Pensar
en la muerte puede ser aterrador, ¿Por qué?: la causa es una vida manchada por
el pecado, que impide al alma prepararse para la vida eterna.
Pero
Dios no se olvida de nadie, pues a todos ama, pero lo que impide ese amor de
Dios es el hábito a la corrupción del pecado y de los vicios, estas iniquidades
impiden al alma, que miré a Cristo, no lo hace.
Pero
cuando el alma, cuando dice sí al Señor, que quiere cambiar su vida, comienza a
ordenar su vida frecuentando los sacramentos como la confesión, la Eucaristía,
aprende a orar bien, pero no lo aprende de un día a otro, pues pasará tiempo,
pues nuestras manchas causadas por nuestros pecados, deben ser limpiadas,
purificadas. Siendo así, que un día, cuando respiramos oración, respiramos
vida, y nuestra vida se va purificando. Y aquellos tiempo, en que incluso nos
aterrorizaba la llegada de la noche, se habrá transformado, mejor, es nuestra
vida, que de nuestras noches oscuras, se convierten por la gracia y amistad con
Dios, en paz, alegría, serenidad, y ya no tenemos miedo a la muerte, sino que
la esperamos, porque ahí comienza el fin del pecado, el fin de nuestras
tentaciones, deseamos que venga la muerte, para amar más profundamente a Dios.
Pero nuestro camino, que parece muy largo, de un momento a otro podemos
encontrar la meta deseada: Dios nuestro Señor.
No
estamos en este mundo para hacer todo lo que nos convenga, porque esto es ir
hacia la oscuridad y las tinieblas, sino que obedeciendo a Dios y a la Iglesia Católica
y nuestra fidelidad al Sucesor de Pedro, superamos y derribamos toda barrera
que nos entorpece nuestro camino hacia la santidad.
Son
muchas personas que van a los cementerios, a mí me queda muy lejos, y sin
vehículo, no puedo ir por el momento, pero sí que a los pies de Jesús, en el
Sagrario, ahí está Jesús, y puedo hablarle de mis seres queridos, que han
pasado de este mundo a la eternidad.
En
el Purgatorio, están los fieles, los que han dejado esta vida temporal en
gracia de Dios. Pero que todavía le queda algo por reparar, y ahí en el
Purgatorio, donde la Esperanza no se ha terminado, y ellos, esas benditas
almas, por la que hemos de orar, acordarnos de ellos, para que prontamente
entren en la Vida Eterna.
Muchas
almas que han vivido fiel al Señor, ha encontrado alegría inmensa en los
últimos instantes de su muerte, pues veían como se les acercaban nuestro
adorable Señor Jesucristo, María Santísima, el coro de los ángeles, según la
devoción y la fe de cada uno de estos nuestros hermanos y hermanas, que
llevaron una vida intachable, no han necesitado pasar por el Purgatorio. Por
eso, mis buenos hermanos y hermanas, cuando los dolores de nuestra enfermedad,
no nos resistamos a ella, ni nos quejemos, ni caigamos en la ingratitud y
locura ni cobardías… : --“qué he hecho yo, para merecer esta cruz”--, no seamos
así, sino que se haga la voluntad de Dios, en nuestra propia vida. Lo más
importante, es que no nos domine siquiera el pecado venial, que también con la
ayuda de Dios, nuestras tentaciones se disiparan por los méritos de Cristo
Jesús y de María Santísima. Nosotros somos barro sin mérito alguno. Cristo lo
ha hecho todo por nosotros y nos debemos plenamente a Él.
Hace
dos días (31 de octubre 2013), estuve hablando con un hombre de Dios, siempre estaba ante el Altísimo,
orando, y estaba hasta que la iglesia se cerraba, luego se marchaba a su casa.
Pues al parecer, el Señor le llamó cuando en la Solemnidad de los Santos, pues
este hombre santo, ruego oraciones por el descanso eterno de su alma. También
hubo ciertos días, que no iba, y es que él, (Antonio) también me dijo que
estaba cuidando de una persona enferma, y hoy he sabido que era de su hermana.
Pudimos hablar precisamente, porque todavía no se había abierto la puerta de la iglesia; estábamos en la espera, ya que después de abrir, el único interés que teníamos, era estar ante el Señor, orando.
Pudimos hablar precisamente, porque todavía no se había abierto la puerta de la iglesia; estábamos en la espera, ya que después de abrir, el único interés que teníamos, era estar ante el Señor, orando.
Hoy
día 2 de noviembre, solemnidad de los fieles difuntos, es cuando, otras
personas, que van diariamente a la Santa Misa, me dieron la noticia. Mañana si
Dios, quiere, se celebra la Santa Misa en el tanatorio, iremos los que le hemos
conocidos, y rezaremos por él.
Los
dos hermanos que vivieron para el Señor, están en el cielo.
