¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Feliz Pascua de resurrección a todos
Mis buenos hermanos y hermanas, qué alegría saber que la muerte ha sido vencida, cuando estamos con Cristo, pues nos había sacado de la muerte a la vida. Y comenzó desde que nos ofreció ese regalo, el sacramento del bautismo.
Mis buenos hermanos y hermanas, qué alegría saber que la muerte ha sido vencida, cuando estamos con Cristo, pues nos había sacado de la muerte a la vida. Y comenzó desde que nos ofreció ese regalo, el sacramento del bautismo.
Cuántas veces hemos tropezado en el pecado, cuántas veces nos hemos lanzado a tales pecados y vicios. Pero el Señor nos ha abierto los ojos, nos ha dado la capacidad de comprender, nos ha dado en don de la fe, nos presenta que tenemos la necesidad de perseverar. Y sin oración siempre iremos cayendo. Nuestra vida de oración debe perfeccionarse día a día, porque el Señor nos ama.
Atención a las promesas bautismales,
pues hay un gran número de cristianos que prometen lo que luego no quieren
cumplir. Estas promesas las damos a Dios, pero si no las cumplimos claramente
se miente a Dios. Totalmente cierto, y en el Reino de los cielos no existe
morada para los mentirosos. Estos pertenecen al demonio, al padre de la
mentira, que es mentiroso y perverso, por rebelarse contra Dios.
La muerte fue vencida, y si
verdaderamente nosotros estamos con Cristo, el Señor nos librará de la muerte,
porque es todo poderoso y no hay nada imposible para Él.
Cuando tú, querido hermano vences en la
tentación, sabes bien que no es porque tengas poder, sino porque te refugias en
Cristo Jesús, en nuestro Dios, que acudes inmediatamente a la Madre de Dios
para que te ayude, entonces el enemigo no puede con los Sagrados Corazones de
Jesús y María. Nosotros cuando vivimos íntegramente lo que el Señor nos pide
dentro de nuestra vocación, las tentaciones no nos derribarán, porque estamos
edificados en la Roca. Pero el alma cristiana que no edifica su vida en Cristo,
sino sobre la arena, sobre sí mismo, sobre una comunidad de la que el Señor no
está. Nada puede hacer, se desespera, y cuántos fracasos por estar lejos de
Cristo.
Esta hermosa enseñanza de San Juan Pablo
II, nos exhorta en reavivar nuestra devoción a la Santísima Madre de Dios.
La Sagrada Familia no tenía propiedades
en este mundo, como Jesucristo, María y José estaban plenamente dedicados a la
voluntad de Dios, a complacer al Altísimo. También nosotros debemos hacerlo.
Debemos fiarnos de Jesucristo, sólo Él
nos puede ayudar en vencer todas nuestras debilidades.
La alegría de Cristo es espiritual, no
necesitamos que el mundo nos de lecciones de cómo debemos vivir la fe, porque
no tiene fe, no se dedica a la fe de la Iglesia Católica.
Está claro que cuando más nos
dediquemos a las cosas terrenales, no vamos aspirando a las cosas del cielo,
que es lo que justamente nos enseña San Pablo: «Aspirad a las cosas de
arriba, no a las de la tierra» (Col 3,
1-2). Y en esto debemos profundizar lo que tantas veces prometemos al Señor, y
claro, nuestro corazón debe estar bien pronto para el Señor.
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 6 de abril de 1988
Miércoles 6 de abril de 1988
Queridos
hermanos y hermanas:
1. Me
alegra saludar a todos los presentes en esta audiencia general, que hoy
adquiere un significado especial tanto por el gozoso clima espiritual, propio
de la fiesta que hemos celebrado el domingo pasado, como por el número de
participantes. Me dirijo en especial a los peregrinos provenientes de diversos
países, con los que he vivido la Pascua junto a la tumba de San Pedro y, deseo
vivirla durante toda la Octava. Vuestra peregrinación a Roma está dominada por
el motivo pascual que continúa situando nuestros espíritus ante el acontecimiento
único, quicio para toda la historia humana y para el destino de cada uno de
nosotros: este acontecimiento es la resurrección de Cristo. La alegría de los cristianos que explota en
el canto del Aleluya se funda en el hecho de que Jesús, Aquel que fue
cruelmente flagelado, que murió en la cruz y fue sepultado, ¡resucitó de la
muerte el alba del tercer día!
