¡Gloria y alabanza a la Santísima Trinidad!; ¡Bendita y alabada sea por siempre la Santísima Madre de Dios y Madre nuestra.
Mis buenos hermanos, que poco tiempo nos queda de permanecer en esta vida temporal, por eso, necesitamos momento momentos dedicarnos a fiel cumplimiento de la Voluntad de Dios. Buscamos las bendiciones del Señor, pero necesitamos no poner ningún tipo de obstáculos, roguemos a la Madre de Dios para que siga intercediendo ante el Altísimo.
Cuando vamos al encuentro de Nuestro Señor Jesucristo, tenemos la confianza de que no nos va a rechazar. Que nos quiere perdonar, pero no podemos olvidar que debemos acercarnos al sacramento de la confesión pues es ahí cuando nos perdona nuestros pecados; necesidad de sentir dolor de nuestros pecados y el propósito de enmienda. Como en realidad, nos reconocemos débiles, tenemos que ser constante en la obediencia a Cristo y a la Iglesia Católica, nuestras devociones a la Santísima Madre de Dios, sin son sinceras, también nos ayuda a seguir por el camino de la santidad.
En todo el mundo, ya se conoce las nuevas canonizaciones:
San
Juan XXIII y San Juan Pablo II
A
muchos de nosotros nos resulta muy fácil decir: San Juan Pablo II. Hay otros
que le cuestan mucho, como oía yo en el canal 13TV,
Es
una alegría para toda la Iglesia Santa de Dios, tenemos ya dos nuevos santos
que tuvieron la misión importantísima como Sucesor de Pedro.
Para
saber en ¿En
qué fechas se celebrará a San Juan Pablo II y San Juan XXIII? E Hacer clic en la pregunta.
Hay
muchas cosas que desconocemos de nuestros Papas, y cuando lo descubrimos, nos
admiramos de sus enseñanzas, ya que nosotros buscamos a Cristo.
Aquellos
que no buscan a Dios con el corazón, se han sentido demasiado molestos,
incomodos por estas nuevas canonizaciones. Lo que no aparecía antes, ahora se
dice otro tipo de difamaciones y calumnias, porque el diablo se las apaña que así
sean. Son pobres almas en desgracia, que nunca encuentra la paz del corazón y
necesitan sembrar falsedades.
Miércoles
30 de abril de 2014
Carta del Arzobispo de Valencia: Carlos Osoro,
Ha
sido una experiencia que no es fácil describir con palabras el acoger a dos
santos: San Juan XXIII y San Juan Pablo II. Fueron sucesores de San
Pedro y nos han acompañado entre los dos una gran parte del siglo XX,
abriéndonos las puertas para comenzar el siglo XXI. Nos han mostrado con sus
vidas que no hay otra manera de transformar este mundo y de hacerlo humano, con
el “humanismo verdad” que se nos revela en Jesucristo, más que haciendo verdad
en nosotros aquella propuesta que Jesús le hizo al fariseo Nicodemo, “en
verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de
Dios” (Jn 3, 3). Es, también, el modo de hacer presente anticipadamente el
Reino de Dios entre nosotros, su amor, su gracia, su misericordia, su paz, su
justicia, su verdad. ¿Nacer de nuevo? Sí, nacer de lo alto, dejar entrar en nosotros la vida de
Jesucristo. Así, estos dos pastores gigantes nos mostraron de modos
diversos que, para construir el presente y el futuro de los hombres, había que
tener el atrevimiento y el valor de mirar las heridas de Jesús que están en las
vidas de muchos hombres y de los pueblos, de tocar sus manos llagadas y no
avergonzarse de la carne de Cristo, porque en cada persona y en cada situación
veían la persona de Jesús.
San Juan XXIII, por ello, tuvo
el deseo y la audacia de abrir las puertas de la Iglesia convocando el Concilio
Vaticano II, para que dejásemos entrar y saliésemos, también, los discípulos
del Señor a un mundo que estaba necesitado de la misericordia de Dios. Y,
precisamente por ello, la Iglesia tenía que dialogar con ese mundo. A menudo he
pensado que la encíclica de Pablo VI “Ecclesiam suam” era como una fotografía
del deseo que el Papa Juan XXIII tenía y que tan bellamente fue formulado por
su sucesor. Porque Juan XXIII tuvo una vida apostólica que le hizo ver heridas
y ausencias: después de su experiencia vivida como secretario del obispo de
Bérgamo, profesor del Seminario, más tarde como Visitador Apostólico en
Bulgaria y en Turquía, como Nuncio en París y Patriarca de Venecia, sentía en
su corazón que la Iglesia debía de reflexionar sobre sí misma para confirmar
los planes que Dios tiene sobre ella, para buscar más luz y nueva energía, y un
gran gozo en el cumplimiento de su misión, ya que la misión cristiana en el
mundo es la de hacer hermanos a los hombres. Todo ello, además, en virtud del
Reino de justicia y de paz inaugurado con la venida de Jesucristo al mundo. Él
quiso dejarse guiar por el Espíritu Santo y, sin miedos, ver todas las
situaciones de los hombres, para acercarnos a ellas y a cada ser humano, dando
ese aceite sanador que solamente puede poner Jesucristo.