Cuando
alguien dice, “ha muerto un santo”, la verdad es que me sorprende, hasta como
se exceden en una ignorancia tremenda. Es el desconocimiento que tienen porque
no hacen vida de oración. Los santos no mueren. Pues la santidad que el Señor
nos ofrece no es de muerte, sino de vida y para la vida. La santidad no lleva a la muerte, de ninguna manera. Pero así es esta sociedad, que erróneamente no sale de su idea.
Nos
recuerda San Braulio de Zaragoza: «Cristo, esperanza de todos los creyentes,
llama durmientes, no muertos, a los que salen de este mundo, ya que dice: Lázaro, nuestro amigo, está dormido. »
Los
que viven en Cristo son almas espirituales, o aquellas que están ya en camino
de la vida espiritual. Por eso, nosotros también debemos trabajar para vivir,
somos pobres pecadores, pero que quiere salir de esta cárcel, nuestro cuerpo,
para vivir en el Espíritu de Cristo.
Conmemoración de los fieles difuntos
(Tomado del santoral: «El Santo de cada día» (Apostolado
Mariano. Sevilla)
Ayer recordábamos la fiesta de todos los
Santos, los que ya gozan del Señor. Hoy recordamos a los que se purifican en el
purgatorio, antes de su entrada en la gloria. Bienaventurados los que mueren en el Señor, nos recuerda el
Apocalipsis. Y añade: Nada manchado puede entrar en el cielo.
El purgatorio es la mansión temporal de
los que murieron en Gracia hasta purificarse totalmente. Es el noviciado de la
visión de Dios, dice el P. Fáber. Es el lugar donde se pulen las piedras de la
Jerusalén celestial. Es el lazareto en que el pasajero contaminado se detiene
ante el puerto para poder curarse y entrar en l Patria.
Pero en el purgatorio hay alegría. Y hay
alegría, porque hay esperanza. Del lado que caiga el árbol, así quedará para
siempre, dice un sabio refrán. Y el purgatorio sólo están los salvados. En la
puerta del infierno escribió Dante: “Dejad toda esperanza los que entráis” En
la del purgatorio vio Santa Francisca Romana, “Esta es la mansión de la
Esperanza”.
Es una esperanza don dolor; el fuego
purificador. Pero es un dolor aminorado por la esperanza. El lingote de oro es
arrojado al fuego par que se desprendan las escorias. Asi hay que arrancar las
escorias del alma, como un vaso perfecto, pueda presentarse en la mesa del rey.
La ausencia del amado es un cruel
martirio, pues es el anhelo de todo amante es la visión, la presencia y la
posesión. Si las almas santas ya sufrieron esta ausencia en la tierra –“que
muero porque no muero”– decía Santa Teresa–, mucho mayor hambre y sed y fiebre
de Dios que sientan las almas ya liberadas de las ataduras corporales.
Las almas del purgatorio ya no pueden
merecer. Pero Dios nos ha concedido a nosotros el poder maravilloso de aliviar
sus penas, de acelerar su entrada al paraíso. Así se realiza por el dogma
consolador de la Comunión de los Santos, por la relación e interpendencia de
todos los fieles de Cristo, los que están en la tierra, en el cielo o en el
purgatorio.
Con nuestras buenas obras y oraciones
–nuestros pequeños méritos– podemos aplicar a los difuntos los méritos
infinitos de Cristo.
Ya que en el Antiguo Testamento, en el
segundo libro de los Macabeos, vemos a Judas enviando una colecta a Jerusalén
para ofrecerla como expiación por los muertos en la batalla. Pues dice el autor
sagrado, es una idea piadosa y santa rezar por los muertos para que sean
liberados del pecado.
Los paganos deshojaban rosas y tejían
guirnalda en honor de los difuntos. Nosotros podemos hacer más. “Un cristiano,
dice San Ambrosio, tiene mejores presentes. Cubrid de rosas, si queréis, los
mausoleos, pero envolvedlos, sobre todo en aromas de oraciones”.
De este modo, la muerte cristiana, unida
a la de Cristo, tiene un aspecto pascual: es el tránsito de la vida terrena a
la vida eterna. Por eso, a lo que los paganos llamaban necrópolis –ciudad de
los muertos– los cristianos llamamos cementerio –dormitorio o lugar de reposo
transitorio– Así se entiende que San Francisco de Asís pudiese saludad
alegremente a la descarnada visitante “Bienvenida
sea mi hermana la muerte”. Y con más pasión aún Santa Teresa “Ah, Jesús
mío, ¡ya es hora de que nos veamos!
Este es el sentido de la Conmemoración
de los fieles difuntos, como Conmemoración litúrgica solemne, la estableció San
Odilón, Abad de Cluny para toda la Orden Benedictina. Las gentes recibieron con
gusto la iniciativa. Roma la adopto y se extendió por toda la cristiandad.
Para
meditar también:
Ángelus del día de la Conmemoración de los fieles difuntos, 2 de noviembre ...Conmemoración de los Fieles Difuntos (Aci Prensa
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