Bendita y alabada sea la Santísima Trinidad, bendita y alabada sea por siempre la Santísima Madre de Dios y Madre Nuestra.
Mis buenos hermanos y hermanas, que el Señor os llene de muchas bendiciones a vosotros y a vuestras familias.
Mis buenos hermanos y hermanas, que el Señor os llene de muchas bendiciones a vosotros y a vuestras familias.
Como hijos de la Santa Madre Iglesia Católica, tenemos esa alegría según la vocación que el Señor nos ha dado, una vocación de evangelizador. Tomarnos en serio el Amor de Cristo.
Nos alegramos muchos que hay hermanos y hermanas que
por medio de las redes sociales, viven su vocación ya como célibe, o dentro del
sacramento del matrimonio, cuánto más libres quienes lo dejan todo y emprenden
el camino que le lleva al sacramento del sacerdocio, o a la vida consagrada.
Son almas generosas para con Dios, siempre están
pendientes en no descuidar sus deberes. Quien se encuentra con Cristo ya no
quiere otra cosa que no sea Él, nuevos discípulos, nuevos apóstoles de nuestros
tiempos, pero lo importante es la perseverancia, porque nadie puede ser discípulo
a corto plazo, se es discípulo o no se es. A todos nos conviene la
perseverancia. Porque si no hay perseverancia, el Reino de los cielos no será
para nosotros. No podemos poner condiciones personales y caprichosas al Señor.
En las redes sociales veo esa perseverancia, cuando
hablan de Cristo, lo hacen con verdadero espíritu de fe y amor, con deseos de
llevar almas a Dios para que se salven. Ninguno de estos nuevos testigos y apóstoles
de Cristo, ninguno tienen la necesidad de dar publicidad el proceder de este
mundo, sino que todo lo encamina hacia Cristo Jesús.
Debemos acudir también, siempre y con verdadera
devoción a la Santísima Madre de Dios, que nos ayude a perfeccionarnos, Ella
nos irá ayudando a salir de nuestras imperfecciones, vicios y pecados, y no
caer en la corrupción.
Aunque nos sabemos imperfectos, eso no es nuestro modo
de vida, sino la Santidad que Dios quiere para cada uno de nosotros. El Señor
nos manda salir de nosotros mismos, dejemos de ser nosotros, así lo
experimentaba San Pablo: «ya no vivo yo, y no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en
la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.» (Gálatas
2, 20). Necesitamos adaptarnos a la Palabra de Dios, cuando lo hacemos,
triunfamos sobre nosotros mismos, y nuestras tentaciones ya no podrán
derribarnos, pues tentaciones siempre nos vendrá, y la verdad, no son nada
cómodo vivir entre tentaciones, pero el Señor nos ayuda a superar toda
adversidad en cuánto recurrimos rápidamente al auxilio de Dios ya por Jesús o
por la Llena de Gracia, nuestra Madre Santísima.
El cristiano que ya ha comenzado en
anunciar el mensaje de salvación por las redes sociales, sería una locura y una
traición a Cristo, si luego emprendiese otro camino que no sea el del Evangelio
de Cristo. Tenemos como prioridad y en exclusiva, anunciar a Cristo, la
mundanidad debe mantenerse al margen, más aún, totalmente excluido, porque en
el momento en que se justifica el proceder de este mundo, deja de seguir al
Señor. No nos conviene mis buenos hermanos. La perseverancia hasta el final
significa que no debe interrumpirse con los deseos del hombre viejo.
No se comienza a ser cristiano a ratos, o una vez por semana, o una vez al año, perdemos el sentido cristiano, si nos dejamos dominar por el proceder mundano.
El mundo necesita oír el mensaje de salvación, el mensaje de amor de Cristo Jesús. Si Cristo vive en mi, no podemos hacer otra cosa que seguir anunciando a Cristo, si no viviera en mí, caeríamos en la tentación de anunciar intereses ajenos a Cristo. Si deseamos formar parte de la vida de Cristo, debemos ser cristianos conforme al Corazón de Cristo.
