Mis buenos hermanos y
hermanas, una persona lleno de amor de Dios, cuya sabiduría procede del
Espíritu Santo, me dijo, “qué poco se valora los dones del Señor”.
Hoy reflexionemos, y dejemos
al Espíritu Santo, que siga educándonos en el camino de la fe.
En la actualidad,
se puede conocer mucho más a Dios, que si estuviésemos en nuestro barrio,
hablando sobre el Evangelio a personas conocidas y alguna vez a desconocidas.
Pero sucede que no todos están dispuesto a que en nuestras conversaciones
hablemos de Dios, llegan a cansarse. Pero para que no haya cansancio, hablar
con dulzura y bondad, por ejemplo el de estos hermanos...
Del Oficio de Lectura L. H. Tomo II, págs.. 1373-1374.
Santa Escolástica, su fiesta, 10 de febrero.
Pudo más porque amó más
De los libros de los Diálogos de san Gregorio Magno, papa
(Libro 2,33:PL 66, 194-196)
Escolástica, hermana de Benito, dedicada desde su infancia al Señor
todopoderoso, solía visitar a su hermano una vez al año. El varón de Dios se
encontraba con ella fuera de las puertas del convento, en las posesiones del
monasterio. Cierto día vino Escolástica, como de costumbre, y su venerable
hermano bajó a verla con algunos discípulos, y pasaron el día entero entonando
las alabanzas de Dios y entretenidos en santas conversaciones. Al anochecer,
cenaron juntos.
Con el interés de la conversación se hizo tarde y entonces aquella santa
mujer le dijo: «Te ruego que no me dejes esta noche y que sigamos hablando de
las delicias del cielo hasta mañana».
A lo que respondió Benito: «¿Qué es lo que dices, hermana? No me está
permitido permanecer fuera del convento». Pero aquella santa, al oír la
negativa de su hermano, cruzando sus manos, las puso sobre la mesa y, apoyando
en ellas la cabeza, oró al Dios todopoderoso.
Al levantar la cabeza, comenzó a relampaguear, tronar y diluviar de tal
modo, que ni Benito ni los hermanos que le acompañaban pudieron salir de aquel
lugar.
Comenzó entonces el varón de Dios a lamentarse y entristecerse, diciendo:
«Que Dios te perdone, hermana. ¿Qué es lo que acabas hacer?».
Respondió ella: «Te lo pedí, y no quisiste escucharme; rogué a mi Dios, escuchó. Ahora sal, si puedes, despídeme y vuelve
al monasterio».
Benito, que no había querido quedarse voluntariamente, no tuvo, al fin, más
remedio que quedarse allí. Así pudieron
pasar toda la noche en vela, en santas conversaciones sobre la vida espiritual,
quedando cada uno gozoso de las palabras que escuchaba a su hermano.
No es de extrañar que al fin la mujer fuera más poderosa que el varón, ya
que, como dice Juan: Dios es amor, y, por esto, pudo más porque
amó más.
A los tres días, Benito, mirando al cielo, vio cómo el alma de su hermana
salía de su cuerpo en figura de paloma y penetraba en el cielo. Él,
congratulándose de su gran gloria, dio gracias al Dios todopoderoso con himnos
y cánticos, y envió a unos hermanos a que trajeran su cuerpo al monasterio y lo
depositaran en el sepulcro que había preparado para sí.
Así ocurrió que estas dos almas, siempre unidas en Dios, no vieron tampoco
sus cuerpos separados ni siquiera en la sepultura.
* * *
Quien no acoge la Palabra de Dios con amor fraternal, tampoco hay que obligarle para que lo acepte. Nosotros debemos tener siempre las inspiraciones del Espíritu Santo, teniendo cuidado, que el demonio no se haga pasar, como si fuera un mensajero de Dios. Hemos de ser prudente.
Esta preciosa narración
que San Gregorio Magno, hace de la hermana de San Benito Abad: Santa
Escolástica. Un ejemplo que el Señor, viene al encuentro del alma orante, pues
la oración de los Santos y Santas, son espirituales, nada de superficialidad, y
nosotros también recibimos de Dios esas facilidades. Por lo que debemos
aprovechar con profundo sentido espiritual y perseverar en cada instante de
nuestra vida.
Y a propósito, yo
recomiendo, pues siempre tenemos tiempo para dar gloria a Dios, además de lo dicho,
de la lectura del Catecismo de la
Iglesia Católica sin olvidarnos de la Eucaristía y la oración constante, nos
ayudará el Año Cristiano, que es una colección completa que edita la BAC.
Ahora seguiremos
reflexionando el Catecismo de la Iglesia Católica, cuando lo hacemos
atentamente, nos detendremos en determinados puntos, para reelerlo y poder
comprender.
