En el «Catecismo de la Iglesia Católica», leemos que la misión del hombre, es que conozcamos a Dios, y le amemos con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, con toda la potencia de nuestra alma. Por lo que no debemos nada fuera de Dios y de los intereses de Cristo Jesús nuestro Señor. Pero es imposible amar a Dios si no amamos a la Iglesia Católica, hagamos que toda nuestra vida, entera, se conforme al mismo sentir de la Santa Madre Iglesia Católica. Sentir con la Iglesia es amar a Cristo. Pero meditemos estos textos, y otros que con la ayuda de Dios, compartiré.
Si no adoramos al Señor dignamente, estamos desaprovechando una oportunidad que todos tenemos, para ser santos, santas, porque sin la santidad nadie podrá ver a Dios.
Si no adoramos al Señor dignamente, estamos desaprovechando una oportunidad que todos tenemos, para ser santos, santas, porque sin la santidad nadie podrá ver a Dios.
¿Te animas, hermano, hermana, leer la continuación en los días que viniere? ¡Ánimo! Y que el Señor nos ayude a perseverar.
* * *
Anunciar el Evangelio de Cristo sin hipocresía ni
fariseísmo, y tenemos que hacerlo con los mismos sentimientos de la Santa Madre
Iglesia Católica, ¿cuáles son esos sentimientos? los mismos que los de nuestro
Dios y Señor Jesucristo. Siempre con la mirada y nuestro corazón puestos en los
Corazones de Jesús y María. Porque también tenemos que acudir diariamente a la
Santísima Madre de Dios, que ella nos ayudará en nuestra perfección.
Necesitamos ser constantes en el fiel cumplimiento de la
Voluntad de Dios, abrir la Santa Biblia, meditarla atentamente, todos los días,
leer los comentarios doctrinales que
está al pie de página, meditar también
el Catecismo de la Iglesia Católica, desde el principio hasta el final,
todos los días, a esto, se comprende que hemos pasar nuestro tiempo orando,
apartándonos de los peligros de la mundanidad, que es obstáculo para el camino
de la salvación eterna.
Oración, mucha oración, la Eucaristía, participar
espiritualmente, cuando estamos en la Eucaristía, como si viéramos al mismo
Cristo delante de nosotros. Visitar y adorar al Santísimo con toda nuestra
alma, fijándonos en el sagrario, ofreciéndonos a nosotros mismos, y suplicar
por todos nuestros hermanos y hermanas. Si nuestras oraciones van superando
nuestras imperfecciones.
En el CIC 12, nos explica cuáles son los principales
destinatarios del Catecismo de la Iglesia Católica, para ellos en primer lugar.
Pero también para los que quieren, queremos perfeccionar
nuestros conocimientos y amor a Dios, siempre fielmente al Magisterio de la
Iglesia Católica. Y lo debemos tener en nuestro hogar, en nuestra biblioteca de
libros con licencia eclesiástica. Pero no como adorno, sino como alimento
espiritual que ayudará a dar más vida y oxígeno a nuestra vida de cristianos,
cristianas; hijos e hijas de Dios.
No podemos leer el Catecismo como se hace cuando se
lee algún periódico, tanto de la lectura de las Sagradas Escrituras como del
Catecismo, siempre hemos de sacar el máximo provecho espiritual.
He oído a personas que no le gustan que se mencionen tanto la palabra "norma", que según ellos, no es muy cristiano. Sin embargo, El Catecismo, nos habla, de la seguridad de estas normas, en lo que se refiere a la vida de santidad.
He oído a personas que no le gustan que se mencionen tanto la palabra "norma", que según ellos, no es muy cristiano. Sin embargo, El Catecismo, nos habla, de la seguridad de estas normas, en lo que se refiere a la vida de santidad.
Para el corazón mundano, es un suplicio: ¿para qué tantas normas? En todas las órdenes religiosas contemplativa y activa tiene sus normas, unas normas que impulsa a la caridad cristiana, al amor fraternal, Normas de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento. Sin estas normas, no aprenderíamos donde ir por el Camino de Cristo. Son normas que nos llevan a la Vida eterna, por eso, es necesaria la Santa Obediencia y perseverar en el camino de la Voluntad de Dios.
Comencemos desde la Introducción hasta el número 12:
Catecismo de la Iglesia Católica
...
