¿Está dividido Cristo?
Ciertamente no, pero para vivir esta unidad necesitamos de Cristo. Las cosas
del mundo constantemente llevan a la división de las personas, de las ideas,
pero teniendo a Cristo todos tenemos nuestros pensamientos, pero dentro de la misma
fe, de los mismos carismas, tan desconocida y rechazada por todo el proceder
mundano.
Sin caridad ni respeto
conforme al Amor de Dios, es imposible que uno se lleve bien con todos.
Con Cristo es muy fácil
trabajar por la paz, sin la vida de la fe de la Iglesia Católica, todo tiende
al fracaso. Muchas personas buscan la paz, pero no aman a Cristo ni a sus
hermanos. La verdadera paz es Cristo en nuestra vida; debemos adaptarnos a la
vida de Dios, que quiere ayudarnos, por lo que sería bueno, que nos dejemos
ayudar por Él. Y para eso, debemos continuar orando, visitas al Santísimo, Eucaristía, huída de las ocasiones malas, poner en práctica según nuestra vocación, lo que el Señor y la Iglesia Santa nos pide siempre para nuestra salvación eterna.
(Carta del Arzobispo de Valencia; Carlos Osoro)
domingo 26 de enero de 2014
"Que todos sean uno": Abrámonos al amor fraterno Damos gracias a Dios por permitirnos
expresar a través de la oración la alegría de sentirnos hermanos y de renovar
el compromiso por hacer visible el gran deseo y petición de Nuestro Señor
Jesucristo: “que todos sean uno” (Jn
17, 21). Con motivo de la Semana de la Oración por la Unidad de los Cristianos,
quiero acercarme a todos vosotros para deciros que entremos en un diálogo
sincero y abierto con el Señor. La Iglesia tiene que meditar siempre aquella
expresión paulina, “¿es que Cristo está
dividido?” (cf. 1 Co 1, 1-17).
Os recuerdo algunas cuestiones que son
especialmente importantes para cualquier diálogo, también para éste que
deseamos tener con nuestro Señor para que nos dé luz y audacia. En un diálogo
son necesarias las ideas, pero también saber compartir los dones. Para que
exista y se dé un diálogo auténtico, ambas cosas son necesarias. Por
experiencia propia sabéis muy bien que un diálogo no se realiza solamente
avanzando mediante un cambio de ideas. Solamente con esto no se logra el
diálogo. Hay algo más e, incluso, os diría que más necesario, como es el saber
compartir dones que nos enriquecen mutuamente. En los diálogos que tenemos los
hombres muy a menudo nos enquistamos únicamente en ideas, que imposibilitan ver
toda la verdad del otro. Como aquí se trata de entrar en diálogo con el Señor,
tengamos la valentía de presentarnos ante Él con lo que somos, pero dejemos que
sea Él quien envuelva nuestra vida y nos dé su verdad y su amor. Seguro que
ello hará posible que sea Él quien logre lo que por nuestras solas fuerzas no
podemos.
Entrar en ese diálogo que es la oración de
todos los cristianos con Nuestro Señor Jesucristo, es necesario para llegar a
la unidad entre nosotros. Crecer en vida teologal es urgente, pues en la vida
cristiana la fe, esperanza y caridad van juntas. Estoy seguro que el testimonio
urgente de la unidad en medio del mundo sería más auténtico y eficaz si
comprendiésemos que nos está pidiendo una fe más viva, una esperanza más firme
y una caridad que sea el alimento de nuestras relaciones. Todo esto se logra en
la paciencia y en la humildad. En la oración “proclamamos la grandeza del
Señor” como lo hizo María y ponemos nuestra vida en un diálogo sincero y firme
con Nuestro Señor Jesucristo. Dejemos que entre tan dentro de nuestro corazón
que sean sus ideas, sus dones y su gracia lo que fragüe en nuestra vida, una
recreación de lo que realmente somos, sintiendo y percibiendo que tenemos
necesidad de verificar realmente lo que nos pidió el Señor con tanta
insistencia: que mantuviésemos la unidad. Bien sabéis todos cuán necesarias son
para el diálogo ideas orientadas al logro de la verdad, dones que expresan el
amor que nos tiene Dios, gracia que Él nos da y capacidades que nos otorga.