“¡Este es el día en que actuó
Cristo el Señor!”,
hemos cantado en la liturgia del Domingo de Pascua. Pero el día de Pascua
continúa, más aún, no tiene fin. Es el día de
la victoria de Cristo sobre el demonio, sobre el pecado y sobre la muerte: el
día que abre todo el ciclo del tiempo la perspectiva sin fin de la vida eterna,
donde el Cordero inmolado se ofreció y continúa ofreciéndose al Padre por
nosotros, por nuestro amor.
Así la
liturgia celebra durante toda la Octava el día de Pascua en el misterio de la ogdoade,
de la Octava —tal como comentaron espléndidamente los Pastores y
Maestros de la Iglesia antigua— se resume todo el misterio de la salvación; en
él se sintetiza el flujo que transporta el tiempo a la eternidad, lo
corruptible a la incorrupción, lo mortal a la inmortalidad. Todo es nuevo, todo
es santo, porque Cristo, nuestra Pascua, se ha inmolado. En este hoy de
la Pascua se anticipa el hoy eterno del Paraíso.
Estos
conceptos los expresan espléndidamente en forma poética los antiguos Stichira
de la liturgia bizantina, que en el siglo IX se interpretaban también en
Roma ante el Papa, el día de la Pascua, y que este año se han cantado de nuevo
en la Basílica Vaticana:
“Una Pascua divina hoy se nos ha revelado /
Pascua nueva y santa, Pascua misteriosa. / La Pascua solemnísima de Cristo
Redentor. / Pascua inmaculada y grande. Pascua de los fieles. / Pascua que nos
abre las puertas del Paraíso”.
2. Durante
el tiempo pascual la Iglesia vuelve a contemplar este inefable misterio con su
pensamiento, con su reflexión, y sobre todo con su oración. Más aún, vuelve a
ello cada domingo del año, porque cada domingo es una pequeña pascua, que
recuerda y representa la muerte y resurrección de Jesús. En efecto, la Pascua
no es un episodio aislado, sino que está unido a nuestro destino y a nuestra
salvación. La Pascua es una fiesta muy nuestra que nos afecta interiormente,
porque, como dice San Pablo: “Cristo fue entregado por nuestros pecados, y fue
resucitado para nuestra justificación” (Rom. 4, 25). Así la suerte de
Cristo se convierte en la nuestra, su pasión se convierte en la nuestra y su
resurrección en nuestra resurrección.
3. Esta
realidad maravillosa la vivimos nosotros los creyentes mediante los sacramentos
de la iniciación cristiana. Comienza con el bautismo que recordamos en la
Vigilia pascual; el sacramento que nos hace volver a nacer desde lo alto (cf. Jn
3, 3), el sacramento que reproduce místicamente en cada creyente la muerte y la
resurrección del Señor, como escribe el mismo San Pablo: “Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de
que al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la
gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rom 6, 4).
Por eso en la celebración de la noche de Pascua “renovamos”
las promesas bautismales.
4. Luego,
la confirmación, estrechando más el vínculo que nos une a Cristo, nuestro
Redentor, nos hace testigos suyos: igual que los Apóstoles son los testigos de
la resurrección, y de su testimonio vive la Iglesia, así los cristianos están
llamados a vivir bajo la luz de la Pascua. Jesús, que exhala el Espíritu Santo
sobre los Apóstoles la misma tarde del Domingo de Resurrección, continúa
dándonos su Espíritu, que se ha efundido dentro de nosotros en plenitud con el
don de la confirmación.
Por eso
hemos de ser testigos de la realidad que nos viene de la Pascua. Jesús, al
despedirse de sus discípulos y anunciar la venida del Espíritu Santo, les dijo:
“Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y en Samaría y hasta los
confines de la tierra” (Act 1, 8). Y el primer testimonio que dieron los
discípulos fue precisamente el que se refería al acontecimiento de la resurrección.
En los primeros discursos de los Apóstoles, su parte central siempre está
dedicada al testimonio de la muerte y resurrección de Cristo. Vosotros
también lleváis a vuestras comunidades este testimonio y tenéis ante vuestros
ojos la figura gloriosa de Cristo resucitado, cuando en las asambleas
litúrgicas repetís el canto del Aleluya pascual.
5.
Después, en la Eucaristía es también Jesús quien, como en la casa de Emaús,
parte el pan con nosotros, nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre inmolada,
se queda con nosotros, y transforma con su presencia sacramental nuestra pobre
vida de cada día. La Eucaristía nos une a Cristo y a los hermanos, hace de
nosotros una única familia, hace que nos olvidemos de nosotros mismos para
darnos a los demás, hace que pensemos de modo concreto en el que sufre, en el
que está enfermo, en el que le falta lo necesario; en los hermanos probados por
la guerra, por el hambre, por el terrorismo, por la falta de las libertades
esenciales, entre las que ocupa el primer lugar la de profesar la propia fe.
