Mis buenos hermanos, se
insiste en “sonríe”, que todos deben sonreír, correcto pero falta detalles esenciales.
Pero para que esto sea una realidad, el cristiano debe vivir conforme a la
Voluntad de Dios, cuando está en gracia, en permanente amistad con Cristo,
jamás descuidar la oración, y la verdadera devoción crecerá con mucha belleza. Porque
el Espíritu de Dios embellece y rejuvenece la vida del alma.
La Palabra de Dios nos
invita a que nuestra alegría sea en el Señor, una vida de pureza, desterrar de
nuestro corazón la mundanidad.
Sonríe, pero, qué especie
de miedo hay, conviértete al Señor, renuncia lo que al mundo le agrada, los
eventos que tanto hacen “felices” a los que no quieren convertir su corazón a
Dios, y hay que insistir en esto. Si el
alma se conforma con una felicidad temporal, cuando le llegue una adversidad,
como una enfermedad, se acabó su sonrisa, porque nunca la tuvo, el pecado, el
rechazo a Dios jamás hará sonreír a nadie, en todo caso, es apariencia.
No nos olvidamos que
estamos en tiempo de Cuaresma, es un tiempo para crecer en santidad, para
meditar la Pasión de Cristo Jesús, estar siempre con Él, no dejándole solo. Jesús
sufre, pues también suframos nosotros. Son muchos hermanos y hermanas nuestros
que sufren persecuciones, desprecios, hasta la misma muerte, y tantas
humillaciones. Lo cierto, que estos hechos no nos invita a que nuestra vida
espiritual no se disipe, nuestra vida no debe dispensarse, somos del Señor y
debemos permanecer en el Señor, pero a tiempo completo, sin volver la mirada a
las mentiras del mundo.
Hermano, hermana, si tu ya te sabes que eres hijo, hija de Dios, que aprovecha tu tiempo para la oración, ¿de verdad te vale aquello que te dice tu prójimo, que sonrías? Si es el mismo Dios quien te hace feliz, pero el mundo, en que siempre, como más de uno hemos leído, incluso oído sobre el rostro avinagrado. ¿Acaso la vida de Gracia y amistad para con Dios, nos avinagra nuestra vida? Nada de eso, en el alma que es constante, fiel a Cristo, siempre va por el mundo, con esa alegría interior, ¡tiene a Cristo en su corazón!, ¡tiene gran devoción a la Santísima Bienaventurada Madre de Dios!
Los del mundo, sí, aprende a ser feliz, a sonreír. Como he referido, ellos, los que se inclinan al mundo, hará un esfuerzo por sonreír. Pero le sucede, como quien quiere hacer un castillo de papel en una zona donde hay fuerte viento. Pues allí, donde no se da acogida a la vida de Gracia, siempre hay tempestades, caen por suelo.
Aprovechemos también para orar mucho por España, pues hay muchos mal intencionados que quieren destruirla. Oremos por Europa y por el mundo entero.
Reflexionemos ahora, esta enseñanza maravillosa de la Palabra de Dios,
«Estad
siempre alegres» : 1 Ts 5,16-24:
16 Estad siempre alegres. 17 Orad sin
cesar. 18 Dad gracias por todo, porque eso es lo que Dios quiere
de vosotros en Cristo Jesús. 19 No extingáis el Espíritu, 20 ni despreciéis las profecías; 21 sino examinad todas las cosas, retened lo bueno 22 y apartaos de toda clase de mal.
23 Que Él, Dios de la paz, os santifique plenamente, y que vuestro ser entero
—espíritu, alma y cuerpo— se mantenga sin mancha hasta la venida de nuestro
Señor Jesucristo. 24 El que os
llama es fiel, y por eso lo cumplirá.
San Pablo acaba de exhortar a todos los
cristianos a manifestar con obras la caridad fraterna (vv. 14-15). Como
consecuencia encontrarán la paz con Dios y con los demás que llena al hombre de
gozo y serenidad (v. 16). Entonces, incluso las mayores penas y dolores llevados
con visión de fe no quitan la alegría: «Si nos sentimos hijos predilectos de
nuestro Padre de los Cielos, ¡que eso somos!, ¿cómo no vamos a estar alegres
siempre? —Piénsalo» (S. Josemaría Escrivá, Forja,
n. 266).
Además, la perseverancia en la oración (v. 17)
mantendrá despierta la lucha por vivir las indicaciones de San Pablo. «El
Apóstol nos manda orar siempre. Para los santos el mismo sueño es oración. Sin
embargo, debemos tener unas horas de oración bien repartidas de modo que, si
estamos absorbidos por algún trabajo, el mismo horario nos amoneste a cumplir
nuestro deber» (S. Jerónimo, Epistulae
22,37).
Para ello, es imprescindible también contar con
la acción callada y eficaz del Espíritu Santo (vv. 19-21). «El Bienaventurado
Pablo, no queriendo que se enfriara la gracia del Espíritu que se nos ha dado,
[nos] exhorta escribiendo: No apaguéis el Espíritu. Pues de
este modo continuamos siendo partícipes de Cristo: si nos adherimos hasta el
final al Espíritu que se nos dio al principio. Dijo: No apaguéis, no porque el Espíritu esté a merced del poder de los
hombres, sino porque los malvados y los ingratos demuestran querer apagarlo.
Ellos, a imagen de los que han envejecido, con sus impías acciones, hacen huir
al Espíritu» (S. Atanasio, Epistulae festales
3,4).
La santificación que Dios realiza en el hombre
alcanza la totalidad de su ser. La santidad cristiana es la plenitud del orden
establecido por Dios en la creación, y restablecido después del pecado. Por
esto el Apóstol invoca a Dios como «Dios de la paz» (v. 23), es decir, de la
tranquilidad en el orden. La santidad lleva a su perfección e integridad todas
las facultades humanas, tanto corporales como espirituales; de modo que
completa y perfecciona, sin alterarlo, el orden natural.
«El que os llama» (v. 24). El texto griego
utiliza el participio de presente, que expresa una acción continua. La vocación
divina no es un hecho aislado ocurrido en algún momento de la vida, sino una
actitud permanente de Dios, que continuamente llama a los fieles a que sean
santos. La fidelidad es algo propio de Dios, que cumple siempre sus promesas y
no se retracta de su voluntad salvífica: «Quien
comenzó en vosotros la obra buena la llevará a cabo» (Flp 1,6). Por eso, la
santidad depende de la gracia divina, que nunca falta, y de la correspondencia
por parte del hombre. La perseverancia final es una gracia, pero Dios no la
niega a quien se esfuerza por obrar el bien. «Así pues, apoyados en esta
esperanza, únanse nuestras almas a Aquel que es fiel en sus promesas y justo en
sus juicios. El que nos mandó no mentir, mucho menos mentirá Él mismo» (San
Clemente Romano, Ad Corinthios 1,27).
(Nuevo Testamento: Sagrada Biblia, Eunsa)
Estar alegres es lo que quiere Dios, y significa vivir con él y transmitir nuestro amor a los demás. Me ha encantado amigo José Luis. Un fuerte abrazo y buen fin de semana. @Pepe_Lasala
ResponderEliminarHola de nuevo José Luis, yo también me despisté, jajaja. Felicidades amigo, y un gran abrazo.
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