1. Introducción
Conservar el Depósito de la fe es la misión que el Señor confió a
su Iglesia y que ella realiza en todo tiempo. El Concilio ecuménico Vaticano
II, inaugurado hace treinta años por mi predecesor Juan XXIII, de feliz
memoria, tenía la intención y el deseo de hacer patente la misión apostólica y
pastoral de la Iglesia, y llevar a todos los hombres, mediante el resplandor de
la verdad del evangelio, a buscar y recibir el amor de Cristo que está sobre
todo (cf. Ef 3,19).
Con este propósito, el Papa Juan XXIII había asignado como tarea
principal conservar y explicar mejor el depósito precioso de la doctrina
cristiana, con el fin de hacerlo más accesible a los fieles de Cristo y a todos
los hombres de buena voluntad. Para esto, el Concilio no debía comenzar por
condenar los errores de la época, sino, ante todo, debía aplicarse a mostrar
serenamente la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe. “Confiamos que la
Iglesia –decía él– iluminada por la luz de este Concilio, crecerá en riquezas
espirituales, cobrará nuevas fuerzas y mirará sin miedo hacia el
futuro...Debemos dedicarnos con alegría, sin temor, al trabajo que exige
nuestra época, manteniéndonos en el camino por el que la Iglesia marcha desde hace
casi veinte siglos”.
Con la ayuda de Dios, los Padres conciliares pudieron elaborar, a lo largo de cuatro años de trabajo, un conjunto considerable de exposiciones doctrinales y de directrices pastorales ofrecidas a toda la Iglesia. Pastores y fieles encuentran en ellas orientaciones para la “renovación de pensamiento, de actividad, de costumbres, de fuerza moral, de alegría y de esperanza, que ha sido el objetivo del Concilio”.
Desde su conclusión, el Concilio no ha cesado de inspirar la vida eclesial. En 1985, yo podía declarar: “Para mí –que tuve la gracia especial de participar en él y de colaborar activamente en su desarrollo–, el Vaticano II ha sido siempre, y es de una manera particular en estos años de mi pontificado, el punto constante de referencia de toda mi acción pastoral, en el esfuerzo consciente por traducir sus directrices mediante una aplicación concreta y fiel, al nivel de cada Iglesia y de toda la Iglesia. Es preciso volver sin cesar a esta fuente”.
En este espíritu, el 25 de Enero de 1985, convoqué una Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos, con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio. El fin de esta asamblea era celebrar las gracias y los frutos espirituales del Concilio Vaticano II, profundizar su enseñanza para una más perfecta adhesión a ella y promover su conocimiento y aplicación.
En la celebración de esta asamblea, los Padres del Sínodo
expresaron el deseo “de que fuese redactado un Catecismo o compendio de toda la
doctrina católica tanto sobre la fe como sobre la moral, que sería como un
texto de referencia para los catecismos o compendios que son compuestos en los
diversos países. La presentación de la doctrina debe ser bíblica y litúrgica, y
debe ofrecer una doctrina segura y al mismo tiempo adaptada a la vida actual de
los cristianos”. Desde la clausura del Sínodo, hice mío este deseo, juzgando
que “responde enteramente a una verdadera necesidad de la Iglesia universal y
de las Iglesias particulares”.
¡Cómo no dar gracias de todo corazón al Señor en este día en que
podemos ofrecer a la Iglesia entera con el título de “Catecismo de la Iglesia
Católica”, este “texto de referencia” para una catequesis renovada en las
fuentes vivas de la fe!
Tras la renovación de la Liturgia y la nueva codificación del
Derecho canónico de la Iglesia latina y de los Cánones de las Iglesias
orientales católicas, este catecismo ofrecerá una contribución muy importante a
la obra de renovación de toda la vida eclesial, querida y puesta en aplicación
por el Concilio Vaticano II.
El “Catecismo de la Iglesia Católica” es fruto de una muy amplia
colaboración. Es el resultado de seis años de trabajo intenso en un espíritu de
apertura atento y con un fervor ardiente.
En 1986 confié a una Comisión de doce Cardenales y Obispos,
presidida por Mons. el Cardenal Joseph Ratzinger, la tarea de preparar un
proyecto para el Catecismo solicitado por los Padres del Sínodo. Un Comité de
redacción de siete obispos diocesanos, expertos en teología y en catequesis, ha
asistido a la Comisión en su trabajo.
