Que grande y misericordioso es el Señor, Dios nuestro, cuando nos tomamos en serio vivir conforme a los intereses de Cristo, con la ayuda de la Gracia, siempre nos encontramos caminos de paz, de comprensión, de bondad.
La ternura que el Señor tiene hacia nosotros, también hemos de mostrarlo a los demás, pero esta ternura, no se trata de quedar indiferente ante los errores, ante el pecado, porque el no ayudar a nuestros hermanos, sino que queremos que simpatice con nosotros, porque nos quedamos indiferentes ante sus errores, si los tiene, ya no somos misericordiosos con ellos.
La Cuaresma a la que ha dado paso al tiempo actual, pues hoy, ya es Miércoles Santo, (NOTA: no olvidemos que el viernes Santo, es comienzo de la Novena a la Coronilla de la Divina Misericordia, es una cita que hemos de tener ante Dios, ya en comunidad, o sólos en la iglesia, en el Sagrario), como decía, todo este tiempo es para vivir recogido, con nuestros pensamientos y corazón, dedicados al Señor.
Yo recuerdo, cuando era niño, que en tiempo de Semana Santa, todos íbamos a la iglesia, la familia entera, en Andalucía, es allí, donde parece que hay más devoción y sentimiento de piedad. Estamos en una época muy complicada, en ciertas partes de España, hay un olvido de Dios, este olvido o rechazo de Dios, es una invitación al egoísmo, a todo tipo de iniquidades.
La Semana Santa, nuestro corazón no debe alojar a nadie más que a la Santísima Trinidad, y también a la Santísima Madre de Dios, es muy importante para mantener la paz.
Cuaresma y Semana Santa, salir de nosotros mismos, pero terminado este tiempo, no vamos a olvidarnos de Cristo, aún cuántas tantas cosas vengan ante nosotros, pues si Cristo que nos ama, y nos ha llamado, seguiremos con Él en cada instante de nuestra vida. Dios es amor, ya permanece con nosotros, no debe ser un momento, no es un instante, es para siempre, porque si no tuviésemos a Cristo en nuestra vida, la culpa sería nuestra, y romperíamos con la paz, Dios es Paz, Dulzura, ternura, y así necesitamos tratar a nuestros hermanos.
Dios siempre busca a toda clase de personas. Le vemos en la cruz, allí, crucificado, tanto nos amó que rogó a Dios Padre el perdón, para aquellos que no le conocían, aún así, no todos acogieron ese perdón, como en el caso de Judas Iscariote, el mal ladrón, y otros que no quisieron quebrantar su corazón endurecido.
Yo me pregunto delante de Dios, ¿cómo habré pasado estas fechas, Cuaresma, Semana Santa?, yo me respondo, que no he sido todo lo fiel que debería haberlo sido, es tanta la debilidad que tengo, mis ingratitudes. Pero la alegría y la dulzura del perdón del Señor, cuando me arrepiento, y deseo enmendarme, no es una vuelta atrás, sino que mi preparación para mi salvación debe ser momento a momento. El Señor me pide, que debo ser irreprochable, humilde, manso, ¿cómo puedo conseguirlo? es muy fácil, y es que mi corazón, mi vida entera, lo pongo en las manos del Señor, aceptando siempre su adorable Voluntad, para lo que Él quiera. Salir de mí mismo, pisoteando la iniquidad de mi hombre viejo, tan lleno de maldades, rechazar la soberbia; mi soberbia, siempre buscando a Cristo, por medio de la Eucaristía, la oración, las obras de caridad.
El Papa Francisco ha iniciado ya, la catequesis de los miércoles. Se nos invita a salir de nosotros mismos, pues para permanecer al lado de Cristo, caminar con Él, no podemos hacer, ahora voy a Cristo, pero también me entretengo con todo aquello que no agrada a Cristo. Pues lo que a mí me agrada, no significa que pueda agradar a Dios.
Semana Santa: Tiempo para "salir " de nosotros
dad del Vaticano, (Zenit.org) |
Hoy durante la mañana, el santo padre Francisco ha tenido su primera Audiencia General ante los fieles reunidos por miles en la Plaza de San Pedro.
¡Hermanos y hermanas, buenos días!
Me alegra darles la bienvenida a mi primera Audiencia general. Con profunda gratitud y veneración tomo al "testigo" de las manos de mi amado predecesor Benedicto XVI. Después de Pascua vamos a reanudar las catequesis del Año de la fe. Hoy quisiera detenerme sobre la Semana Santa. Con el Domingo de Ramos comenzamos esta Semana - centro de todo el Año Litúrgico- en la que acompañamos a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.
Pero
¿qué puede significar para nosotros vivir la Semana Santa?
¿Qué significa seguir a Jesús en su camino del Calvario hacia la Cruz y la Resurrección?
En su misión terrenal, Jesús recorrió las calles de Tierra Santa; llamó a doce personas simples para que permanecieran con Él, compartieran su camino y continuaran su misión; las eligió entre el pueblo lleno de fe en las promesas de Dios. Habló a todos, sin distinción, a los grandes y a los humildes, al joven rico y a la pobre viuda, a los poderosos y a los débiles; trajo la misericordia y el perdón de Dios; curó, consoló, comprendió; dio esperanza; llevó a todos la presencia de Dios que se interesa de cada hombre y mujer, como hace un buen padre y una buena madre con cada uno de sus hijos. Dios no esperó a que fuéramos a Él, sino que es Él que se mueve hacia nosotros, sin cálculos, sin medidas. Dios es así: Él da siempre el primer paso, Él se mueve hacia nosotros.