Por eso la liturgia bizantina ha cantado también:
“Día de la resurrección. /Resplandezcamos el gozo
de esta fiesta, / abracémonos, hermanos, mutuamente, / llamemos hermanos
nuestros incluso a los que nos odian, / perdonemos todo por la resurrección”.
Así, pues, el tiempo pascual debe comprometernos
también a nosotros, como en otro tiempo a los discípulos de Emaús, en
un nuevo camino de fe al lado del Resucitado, por el camino que conduce allí
donde el Señor se manifiesta al partir el pan: “Se les abrieron sus ojos y
lo reconocieron” (24, 31) dice el Evangelista
Lucas. Este tiempo está, pues,
marcado de modo especial por un compromiso más exigente a vivir con mayor
profundidad la vida de Cristo, la vida en la gracia; es el tiempo en que los
cristianos están llamados a sentir más intensamente la novedad y la alegría, la
serenidad y la seriedad de la vida cristiana; la exigencia de su autenticidad, de su fidelidad
y de su coherencia. Vivir el misterio de Cristo resucitado exige también
nuestra conformación con Él en el modo de pensar y obrar. Nos lo recuerda también San
Pablo cuando escribe a los habitantes de Colosas: “Si habéis resucitado con
Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de
Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra” (Col
3, 1-2).
6.
Amadísimos hermanos y hermanas: En esta Pascua del Año Mariano, la Virgen
Santa, que vivió más intensamente el gozo del acontecimiento pascual, nos
precede en la peregrinación de la fe en Cristo Resucitado. Ella se nos ha dado
como Madre al pie de la cruz: “Ella emerge de la definitiva maduración
del misterio pascual del Redentor. La Madre de Cristo, encontrándose en
el campo directo de este misterio que abarca al hombre —a cada uno y a todos—,
es entregada al hombre —a cada uno y a todos— como Madre” (Redemptoris Mater, 23).
Madre del Redentor, crucificado y
resucitado, Madre que te has hecho nuestra en el momento en que Cristo,
muriendo, cumplía el acto supremo de su amor por los hombres: ¡Ayúdanos! ¡Ruega
por nosotros! Necesitamos vivir contigo como resucitados. Debemos y queremos
dejar todo compromiso humillante con el pecado; debemos y queremos caminar
contigo siguiendo a Cristo.
“Succurre cadenti, surgere
qui curat populo! “.
La antigua antífona de Adviento se une hoy a la pascual: “Resurrexit sicut
dixit, alleluia! Ora pro nobis Deum, alleluia!”.
Tu Hijo ha
resucitado; ruega por nosotros a tu Hijo. Nosotros también hemos
resucitado con Él; nosotros también queremos vivir como resucitados. Ayúdanos
en este “constante desafío a las conciencias humanas...: El desafío a seguir la
vía del 'no caer' en los modos siempre antiguos y siempre nuevos, y del
'levantarse' “ (Redemptoris Mater, 52).
Ora
pro nobis Deum!
Al aproximarse este tercer milenio cristiano, ¡ruega por nosotros a Dios!
Líbranos del mal; de la guerra, del odio, de la hipocresía, de la mutua
incomprensión, del hedonismo, de la impureza, del egoísmo, de la dureza de
corazón. ¡Líbranos!
Ora
pro nobis Deum! Alleluia.
Saludos
Amadísimos
hermanos y hermanas:
Junto con
este mensaje, deseo presentar mi más cordial saludo de bienvenida a todos los
peregrinos y visitantes de lengua española.
En
particular, saludo a los numerosos grupos de muchachos y muchachas procedentes
de diversos centros y colegios y les aliento, en este Año Mariano, a un
decidido empeño por dar una nueva vitalidad a su devoción a la Virgen, que vaya
acompañado por una creciente formación cristiana y una más activa participación
en la vida litúrgica de la Iglesia, que se traduzca en un ilusionado dinamismo
apostólico.
Un saludo
especial a la peregrinación del Colegio de Madres Teresianas de Calahorra, que
celebran su primer Centenario de fundación.
A todas
las personas, familias y grupos provenientes de España y de los diversos países
de América Latina, imparto cordialmente la bendición apostólica.
© Copyright 1988 - Libreria
Editrice Vaticana
Espero que hayas tenido una Semana Santa plena amigo José Luis, y te deseo Feliz Pascua de Resurrección. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo Pepe, espero que también hayas pasado bien la Semana Santa, pues por ahí, ha habido demasiado descontento, porque se habían cerrado al amor de Dios.
EliminarFeliz Pascua de Resurrección.