Sea Bendito y alabado el Señor nuestro Dios ahora y por siempre.
Cuando una persona se
encuentra con el Papa, pero si no está dispuesto a vivir conforme a Cristo, por
ejemplo, la mayoría de los poderes políticos, que están cerrado a la vida de
Gracia, no salen de su estado de pecado. Pero si un cristiano ve al Papa más
cerca, por ejemplo, cuando en las visitas pasan con el vehículo: papamóvil, su
vida puede cambiar, ¿qué será si el cristiano conversa con el Sucesor de Pedro?
Su vida van en progreso de una transformación más espiritual.
Cuando vemos el importante
número, que más que ser números, son almas que quieren estar más con Cristo
Jesús, les vemos en las audiencias, cuando visitan al Sucesor de Pedro, en
Castegandolfo, en los momentos del Ángelus, que rezan juntamente con el Papa,
la vida de ellos, ya no es la misma.
Aunque no todos los
cristianos están dispuesto abrir su corazón a la conversión, como recuerdo en
aquellos días, cuando fui a la JMJ Madrid, 2011, casi todos íbamos a ver al
Papa Benedicto XVI y oírle, y aprender de sus palabras. Como ya escribí en otra
ocasión, o las malas confesiones de algunas personas… y según como uno de ellos
dijo en su día, “yo engañé al sacerdote en la confesión”, esto lo oí yo. Pero
engañar al sacerdote es mentir a Dios, por lo cual no es nada bueno. Las malas
confesiones son mentiras que se hace a Jesucristo, que lo ve todo, y a todos
quiere perdonar. Pero no todos desean obtener el perdón del Señor, y cometen
confesiones sacrílegas.
Jesús nos ama, y nosotros debemos aprender a amarle a Él, y no podríamos amarle si nos cerramos en nosotros mismos, debemos ser transparentes para con Dios, y saldremos ganando en todos los sentidos.
Cristo Jesús y María Santísima os bendiga a todos vosotros y a vuestras familias y amistades.
Cristo Jesús y María Santísima os bendiga a todos vosotros y a vuestras familias y amistades.
Arzobispo
de Valencia, Carlos Osoro.
Desde
el lunes 24 de febrero hasta el lunes 3 de marzo hemos tenido varias provincias
eclesiásticas de España la “Visita ad
Limina Apostolorum”, que los obispos debemos realizar al Sucesor de Pedro
cada cinco años. Han sido unos días entrañables visitando las diversas
Congregaciones y Pontificios Consejos. Pero el culmen de la visita ha tenido
lugar el día en que los obispos de la Provincia hemos podido ver al Santo Padre
y hablar con él. A nuestra Provincia Eclesiástica Valentina le correspondió el
día 28 de febrero. ¿Qué deciros a todos los cristianos de este encuentro? Al
dar la mano al Papa Francisco y recibir de él su abrazo, recordé a Pedro,
después de Pentecostés, al ver el desconcierto de aquella multitud que, siendo
de diferentes lugares y de diferentes lenguas, les oían hablar en su propia
lengua, y se decían entre sí: “¿que será
esto?”. Sí, veía en el Papa Francisco a la Iglesia extendida por todos los pueblos,
la realidad de todas las iglesias particulares y sus Obispos unidos y en
comunión con el Sucesor de Pedro, os veía a todos vosotros, los cristianos
de nuestra Archidiócesis de Valencia que, junto conmigo, en comunión con Pedro,
seguimos diciendo a una sola voz, las mismas palabras de Pedro: “A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual
todos nosotros somos testigos” (Hch 2, 32). –
La importancia
de estar unidos
Lo
que viví en aquel momento del encuentro con el Papa Francisco fueron muchas
experiencias que, en estos momentos en que os escribo, vienen a mi mente y mi
corazón. Pero, especialmente, querría comunicaros que viví con profunda
intensidad la alegría de anunciar el Evangelio entre vosotros, sabiendo que precisamente es el Señor quien
llena el corazón y la vida del ser humano. Viví la importancia de estar unidos y de poner en común lo que
somos y tenemos para que nadie pase necesidad, Recordé a tantos que están a
nuestro lado pidiéndonos que partamos el pan con sencillez, algo que sale con
una espontaneidad clara y evidente del encuentro con Jesucristo. Entendí una
vez más, pero con un grado de prioridad especial en estos momentos de la
historia de la humanidad y de nuestra historia en Valencia, que nos urge seguir
realizando la invitación que solamente se puede hacer desde un encuentro
profundo con Jesucristo y desde una decisión absoluta de dejarnos encontrar por
Él: hay que eliminar del corazón
la comodidad y la avaricia que hacen que tengamos esa enfermedad que elimina de
nuestro lado a los demás y nos hace vivir en la búsqueda de placeres
superficiales, clausurando nuestra vida en nuestros propios intereses y no
dando espacio a los demás, dejándonos engañar y escapando del amor de Dios
manifestado y revelado en Jesucristo, que es quien nos devuelve la dignidad.
