sábado, 19 de noviembre de 2011

El hombre no puede vivir sin Amor


Necesitamos para nuestra tranquilidad y paz, que el amor de Dios entre en nuestros corazones, por eso es preciso que toda mancha de pecado venial no nos corrompa. El pecado mortal de por sí, es un desprecio a Dios; pero también es un desprecio para sí mismo.
Hay personas que se sienten sola, pero no se atreven abrir su corazón a Cristo, buscan el consuelo de otras personas que caminan sin saber a donde.
Pero Cristo viene a nuestro encuentro, nos ama, Dios nos ama de verdad, por eso hemos de librarnos de nuestros pecados y vicios.

Las "alegrias" de este mundo, nunca pueden hacernos felices, el hombre mundano, el pecador incorregible, buscan medios para encontrar una paz, pero no acepta al Señor, que es verdadera Paz y Alegría.
El cristiano superficial podría ser que pase unos minutos muy feliz, en apariencia, Pero Dios es amor, y fuera de Él no existe ninguna alegría. Fuera de Dios hay pecado y oscuridad, engaños, angustias, amarguras. El Señor nos ofrece la solución para encontrar la Paz.

Si no vivimos conforme al Corazón de Cristo, no podemos amar. Muchas almas vagan por el mundo, sin Dios, ellos creen que el amor no existe o es limitado, pero el verdadero amor es Dios.

Sábado 19 de Noviembre de 2011


Carta semanal del Sr. Arzobispo

 Entre las realidades más maravillosas que un ser humano debe conocer, si es que quiere llegar a lo que realmente está llamado a ser, una de ellas es que no puede vivir sin amor. Pero no se trata de cualquier amor, es el amor mismo de Dios. Vivir la experiencia de este amor es la cuestión clave de su existencia para sí mismo y para los demás. ¡Qué bien viene recordar aquellas palabras que el Beato Juan Pablo II nos decía en la primera encíclica que nos escribió en el inicio de su pontificado!: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10). Para todos los hombres estas afirmaciones son fundamentales, pero tienen un realismo especial para quienes se encuentran en la fase de la existencia en la que la vida se está fraguando y en la que se definen los grandes ideales y proyectos, cuando el ansia de verdad y de felicidad se buscan con interés y se ponen en primer lugar.

¡Qué triste resulta una vida humana cuando se busca satisfacer la existencia en un hedonismo que es superficial e ilusorio! ¡Qué triste resulta la vida cuando la persona se encierra en un egoísmo a ultranza, provocador de indiferencia y escepticismo! Lo más contrario a la existencia humana y al crecimiento de la persona es romper con las nobles ansias de amor sin fronteras que están en lo más profundo de la persona. Y es que, en el fondo, no podemos olvidar que la persona humana es “imagen y semejanza de Dios”. Llegarán a nuestra vida tentaciones de violencia e, incluso, de ideologías que niegan a Dios, pero no nos llevan a ninguna parte. Son callejones sin salida.

Nos lo decía el Beato Juan Pablo II, el hombre no puede vivir ni ser comprendido sin amor. Yo, con sus palabras, quiero hacerte una invitación a que crezcas en humanidad. Nunca podrás crecer en la humanidad verdadera sin este amor que Dios te da y te regala. ¿Cómo crecer en humanidad? Pon como prioridad absoluta los valores del espíritu. Haz la transformación en “hombre nuevo”, déjate engendrar por Jesucristo, reconociendo y aceptando la presencia de Dios en tu vida. Sí, la presencia de un Dios que es Amor, que te ama desde toda la eternidad, que te ha creado a ti y a todos los hombres por amor. Es más, tanto te amó que entregó a su propio Hijo para perdonar nuestros pecados, para restaurarte en la raíz, para que viviésemos con Él una comunión de amor que jamás terminará, que estará viva para siempre.