“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Este encuentro con Cristo, es la oración diaria, la Eucaristía frecuente, al menos una vez a la semana acercarse al sacramento de la confesión. Al decir, una vez por semana, lo he aprendido de Benedicto XVI, en una explicación que dio a los niños de primera comunión. Para ser discípulo y testigo de Cristo, necesitamos todos los días, leer y meditar ordenadamente el Nuevo Testamento, pero pidiendo al Espíritu Santo que nos prepare para comprenderlo, con humildad de corazón, no por afán de saber más, sino de amar más al Señor, y perfeccionar nuestra adoración al Altísimo.
El mundo necesita oír el mensaje de salvación, el mensaje de amor de Cristo Jesús. Si Cristo vive en mi, no podemos hacer otra cosa que seguir anunciando a Cristo, si no viviera en mí, caeríamos en la tentación de anunciar intereses ajenos a Cristo. Si deseamos formar parte de la vida de Cristo, debemos ser cristianos conforme al Corazón de Cristo.
“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Este encuentro con Cristo, es la oración diaria, la Eucaristía frecuente, al menos una vez a la semana acercarse al sacramento de la confesión. Al decir, una vez por semana, lo he aprendido de Benedicto XVI, en una explicación que dio a los niños de primera comunión. Para ser discípulo y testigo de Cristo, necesitamos todos los días, leer y meditar ordenadamente el Nuevo Testamento, pero pidiendo al Espíritu Santo que nos prepare para comprenderlo, con humildad de corazón, no por afán de saber más, sino de amar más al Señor, y perfeccionar nuestra adoración al Altísimo.
Cartas del
Arzobispo de Valencia. domingo 23 de febrero de 2014
¡Qué importante es descubrir y vivir por parte de
todos los cristianos que la Iglesia ha nacido para propagar el Reino de Cristo!
Es lo que nos dice el Papa Francisco: “En
virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido
en discípulo misionero (cf. Mt 28, 19)” (EG 120). El Señor anunció la venida del Reino al mundo y, además, convocó a los
apóstoles y a los discípulos y les dio la misión de propagar su Reino por toda
la tierra. Este es un imperativo para todo el Pueblo de Dios, es competencia y
obligación de todos: sucesores de los Apóstoles, consagrados y laicos. Es
cierto que esta gran misión que nos ha encomendado el Señor, se realiza en la
Iglesia asociadamente e individualmente. Así, hemos de aparecer en la vida,
todos trabajando y siendo testigos en el lugar en que estemos. Pero también hay
acciones en las que los cristianos se asocian y agrupan en múltiples niveles. Y
es que hemos de hacer verdad lo que nos decía el Concilio Vaticano II: “La
Iglesia ha nacido con este fin: propagar el Reino de Cristo en toda la
tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de
la redención salvadora y por medio de ellos ordenar realmente todo el universo
hacia Cristo… La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación
también al apostolado” (AA, 2).
¡Cuántos pensamientos venían a mi cabeza y mi corazón durante las jornadas
escuchando las ponencias, los diálogos y preguntas que allí teníamos! Para todo
cristiano, el Bautismo es el germen radical de su ineludible lanzamiento a la
misión. De ahí que el Papa Francisco se exprese así: “La nueva evangelización
debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados… Todo
cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios
en Cristo Jesús; ya no decimos
que somos ‘discípulos’ y ‘misioneros’, sino que somos siempre ‘discípulos
misioneros’” (EG 120). Para los laicos cristianos tiene una singularidad,
pues están llamados a instaurar el orden temporal de tal manera que, salvando
íntegramente sus propias leyes, se ajuste a los principios superiores de la
vida cristiana. Será considerado su compromiso en el orden temporal como
auténtico, si es que está orientado por el Evangelio en sus motivaciones, en
sus métodos y en sus objetivos. ¡Qué fuerza tiene para nosotros el saber que la
Iglesia desde su mismo origen ha entendido siempre la evangelización como su
función esencial y primordial!