Y,
también, San Juan Pablo II, recorriendo todos los continentes, encontrándose
con todas las razas y culturas, quería entregar y hacer ver a todos los hombres
esa gran noticia que nos es revelada por Jesucristo y que él supo formular con
esta belleza: “el hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo –no
solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos y parciales, a
veces superficiales e incluso aparentes– debe, con su inquietud, incertidumbre
e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse
a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe apropiarse
y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para
encontrarse a sí mismo” (RH 10a). Así, el gran empeño de Juan Pablo II fue no
permanecer inmóvil e indiferente ante los cambios del mundo, sino ilusionarnos
a todos los creyentes en ser testigos de Cristo y, para serlo, “abrir nuestras
puertas a Cristo”. Quiso que la Iglesia se hiciese palabra, mensaje y coloquio.
¡Qué fuerza tuvo en su vida y en su ministerio el diálogo de la salvación! El
diálogo de la salvación fue abierto espontáneamente por iniciativa de Dios: “Él
nos amó primero” (1 Jn 4, 10). El diálogo de la salvación nació de la caridad y
de la bondad divina: “De tal manera amó Dios al mundo que le dio a su Hijo
unigénito” (Jn 3, 16). Y este diálogo se hace con todos. Nos lo dice el mismo
Señor: “No necesitan de médico los que están sanos” (Lc 5, 31). Nos hizo una
llamada a ser constructores de la civilización del amor, promotores de nuevos
impulsos evangélicos para cooperar con todos los hombres para que la savia del
Evangelio renueve la civilización. Con este objetivo, Juan Pablo II siempre
invitaba a tener una experiencia viva del Señor. La gracia de escuchar, ver y
tocar al Señor, acercando su Palabra a nuestras vidas, celebrando los
Sacramentos, dejar que entre Jesucristo en nuestra vida, que ocupe todas las
estancias de la misma, fue su gran ocupación mientras vivió con nosotros.
¡Qué
maravilla ver a Juan XXIII, el Papa Bueno, anunciando una gran alegría como fue
hace cincuenta años el anuncio del Concilio Vaticano II! A través de su
persona, la gracia de Dios estaba preparando una primavera que comprometía
nuestras vidas y prometía grandes bienes. San Juan XXIII vivió una especial
docilidad al Espíritu Santo. Así nos lo ha recordado el Papa Francisco en la
homilía de su canonización. Una docilidad que hizo que su vida fuese una tierra
buena y fecunda para hacer germinar la concordia, la esperanza, la unidad y la
paz. Toda la humanidad percibió en San Juan XXIII, en su modo de vivir y
presentar la fe en Jesucristo y su pertenencia a la Iglesia, un modo singular y
atrayente que hizo mirar hacia la Iglesia a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad. Vieron en la Iglesia una madre y una maestra. Hizo ver a los
hombres a un Dios cuya categoría fundamental era la misericordia, de la cual
tan necesitados estamos todos los hombres. ¡Qué horizontes de fraternidad y de
diálogo abrió entre Oriente y Occidente! Resuenan aún las palabras suyas de la
encíclica Pacem in terris, en las que nos dice que los creyentes hemos de ser
“como centellas de luz, viveros de amor y levadura para la masa”. Y continúa
diciendo, “efecto que será tanto mayor cuanto más estrecha sea la unión de cada
alma con Dios” (ES 164).
Pero
no es menos maravilla la vida de San Juan Pablo II que, con sus escritos y
gestos, expresó el gran deseo que tenía de difundir el Evangelio de Cristo en
el mundo. ¿Cómo lo hizo? Utilizó todos los métodos que el Concilio Vaticano II
había indicado, trazando las líneas de desarrollo de la vida de la Iglesia.
¡Qué fuerza tienen sus palabras y su testimonio de vida! En él descubrimos cómo
el corazón de la Iglesia está profundamente inmerso en el misterio de la
resurrección del Señor. La vida de San Juan Pablo II hay que leerla bajo el
signo de Cristo Resucitado con el que mantenía una conversación íntima,
singular, honda e ininterrumpida. Cuando le veíamos orar, descubríamos cómo se
sumergía literalmente en Dios y parecía que de todo lo demás estaba ausente.
Siempre me impresionó cómo vivía la Santa Misa. En la celebración de la
Eucaristía encontraba la energía espiritual para guiarnos por el camino de la
historia. Creo, sinceramente, que aquellas palabras del Apóstol San Pablo, “si
hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos firmes,
también reinaremos con Él” (2 Tim 2, 11-12), San Juan Pablo II las había
experimentado desde niño. Encontró la cruz en el camino, en su familia, en su
pueblo, pero muy pronto decidió cargarla con Jesús y seguir sus huellas.
Precisamente por ello, tuvo una gran autoridad sobre nosotros y nos dijo, en
multitud de ocasiones, “¡no tengáis miedo!” (Mt 28, 5), de tal manera que
siempre que se las oí, las pronunciaba con firmeza y energía. ¡Qué maravilla su
vida, siempre dando testimonio de Cristo! Fue un audaz e intrépido defensor de
Jesucristo y, por ello, no dudó en gastar todas sus energías por Él. Consumió
su vida en la fe y en el amor, desde una entrega total y absoluta de la vida
por dar a conocer a Jesucristo, pero siempre poniéndose bajo el amparo de
María, nuestra madre.
Con
gran afecto, os bendice
+
Carlos, Arzobispo de Valencia
También:
Me da gusto leer todo lo que nos cuentas José Luis, porque me ayuda, porque en muchas ocasiones me marca el camino y porque me llena el alma. Gracias amigo, y cuídate esa alergia. Un fuerte abrazo y feliz Domingo.
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