Lo mejor que nos puede suceder a los
cristianos en esta Semana de Oración por la Unidad es que el Señor nos logre
convencer de que lo más importante en nuestras vidas es que vivamos según el
Evangelio. A este respecto, quiero recordar a quien desde años muy jóvenes
conocí y pude conversar con él, el hermano Roger Schutz. Él nos dio un
testimonio grande de lo que es trabajar por la unidad desde el diálogo con el
Señor, haciendo verdad un ecumenismo interiorizado y espiritualizado. El camino
hacia la comunión plena de todos los cristianos, tan querida por Jesús para todos
los discípulos, implica una docilidad total a lo que el Espíritu dice a las
iglesias, pues supone valentía, dulzura, firmeza y esperanza con una oración
sincera que pide al Buen Pastor el don de la unidad para su Iglesia.
Nunca olvidemos la idea esencial que, desde el
mismo inicio de la Iglesia, constituyó el fundamento más fuerte de la unidad,
como nos recordaba el Papa emérito Benedicto XVI: “El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es, ante todo, una tarea
para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en
todas sus dimensiones: desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta
abarcar la Iglesia universal en su totalidad.
También la
Iglesia en cuanto comunidad ha de poner en práctica el amor… En la comunidad de
los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien
los bienes necesarios para una vida digna” (Deus caritas est, 20). Precisamente, en estos momentos de la
historia y de la vida de los hombres, en los que, por una parte, hay un
desconocimiento de Cristo y, por otra, hay un intento de relegar al Señor al
ámbito de la vida privada, es más necesario hacer presente a Jesucristo y ello
con credibilidad. Esto supone presentarnos unidos los cristianos, ya que sin
esta unidad ¿será creíble el anuncio de Cristo como único Salvador del mundo y
de nuestra paz? La unidad y la misión van unidas. La unidad es una dimensión
esencial de la misión; basta que recordemos aquellas palabras del Beato Juan
Pablo II: La división entre los discípulos de Jesús, no sólo “contradice clara y abiertamente la voluntad
de Cristo, sino que además es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa
santísima de predicar el Evangelio a toda criatura” (Unitatis
redintegratio, 1).
La unidad la da
Jesucristo. Por eso oramos y se la pedimos a Él, ponemos la vida en sus manos.
La insistencia en pedir la unidad es muy importante, pues el objetivo ecuménico
sigue siendo la unidad visible de la Iglesia. Recordemos cómo el Concilio
Vaticano II consideró como una de las principales finalidades tenía que ser el
restablecimiento de la unidad de los cristianos (cf. Unitatis redintegratio, 1). Todos hemos de
trabajar con máximo empeño por el restablecimiento de la unidad plena, que sea
visible esa unidad de los discípulos de Cristo. Hay un arma para recibir este
don del Señor, que es la oración, y una estrategia, que es la de promover el
ecumenismo del amor que tiene su fuente en el mandamiento nuevo que nos dejó a
los discípulos el Señor. Un amor que tiene sus manifestaciones en gestos con
coherencia, en la creación de ámbitos de confianza: nos abren el corazón y los
ojos. Y es que el diálogo de la caridad, engendra el diálogo de la verdad.
¡Qué alegría produce ver a cristianos reunidos
en la escucha de la Palabra de Dios! Es importante tener experiencia viva de
que la Iglesia no se hace a sí misma y no vive para sí misma. Ella se hace y
vive de la Palabra creadora que sale de la boca de Dios. Por eso, ¡qué
importancia tiene escuchar juntos la Palabra de Dios y practicar la lectio
divina! ¡Qué cambios se producen en el corazón humano cuando nos dejamos
sorprender por la novedad que origina en nuestro corazón la Palabra de Dios!
Cada vez que escuchamos y nos dejamos hacer por ella, rejuvenece nuestro ser y
se eliminan prejuicios. El Apóstol san Pablo dedicó la vida a llevar la buena
nueva a todos los pueblos y se comprometió con todas las fuerzas por la unidad
y para que los discípulos de Cristo viviésemos en concordia y verdad. Sus
palabras tienen una fuerza especial en esta Semana de Oración por la Unidad de
los Cristianos: “Os exhorto, pues, yo,
preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que
habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos
unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con
el vínculo de la paz” (Ef 4, 1-3).
Con gran afecto os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
Con Cristo todo es mejor, con Él llevamos cada uno nuestra Cruz, y a través de Él amamos a los demás sin condiciones. Preciosa enseñanza José Luis. Un fuerte abrazo y feliz fin de semana amigo.
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