La Comisión, encargada de dar loas directrices y de velar por el
desarrollo de los trabajos, ha seguido atentamente todas las etapas de la
redacción de las nueve versiones sucesivas. El Comité de redacción, por su
parte, ha asumido la responsabilidad de escribir el texto, introducir en él las
modificaciones exigidas por la Comisión y examinar las observaciones que
numerosos teólogos, exegetas, catequistas y, sobre todo, Obispos del mundo
entero, con el fin de mejorar el texto. El Comité ha sido un lugar de
intercambios fructíferos y enriquecedores que han asegurado la unidad y
homogeneidad del texto.
El proyecto ha sido objeto de una amplia consulta de todos los
obispos católicos, de sus Conferencias episcopales o de sus Sínodos, de los
institutos de teología y de catequesis. En su conjunto, el proyecto ha recibido
una acogida muy favorable por parte del Episcopado. Podemos decir ciertamente
que este Catecismo es fruto de una colaboración de todo el episcopado de la
Iglesia católica, que ha acogido generosamente mi invitación a tomar su parte
de responsabilidad en una iniciativa que toca de cerca a la vida eclesial. Esta
respuesta suscita en mí un profundo sentimiento de gozo, porque el concurso de
tantas voces expresa verdaderamente lo que se puede llamar la “sinfonía” de la
fe. La realización este Catecismo refleja así la naturaleza colegial del
Episcopado y atestigua la catolicidad de la Iglesia.
- Un catecismo debe presentar fiel y orgánicamente la enseñanza de la Sagrada Escritura, de la Tradición viva en la Iglesia y del Magisterio auténtico, así como la herencia espiritual de los Padres, de los santos y santas y de la Iglesia, para permitir conocer mejor el misterio cristiano y reavivar la fe del Pueblo de Dios. Debe tener en cuenta las explicitaciones de la doctrina que el Espíritu Santo ha sugerido a la Iglesia en el curso de los siglos. Es preciso también que ayude a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que hasta ahora no se habían planteado en el pasado.
El catecismo, por tanto, contiene cosas nuevas y cosas antiguas
(cf. Mt 13,52), pues la fe es siempre la misma y fuente de luces siempre
nuevas.
Para responder a esta doble exigencia, el “Catecismo de la Iglesia
Católica”, por una parte, repite el orden “antiguo”, tradicional, y seguido ya
por el Catecismo de San Pío V, dividiendo el contenido en cuatro partes: el Credo;
la Sagrada Liturgia con los sacramentos en primer plano; el obrar
cristiano, expuesto a partir de los mandamientos; y finalmente la oración
cristiana. Pero, al mismo tiempo, el contenido es expresado con frecuencia
de una forma “nueva”, con el fin de responder a los interrogantes de nuestra
época.
Las cuatro partes están ligadas entre sí: el misterio cristiano es
el objeto de la fe (primera parte); es celebrado y comunicado en las acciones
litúrgicas (segunda parte); está presente para iluminar y sostener a los hijos
de Dios en su obrar (tercera parte); es el fundamento de nuestra oración, cuya
expresión privilegiada es el “Padrenuestro”, que expresa el objeto de nuestra
petición, nuestra alabanza y nuestra intercesión (cuarta parte).
La Liturgia es por sí misma oración; la confesión de la fe tiene
su justo lugar en la celebración del culto. La gracia, fruto de los
sacramentos, es la condición insustituible del obrar cristiano, igual que la
participación en la Liturgia de la Iglesia requiere la fe. Si la fe no se
concreta en obras permanece muerta (cf. St 2, 14–26) y no puede dar frutos de
vida eterna.
En la lectura del “Catecismo de la Iglesia Católica” se puede
percibir la admirable unidad del misterio de Dios, de su designio de salvación,
así como el lugar central de Jesucristo Hijo único de Dios, enviado por el
Padre, hecho hombre en el seno de la Santísima Virgen María por el Espíritu
Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en
su Iglesia, particularmente en los sacramentos; es la fuente de la fe, el
modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración.