Para todos los cristianos la evangelización es tarea prioritaria, pues su misión tiene que llegar a todos los hombres. La Iglesia tiene que
acercar a todos la Buena Noticia. En definitiva, esto es lo que significa
evangelizar: llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, a
todos los sectores y a todas las culturas. Sabemos que es esta Buena Nueva, que
es el mismo Jesucristo, quien transforma la humanidad, la renueva desde dentro
mediante la formación de hombres nuevos, con esa novedad que trae el Bautismo y
vivir la vida según el Evangelio (cf. EN 18-20). A esta evangelización estamos
llamados todos los cristianos, dándole un contenido esencial, como es
testimoniar el amor del Padre que se ofrece a todos los hombres en Jesucristo
con la promesa de la vida futura a través de la comunión con la Iglesia de
Cristo.
Testigos
y apóstoles son quienes muestran al Dios revelado por Jesucristo mediante el
Espíritu Santo y, con palabras y obras, dicen que el Padre ha amado al
mundo en su Hijo y, en Él, ha llamado a los hombres a la vida eterna. Es una
salvación que comienza en esta vida y que tiene su cumplimiento en la
eternidad. El ser testigo y apóstol
incluye el anuncio profético de la vida futura, el hacer ver el amor entre Dios
y los hombres, y el amor fraterno entre todos los hombres. Por otra parte, el
testigo y apóstol dialoga con Dios, es decir, ora y vive la comunión con la
Iglesia que la expresa mediante la participación en los sacramentos, entrega un
mensaje de liberación que afecta a toda la vida y entiende la promoción humana
sin ninguna reducción.
¡Atrévete a ser testigo y apóstol! ¡Atrévete a vivir la radicalidad bautismal!
¡Atrévete a decir a todos los hombres que quien da la plenitud a la vida del
hombre y a todo lo que existe es Jesucristo! ¡Atrévete a ser grande en el Reino
de Dios, es decir, a prolongar en medio de esta historia la vida misma que
Jesucristo te ha dado en el Bautismo! El Evangelio del pasado domingo (cf. Mt
5, 17-37) nos invita a vivir con este atrevimiento. Por ello, nos insiste en
tres aspectos, con tres palabras: dar, reconocer, vivir:
- 1) Dar vida siempre y en todo lugar: se refiere a la vida de Cristo, que engendra comunión y fraternidad, por eso nos dice “no matarás”;
- 2) Reconocer la dignidad que tiene todo ser humano por el hecho de ser imagen y semejanza de Dios: nos invita a no utilizar a los demás a nuestro gusto y para vivir hacia nosotros mismos, por eso el Señor nos dice, “no cometerás adulterio”;
- 3) Vivir siempre en la verdad, que se manifiesta de una manera evidente y clara en Jesucristo, por eso nos dice, “no jurarás en falso”. Vivir así nos hace tener respuestas con obras y palabras para cuestiones que son importantes.
Creados por Dios a su imagen y semejanza, por tanto con vocación única que es
la divina, somos “sacerdotes de la creación”. ¿Qué consecuencias tiene esto? “No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,
con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Cuando falta el encuentro con
Cristo, la existencia cristiana se diluye como vocación y misión, como testigo
y apóstol. Os decía en la carta pastoral anterior que la cuestión de Dios es
fundamental, ya que desde ella se responde a otra importante como es la
cuestión del hombre. Por eso, esta invitación de hoy para todos: ¿desde qué
esperanza y confianza básicas puede el hombre sembrar en su vida esa capacidad
de lucha y esa tenacidad de donde brota la verdadera dignidad humana que
serena, estimula y nos hace vivir juntos y no enfrentados? Nuestra confianza en Jesucristo nos da las bases del diálogo y
entendimiento en esta historia, pues
ningún ser humano posee la verdad absoluta. Sólo se nos ha dado en Jesucristo. ¡Atrévete a ser testigo y apóstol!
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
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