El mundo en el que vivimos está esperando nuestro testimonio de amor. Un testimonio que tiene que nacer de una profunda convicción personal, de un acto de amor único y original que brota de la fe en Jesucristo Resucitado y de un encuentro con Él. Es en este encuentro donde se conoce el amor y se crece en humanidad a la altura y a las dimensiones del mismo Jesucristo. El amor de Dios nos está convocando a la unidad y a la solidaridad. ¡Qué plenitud se siente al vernos como miembros vivos de la Iglesia, de la gran familia de los hijos de Dios! En esta profundidad, experimentamos el entusiasmo y la alegría del amor de Dios que nos convoca a dos cosas: a la unidad y a la solidaridad. Su amor no excluye a nadie, es una convocatoria sin fronteras, abraza a todos los hombres y renueva los vínculos verdaderos de la unidad y de la solidaridad.

Y es que la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Y es esta caridad la que nos otorga una sensibilidad especial contra todas las amenazas de falta de amor: guerras, violencias, hambres, enfrentamientos, divisiones, odios, rencores, faltas de comunión, falta de libertades, esclavitudes de todo tipo que nacen siempre de estar encerrados en nosotros mismos. ¡Qué belleza para la vida humana y para la convivencia entre los hombres tener la sabiduría que viene de Dios y que nace de la experiencia viva de su amor!

No os podéis imaginar la importancia que supone el que Jesucristo sea la “piedra angular” de nuestras vidas. La civilización que haremos será diferente si es que Jesucristo está en nosotros. Hay una convicción que me gustaría compartir contigo hoy: no puede haber auténtico crecimiento humano en la paz y en la justicia, en la verdad y en la libertad, si Jesucristo no se hace presente con su fuerza salvadora. Solamente desde las fuerzas de los hombres es imposible, es inviable una civilización del amor. Se requiere la fuerza de Dios. Se necesita dejarse invadir por el amor de Dios. Tú puedes ser un instrumento real del amor de Dios para la construcción de la civilización del amor. Para construirla, se requieren personas de comunión viva con Jesucristo, que les hará vivir con temple recio, serán perseverantes, dispuestos al sacrificio, ilusionados en abrir nuevos caminos de convivencia humana.

Pongámonos en camino para hacer esta civilización. Como nos dice el Apóstol San Pablo, “el momento en que vivimos” es importante, pero hace falta que estemos dispuestos a hacer realidad también lo que Él nos dice, “despojándonos de las obras de las tinieblas, nos revistamos más bien del Señor Jesucristo” (cf. Rm 13, 11-14). Los problemas de hoy son graves, urgentes, complejos; exigen capacidad y competencia en todos los campos. La mejor manera de responder es vivir la comunión viva con Jesucristo. Estar revestidos de Jesucristo hará que, por encima de todo, coloquemos el bien integral del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, y que en todas las latitudes de la tierra está pidiendo a gritos, precisamente, vivir la experiencia del amor de Dios.

¡Qué fuerza tiene la fe cristiana! ¡Qué importante es vivir la comunión con Jesucristo! ¡Qué perspectivas tan nuevas nos trae esa comunión! Proclamamos que Jesucristo no sólo nos revela el misterio de Dios como Padre y su Espíritu como don, donación de sí mismo a la criatura humana, sino que además, revela el misterio del hombre. Jesucristo nos dice con toda su vida que estamos llamados a ser hijos de Dios y hermanos de nuestros prójimos también amados por Dios Padre. Nos manifiesta que estamos creados para amar con el mismo amor de Dios. Esta vocación es su dignidad, pues Dios lo creó a imagen suya y, aunque por su libertad finita el hombre no actuó según su vocación, sin embargo su dignidad no se perdió. La felicidad, la bienaventuranza humana, consiste en la comunión real con Dios y con los hombres. El hombre no puede vivir sin amor. Al margen de este amor, queda como un desconocido para sí mismo y para los demás.


Con gran afecto, os bendice

+ Carlos, Arzobispo de Valencia

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