos de arrancarlo con la ayuda de la gracia de Dios, acudiendo confiadamente a la intercesión de la Santísima Madre de Dios, para que no tengamos dificultad alguna en deshacernos de ese vicio, de ese pecado que nos aparta de la caridad para con Dios y nuestros hermanos. Siempre que tengamos en nuestras propias vidas a Jesús y a María, el tentador no podrá hacernos daños. El testimonio nos lo dá innumerables santos y santas que es así; pues ellos ha sufrido tentaciones incluso más terribles que los que podamos padecer nosotros, y han salido victorioso, como he referido, por una vida de Gracia y virtudes.

1 comentario:

  1. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en Él debe vivir como vivió Él. Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio.


    ¡Gracias, muchas gracias!
    Me encanta este Texto evangélico es para meditarlo,y vivir lo.
    Dios le bendiga.

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