El “Catecismo de la Iglesia Católica” que yo aprobé el 25 de Junio
pasado, y cuya publicación ordeno hoy en virtud de la autoridad apostólica, es
una exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas o
iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio
eclesiástico. Lo reconozco como un instrumento válido y autorizado al servicio
de la comunión eclesial y como una norma segura para la enseñanza de la fe.
¡Que sirva para la renovación a la que el Espíritu Santo llama sin cesar a la
Iglesia de Dios Cuerpo de Cristo, en peregrinación hacia la luz sin sombra del
Reino!
La aprobación y la publicación del “Catecismo de la Iglesia
Católica” constituyen un servicio que el sucesor de Pedro quiere prestar a la
Santa Iglesia católica, a todas las Iglesias particulares en paz y comunión con
la Sede apostólica de Roma: el de sostener y confirmar la fe de todos los
discípulos del Señor Jesús (cf. Lc 22,32), así como de reforzar los vínculos de
la unidad en la misma fe apostólica.
Pido, por tanto, a los pastores de la Iglesia y a los fieles que
reciban este Catecismo con un espíritu de comunión y lo utilicen asiduamente al
realizar su misión de anunciar la fe y llamar a la vida evangélica. Este
Catecismo les es dado para que les sirva de texto de referencia seguro y
auténtico en la enseñanza de la doctrina católica, y muy particularmente en la
composición de los catecismos locales. Es ofrecido también a todos los fieles
que deseen conocer mejor las riquezas inagotables de la salvación (cf. Jn
8,32). Quiere proporcionar un sostén a los esfuerzos ecuménicos animados por el
santo deseo de unidad de todos los cristianos, mostrando con exactitud el
contenido y la coherencia armoniosa de la fe católica. El “Catecismo de la
Iglesia Católica” es finalmente ofrecido a todo hombre que nos pida razón de la
esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15). y que quiera conocer lo que cree
la Iglesia católica.
Este Catecismo no está destinado a sustituir los catecismos
locales debidamente aprobados por las autoridades eclesiásticas, los Obispos
diocesanos y las Conferencias episcopales, sobre todo cuando han recibido la
aprobación de la Sede apostólica. Está destinado a alentar y facilitar la
redacción de nuevos catecismos locales que tengan en cuenta las diversas
situaciones y culturas, pero que guarden cuidadosamente la unidad de la fe y la
fidelidad a la doctrina católica.
Al terminar este documento que presenta el “Catecismo de la
Iglesia Católica” pido a la Santísima Virgen María, Madre del Verbo encarnado y
Madre de la Iglesia, que sostenga con su poderosa intercesión el trabajo
catequético de la Iglesia entera a todos los niveles, en este tiempo en que la
Iglesia está llamada a un nuevo esfuerzo de evangelización. Que la luz de la verdadera
fe libre a la humanidad de la ignorancia y de la esclavitud del pecado para
conducirla a la única libertad digna de este nombre (cf. Jn 8,32): la de la
vida en Jesucristo bajo la guía del Espíritu Santo, aquí y en el Reino de los
cielos, en la plenitud de la bienaventuranza de la visión de Dios cara a cara
(cf. 1 Co 13,12; 2 Co 5,6–8).
Dado el 11 de Octubre de 1992, trigésimo aniversario de la
apertura del Concilio Vaticano II y año decimocuarto de mi pontificado.
Ioannes Paulus Pp II
“PADRE,
esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu
enviado Jesucristo” (Jn 17,3). “Dios, nuestro Salvador...quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tim 2,3–4). “No
hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos
salvarnos” (Hch 4,12), sino el nombre de JESUS.
I La vida del hombre: conocer y amar a Dios
1 Dios, infinitamente Perfecto y
Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente
al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo
tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo,
a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que
el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su
Hijo que envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos.
En él y por él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de
adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada.
2 Para que esta llamada resuene en toda
la tierra, Cristo envió a los apóstoles que había escogido, dándoles el mandato
de anunciar el evangelio: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,19–20). Fortalecidos con
esta misión, los apóstoles “salieron a predicar por todas partes, colaborando
el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban”
(Mc 16,20).
3 Quienes con la ayuda de Dios han
acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten
por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el
mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los apóstoles ha sido guardado
fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a
transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la
comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración (cf. Hch 2,42).
