Mis buenos hermanos, ante todo, deseo todo lo mejor para vosotros y vuestras familias: la vida eterna.
En este mundo debemos pasar dando gloria y alabanza al Señor nuestro Dios, que tanto nos ama, que no nos deja, lo que recibamos de Dios, no es solamente para nosotros, sino para los que buscan al Señor con toda su alma, y también oraremos por la conversión de los pecadores, a fin de que abran sus corazones al Amor de Dios y se conviertan.
EVANGELIO DOMINICAL: "Buscad el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura"
Padre José Antonio Medina Pellegrini
En este mundo debemos pasar dando gloria y alabanza al Señor nuestro Dios, que tanto nos ama, que no nos deja, lo que recibamos de Dios, no es solamente para nosotros, sino para los que buscan al Señor con toda su alma, y también oraremos por la conversión de los pecadores, a fin de que abran sus corazones al Amor de Dios y se conviertan.
No debemos pedir por pedir, conozco a personas que buscaron ante todo la añadidura, trabajaban incluso en domingo, olvidando la oración y la santificación eucarística, Esto significa que quien obra así, que no quiere a Dios, sino lo material, al final, al no tener a Dios, lo pierde todo.
Sin Dios la vida es sufrimiento, amargura, un caos, un infierno. Sin la búsqueda de Dios, entra pronto el diablo, y los aleja cada vez más de la esperanza y de la dulzura de Dios.
Por eso debemos amarle con todo corazón, el demonio no es parte de nuestra vida, sino nuestro enemigo más terrible, pero con Cristo Jesús y María santísima, todo es más fácil, hasta el demonio se aleja de nosotros.
No puede haber pobreza en el pobre que se entrega a Dios, ya que la oración perseverante alegra nuestro espíritu, nuestra vida. Es una realidad. Quien no reza, por sí mismo se tira desde un acantilado a su propia desesperación.
EVANGELIO DOMINICAL: "Buscad el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura"
Padre José Antonio Medina Pellegrini
domingo, 2 de marzo de 2014
8º Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo A
Evangelio: Mateo 6, 24-34
Dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.
Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer.
Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!
No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan.
Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.
Palabra del Señor.
“En Dios sólo descansa, ¡oh alma mía!; de él viene mi esperanza” (Sal 62, 6).
Queridos amigos y hermanos del blog: ¡Cuánta inquietud nos producen nuestras ocupaciones y, sobre todo, nuestras preocupaciones, en especial las que se refieren a nuestras necesidades! En este octavo domingo del Tiempo Ordinario, la liturgia y Jesús nos exhortan a “confiar en Dios constantemente”. Nuestra confianza no es una aventura irresponsable, es la lógica respuesta al amor providente de Dios.
En un período de prueba había dicho Israel: “El Señor me ha abandonado, el Señor me ha olvidado” (Is 49, 14); pero por boca del profeta le responde el Señor: “¿Acaso olvida una madre a su niño de pecho?... Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido” (ib 15). Es un absurdo que Dios abandone a la criatura que ha llamado a la vida en un acto de amor. Sin embargo, cuando las pruebas se agolpan, los hombres son fáciles en dudar del amor de Dios y de su asistencia paternal. Jesús revelador de Dios-Padre, trató muchas veces este tema: “No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué vestiréis” (Mt 6, 25).
El hombre está lleno de afanes y angustias porque cuenta demasiado con sus propios recursos, porque se fía más de las iniciativas propias que de las de la providencia, porque cree más en los medios humanos que en el auxilio de Dios. Y así se engolfa en los negocios y va tras la ganancia del dinero de modo que no le queda ni tiempo ni capacidad para atender a Dios. Jesús introduce el discurso sobre la confianza en la providencia diciendo: “Nadie puede servir a dos señores” (ib 24). El dinero es un pésimo amo que tiraniza al hombre quitándole la libertad de servir y amar a Dios y a los hermanos. Dios, en cambio, único y supremo Señor, es tan bueno que, cuando el hombre se pone a su servicio y se abandona con confianza en sus manos, lo libra de los afanes de la vida y, dándole seguridad en su providencia, le hace generoso con los demás. “Pues si la hierba del campo, que hoy es y mañana va a ser echada al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe” (ib 30).
En realidad es la poquedad de la fe la que torna al hombre tan inseguro de Dios y tan preocupado de sí. Jesús tiene esta conducta como digna de paganos: “Por todas esas cosas se afanan los gentiles” (ib 32). Es como decir: el que tiene fe no puede portarse como si no existiese la providencia. Es fácil aun para el cristiano dejarse apoderar de esta mentalidad puramente terrena, no ver más allá de los horizontes materiales y creer sólo en lo que se tiene a mano. Hay que “convertirse” y formarse una mentalidad evangélica. No para dispensarse del esfuerzo y de los deberes del propio estado, sino para, atendiendo a ellos con empeño, no descuidar la “única cosa necesaria” (Lc 10, 41) y creer que adonde el hombre no llega, llega la providencia del Padre celestial. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6, 33).
El Salmista nos ayuda para nuestro encuentro orante y agradecido con nuestro Dios-Padre: “Señor, Dios mío, ¡qué grande eres!... Del fruto de tu cielo hartas la tierra; la hierba haces brotar para el ganado, y las plantas para el uso del hombre, para que lustre su rostro con aceite y el pan conforte el corazón del hombre. Se empapan bien los árboles del Señor, los cedros del Líbano que él planto; allí ponen los pájaros sus nidos…
¡Cuán numerosas tus obras, oh Señor! Todas las has hecho con sabiduría, de tus criaturas está llena la tierra. Ahí está el mar, grande y de amplios brazos, y en él el hervidero innumerable de animales grandes y pequeños… Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo su alimento; tú se lo das y ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes. Escondes tu rostro y se anonadan, les retiras su soplo y espiran y a su polvo retornan. Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Salmo 104, 1. 13-17. 24-30).
Hagamos nuestros estos sentimientos de san Agustín de entrega y confianza ilimitada en la providencia de Dios: ¡Oh Señor, Dios mío! ¡Oh Señor, Dios nuestro! Haznos felices de ti, para que vayamos a ti. No queremos la felicidad del oro, ni de la plata, ni de las haciendas; no queremos la felicidad de estas cosas terrenas, vanísimas, fugaces, propias de esta vida caduca. Que nuestra boca no hable vanidad. Haznos dichosos de ti, porque a ti no te perderemos. Cuando te tuviéramos a ti, ni te perderemos a ti, ni nos perderemos a nosotros. Haznos bienaventurados de ti, porque… dichoso el pueblo cuyo Señor es su Dios” (San Agustín, Sermón, 113, 6).
Queridos hermanos: “no estéis agobiados”, nos ha repetido Jesús hoy cuatro veces en su Evangelio. La liturgia ha sido un canto el amor providente de Dios, que no olvida a sus hijos y los cuida con amor paterno. Confiemos en él, entreguémonos a él, ¡nunca seremos defraudados!
Con mi bendición.
Padre José Medina
Gracias José Luis, pues además tus palabras nos acercan a Él y alivian el corazón y el alma. Un abrazo muy grande amigo.
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