La voz de Dios
¡Qué
fuerza arrolladora tiene escuchar la voz de Dios! Aquella que le hizo a Pedro,
y que continúa a través del Papa Francisco, exclamar ante el Sanedrín
refiriéndose a Jesucristo: “¿Es justo
ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a Él?” (Hch 4, 19 b).
Escuchar y hacer resonar esa voz de Dios que se nos ha manifestado y revelado
en Jesucristo con obras y palabras es la misión que tenemos y que, en el
encuentro con el Papa Francisco, he renovado con todo mi corazón uniéndome a
todos los obispos que viven en comunión con Él. Es la renovación que nos invita
a un compromiso que haga gozar a los hombres de la voz y de las obras de Dios,
de su cercanía, de su amor, del mismo entusiasmo que tuvo Jesucristo pasando
por este mundo haciendo el bien. El encuentro con el Papa sigue siendo motivo
para vivir con más fuerza e intensidad el gozo de hacer como los apóstoles,
desde el inicio de la misión en la Iglesia: “daban testimonio de la
resurrección de Jesús con mucho valor” (Hch 4, 33). Aquí viene bien
volver a meditar aquellas palabras del Papa emérito Benedicto XVI cuando nos
dijo: “No se comienza a ser cristiano
por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).
Dos
expresiones del Apóstol San Pablo resumen lo que viví en el encuentro con el
Papa Francisco: “El amor de Cristo nos
apremia” (2 Cor 5, 14) y “Ay de mí
si no anunciara el Evangelio” (1 Cor 9, 16). Y es que, después de años de
vivir con vosotros, sabéis que tengo cada día el convencimiento mayor de que la
vida se agranda y crece y se desparrama entre los demás, cuando la das y la
repartes; y, por el contrario, tiene un debilitamiento fuerte y profundo cuando
te retiras en la comodidad, a vivir para ti mismo, a aislarte de quienes te
piden, es cierto, cada día más y más. Es verdad, disfruto mucho con vosotros y
lo seguiré haciendo con pasión, ilusión, esperanza, en la entrega de mi vida
por comunicaros a Jesucristo. Pero en este encuentro con el Papa Francisco he
percibido, a través de él, dónde se encuentra el dinamismo verdadero de toda
realización personal: tenemos vida, crecemos,
maduramos, somos, en la medida en que damos la Vida para que los otros tengan
vida.
¿Y
qué mejor que entregarla para que todos conozcan a quien es la Vida,
Jesucristo? Ello implica estar siempre sabiendo y viviendo que Jesucristo es la
alegría verdadera, que su riqueza y belleza son inagotables, que es Él quien
nos hace vivir siempre en la fuente de la novedad. Por ello, es Él quien nos
hace creativos y nos hace buscar siempre caminos nuevos, métodos y expresiones
que no nos encierran en esquemas aburridos y envejecidos para acercar a
Jesucristo a los hombres de nuestro tiempo, es decir, es Él quien nos regala la frescura y el oxígeno del Evangelio. En
la conversación con el Papa Francisco, uno siente la urgencia de vivir lo que
sabemos en teoría, que todos los hombres tienen derecho a recibir el Evangelio
y que nosotros, los cristianos, tenemos el deber de anunciárselo, sin
excluir a nadie. Y que lo tenemos que hacer no con imposiciones, sino por
atracción, aquella misma que experimentaron los discípulos de Emaús que, aun no
dándose cuenta que era Jesús quien les acompañaba por el camino, se sintieron
tan a gusto que le dijeron: “quédate con
nosotros porque atardece”. Tengamos este convencimiento: Jesucristo nos
pide todo, pero caminemos seguros de que nos lo da todo.
¡Qué
rápido se pasó el tiempo conversando con el Papa Francisco en la alegría
misionera, la dinámica del éxodo y del don, de salir de sí, de caminar y
sembrar siempre de nuevo y siempre más allá! Aquella conversación de intimidad
invitaba a salir a la itinerancia y a vivir la comunión como comunión
misionera, fieles a la propuesta que nos hizo el Señor: “Id por el mundo y
anunciad el Evangelio” de manera inmediata, sin perder tiempo, a todos los
lugares, a todas las personas, en todas las ocasiones que se nos presenten, sin
miedos de ningún tipo. Últimamente, aunque muchas veces había meditado esa
página del Evangelio de San Juan donde se nos relata el lavatorio de los pies,
me ha llamado la atención de una manera especial. ¿Por qué? En ese gesto de
Jesús se nos dice, por una parte, cómo vivir siempre en la comunión y como
recrearla constantemente y, por otra parte, Él se involucra y nos involucra a
los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás y diciéndonos: “el criado no es más que su amo, ni el
enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros
si lo ponéis en práctica” (Jn 13, 16b-17).
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
Para hablar con Dios nos debemos sincerar, abrir nuestro corazón, y que todo lo que le digamos sea totalmente sincero. Él ya sabe lo que le queremos decir, pero debemos hacerlo con el corazón. Un fuerte abrazo y feliz fin de semana amigo.
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