4 Muy pronto se llamó catequesis al
conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia para hacer discípulos, para
ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que, por la
fe, tengan la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y
construir así el Cuerpo de Cristo (cf. Juan Pablo II, CT 1,2).
5 En su sentido más restringido, “globalmente,
se puede considerar aquí que la catequesis es una educación en la fe de
los niños, de los jóvenes y adultos que comprende especialmente una enseñanza
de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático con
miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana” (CT 18).
6 Sin confundirse con ellos, la
catequesis se articula dentro de un cierto número de elementos de la misión
pastoral de la Iglesia, que tienen un aspecto catequético, que preparan para la
catequesis o que derivan de ella: primer anuncio del Evangelio o predicación
misionera para suscitar la fe; búsqueda de razones para creer; experiencia de
vida cristiana: celebración de los sacramentos; integración en la comunidad
eclesial; testimonio apostólico y misionero (cf. CT 18).
7 “La catequesis está unida íntimamente a
toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica y el aumento
numérico de la Iglesia, sino también y más aún su crecimiento interior, su
correspondencia con el designio de Dios dependen esencialmente de ella” (CT
13).
8 Los periodos de renovación de la
Iglesia son también tiempos fuertes de la catequesis. Así, en la gran época de
los Padres de la Iglesia, vemos a santos obispos consagrar una parte importante
de su ministerio a la catequesis. Es la época de S. Cirilo de Jerusalén y de S.
Juan Crisóstomo, de S. Ambrosio y de S. Agustín, y de muchos otros Padres cuyas
obras catequéticas siguen siendo modelos.
9 El ministerio de la catequesis saca
energías siempre nuevas de los Concilios. El Concilio de Trento constituye a este
respecto un ejemplo digno de ser destacado: dio a la catequesis una prioridad
en sus constituciones y sus decretos; de él nació el Catecismo Romano que lleva
también su nombre y que constituye una obra de primer orden como resumen de la
doctrina cristiana; este Concilio suscitó en la Iglesia una organización
notable de la catequesis; promovió, gracias a santos obispos y teólogos como S.
Pedro Canisio, S. Carlos Borromeo, S. Toribio de Mogrovejo, S. Roberto
Belarmino, la publicación de numerosos catecismos.
10 No es extraño, por ello,
que, en el dinamismo del Concilio Vaticano segundo (que el Papa Pablo VI
consideraba como el gran catecismo de los tiempos modernos), la catequesis de
la Iglesia haya atraído de nuevo la atención. El “Directorio general de la
catequesis” de 1971, las sesiones del Sínodo de los Obispos consagradas a la
evangelización (1974) y a la catequesis (1977), las exhortaciones apostólicas
correspondientes, “Evangelii nuntiandi” (1975) y “Catechesi tradendae” (1979),
dan testimonio de ello. La sesión extraordinaria del Sínodo de los Obispos de
1985 pidió “que sea redactado un catecismo o compendio de toda la doctrina
católica tanto sobre la fe como sobre la moral” (Relación final II B A 4). El
santo Padre, Juan Pablo II, hizo suyo este deseo emitido por el Sínodo de los
Obispos reconociendo que “responde totalmente a una verdadera necesidad de la
Iglesia universal y de las Iglesias particulares” (Discurso del 7 de Diciembre
de 1985). El Papa dispuso todo lo necesario para que se realizara la petición
de los padres sinodales.
11 Este catecismo tiene por
fin presentar una exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales
y fundamentales de la doctrina católica tanto sobre la fe como sobre la moral,
a la luz del Concilio Vaticano II y del conjunto de la Tradición de la Iglesia.
Sus fuentes principales son la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la
Liturgia y el Magisterio de la Iglesia. Está destinado a servir “como un punto
de referencia para los catecismos o compendios que sean compuestos en los
diversos países” (Sínodo de los Obispos 1985. Relación final II B A 4).
12 Este catecismo está
destinado principalmente a los responsables de la catequesis: en primer lugar a
los Obispos, en cuanto doctores de la fe y pastores de la Iglesia. Les es
ofrecido como instrumento en la realización de su tarea de enseñar al Pueblo de
Dios. A través de los obispos se dirige a los redactores de catecismos, a los
sacerdotes y a los catequistas. Será también de útil lectura para todos los
demás fieles cristianos.
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