Jesús vivió las realidades cotidianas de la gente más común: se conmovió delante de la multitud que parecía un rebaño sin pastor; lloró ante el sufrimiento de Marta y María por la muerte de su hermano Lázaro; llamó a un publicano como su discípulo; sufrió también la traición de un amigo. En Él, Dios nos ha dado la certeza de que Él está con nosotros, en medio de nosotros. «Los zorros - ha dicho Jesús - tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». (Mt 8:20). Jesús no tiene hogar, porque su casa es la gente, somos nosotros, su misión es abrir a todos las puertas de Dios, ser la presencia amorosa de Dios.
En la Semana Santa nosotros vivimos el culmen de este camino, de este plan de amor que recorre a través de toda la historia de la relación entre Dios y la humanidad. Jesús entra en Jerusalén para cumplir el paso final, en el que resume toda su existencia: se entrega totalmente, no se queda con nada para sí mismo, ni siquiera con su vida. En la Última Cena, con sus amigos, comparte el pan y distribuye el cáliz "para nosotros". El Hijo de Dios se ofrece a nosotros, ofrece en nuestras manos su Cuerpo y su Sangre para estar siempre con nosotros, para habitar entre nosotros.
Y en el Huerto de los Olivos, al igual que en el juicio ante Pilato, no opone resistencia, se da; es el Siervo sufriente ya anunciado por Isaías, que se despoja de sí mismo hasta la muerte (cf. Is 53,12).
Jesús no vive este amor que lleva al sacrificio de manera pasiva o como un destino fatal; desde luego no oculta su profunda perturbación humana frente a la muerte violenta, pero se entrega plenamente a la confianza del Padre. Jesús se entregó voluntariamente a la muerte para corresponder al amor de Dios Padre, en perfecta unión con su voluntad, para demostrar su amor por nosotros. En la cruz, Jesús "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2:20). Cada uno de nosotros puede decir: me amó y se entregó a sí mismo por mí. Cada uno puede decir este “por mí”.
¿Qué significa todo esto para nosotros? Significa que éste es también mi camino, el tuyo, nuestro camino. Vivir la Semana Santa, siguiendo a Jesús, no sólo con la conmoción del corazón; vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús quiere decir aprender a salir de nosotros mismos - como dije el domingo pasado - para salir al encuentro de los demás, para ir hasta las periferias de la existencia, ser nosotros los primeros en movernos hacia nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que están más alejados, los olvidados, los que están más necesitados de comprensión, de consuelo y de ayuda. ¡Hay tanta necesidad de llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y lleno de amor!
Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida. Es entrar en la lógica del Evangelio. Seguir, acompañar a Cristo. Permanecer con Él requiere un "salir", salir.
Salir de sí mismos, de un modo de vivir la fe cansino y rutinario, de la tentación de ensimismarse en los propios esquemas que terminan por cerrar el horizonte de la acción creadora de Dios. Dios salió de sí mismo para venir en medio de nosotros, colocó su tienda entre nosotros para traer su misericordia que salva y da esperanza. También nosotros, si queremos seguirlo y permanecer con Él, no debemos contentarnos con permanecer en el recinto de las noventa y nueve ovejas, debemos "salir”, buscar con Él a la oveja perdida, a la más lejana. Recuerden bien: salir de nosotros, como Jesús, como Dios salió de sí mismo en Jesús, y Jesús salió de sí mismo para todos nosotros.
Alguien podría decirme: “Pero Padre no tengo tiempo", "tengo muchas cosas que hacer", "es difícil", "¿qué puedo hacer yo con mis pocas fuerzas, también con mi pecado, con tantas cosas?". A menudo nos conformamos con algunas oraciones, con una misa dominical distraída e inconstante, con algún gesto de caridad, pero no tenemos esta valentía de "salir" para llevar a Cristo. Somos un poco como San Pedro. Tan pronto como Jesús habla de la pasión, muerte y resurrección, de darse a sí mismo, de amor a los demás, el Apóstol lo lleva aparte y lo reprende. Lo que Jesús dice altera sus planes, le parece inaceptable, pone en dificultad las seguridades que él se había construido, su idea del Mesías. Y Jesús mira a los discípulos y dirige a Pedro quizá una de las palabras más duras del Evangelio: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». (Mc. 8,33).
Dios piensa siempre con misericordia: no olviden esto. Dios piensa siempre con misericordia: ¡es el Padre misericordioso! Dios piensa como el padre que espera el regreso de su hijo y va a su encuentro, lo ve venir cuando todavía está muy lejos... ¿Esto que significa? Que todos los días iba a ver si el hijo volvía a casa: éste es nuestro Padre misericordioso. Es la señal que lo esperaba de corazón en la terraza de su casa.
Dios piensa como el samaritano que no pasa cerca del desventurado compadeciéndose o mirando hacia otra parte, sino socorriéndolo sin pedir nada a cambio; sin preguntar si era judío, si era pagano, si era samaritano, si era rico, si era pobre: no pide nada. No pide estas cosas, no pide nada. Va en su ayuda: así es Dios. Dios piensa como el pastor que da su vida para defender y salvar a las ovejas.
La Semana Santa es un tiempo de gracia que el Señor nos da para abrir las puertas de nuestro corazón, de nuestra vida, de nuestras parroquias, - ¡qué pena tantas parroquias cerradas! - de los movimientos, de las asociaciones, y "salir" al encuentro de los demás, acercarnos nosotros para llevar la luz y la alegría de nuestra fe ¡Salir siempre!
Y hacer esto con amor y con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que ponemos nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero que es Dios quien los guía y hace fecundas todas nuestras acciones.
Les deseo a todos que vivan bien estos días siguiendo al Señor con valentía, llevando en nosotros mismos un rayo de su amor a todos los que encontremos.
Texto traducido por Radio Vaticana
(27 de marzo de 2013) © Innovative Media Inc.
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