Dios al
encuentro del hombre
50
Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir
de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de
ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina (cf.
Cc. Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y
se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que
estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela
plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al
Espíritu Santo.
Artículo
1 La Revelación de Dios
I Dios
revela su designo amoroso
51
“Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio
de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo
encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de
la naturaleza divina” (DV 2).
52
Dios, que “habita una luz inaccesible” (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia
vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su
Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1,4–5). Al revelarse a sí mismo, Dios
quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más
allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.
53 El
designio divino de la revelación se realiza a la vez “mediante acciones y
palabras”, íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente (DV 2).
Este designio comporta una “pedagogía divina” particular: Dios se comunica
gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación
sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del
Verbo encarnado, Jesucristo.
S. Ireneo de
Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un
mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: “El Verbo de Dios ha habitado en el
hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a
Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del
Padre” (haer. 3,20,2; cf. por ejemplo 17,1; 4,12,4; 21,3 ).
II Las etapas de la Revelación
Desde
el origen, Dios se da a conocer
54
“Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio
perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la
salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros
padres ya desde el principio” (DV 3). Los invitó a una comunión íntima con él
revistiéndolos de una gracia y de una justicia resplandecientes.
55
Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres.
Dios, en efecto, “después de su caída alentó en ellos la esperanza de la
salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género
humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la
perseverancia en las buenas obras” (DV 3)
Cuando por
desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la
muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los hombres (MR, Plegaria eucarística
IV,118).
La
alianza con Noé
56
Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el
comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La Alianza con
Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el principio de la Economía divina
con las “naciones”, es decir con los hombres agrupados “según sus países, cada
uno según su lengua, y según sus clanes” (Gn 10,5; cf. 10,20–31).
57
Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las
naciones (cf. Hch 17,26–27), confiado por la providencia divina a la custodia
de los ángeles (cf. Dt 4,19; Dt (LXX), 32,8), está destinado a limitar el
orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad (cf. Sb 10,5),
quisiera hacer por sí misma su unidad a la manera de Babel (cf. Gn 11,4–6).
Pero, a causa del pecado (cf. Rom 1,18–25), el politeísmo así como la idolatría
de la nación y de su jefe son una amenaza constante de vuelta al paganismo para
esta economía aún no definitiva.
58 La
alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones (cf.
Lc 21,24), hasta la proclamación universal del evangelio. La Biblia venera
algunas grandes figuras de las “naciones”, como “Abel el justo”, el
rey–sacerdote Melquisedec (cf. Gn 14,18), figura de Cristo (cf. Hb 7,3), o los
justos “Noé, Daniel y Job” (Ez 14,14). De esta manera, la Escritura expresa qué
altura de santidad pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la
espera de que Cristo “reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos” (Jn
11,52).
Dios elige a Abraham
59
Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo “fuera de
su tierra, de su patria y de su casa” (Gn 12,1), para hacer de él “Abraham”, es
decir, “el padre de una multitud de naciones” (Gn 17,5): “En ti serán benditas
todas las naciones de la tierra” (Gn 12,3 LXX; cf. Ga 3,8).
60 El
pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los
patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28), llamado a preparar la
reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de loa Iglesia (cf. Jn
11,52; 10,16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos
hechos creyentes (cf. Rom 11,17–18.24).
61
Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han sido
y serán siempre venerados como santos en todas las tradiciones litúrgicas de la
Iglesia.
Dios forma a su pueblo Israel
62
Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo
salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y
le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le sirviera como
al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que
esperase al Salvador prometido (cf. DV 3).
63
Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19,6), el que “lleva el Nombre
del Señor” (Dt 28,10). Es el pueblo de aquellos “a quienes Dios habló primero”
(MR, Viernes Santo 13: oración universal VI), el pueblo de los “hermanos
mayores” en la fe de Abraham.
64
Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la
espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres (cf. Is
2,2–4), y que será grabada en los corazones (cf. Jr 31,31–34; Hb 10,16). Los
profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de
todas sus infidelidades (cf. Ez 36), una salvación que incluirá a todas las
naciones (cf. Is 49,5–6; 53,11). Serán sobre todo los pobres y los humildes del
Señor (cf. So 2,3) quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como
Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la
esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más pura es María (cf.
Lc 1,38).
III
Cristo Jesús – “Mediador y plenitud de toda la Revelación” (DV 2)
Dios
ha dicho todo en su Verbo
65
“De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a
nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha
hablado por su Hijo” (Hb 1,1–2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la
Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En El lo dice todo, no habrá
otra palabra más que ésta. S. Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo
expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1–2:
Porque en
darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra,
todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra...; porque lo que
hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al
Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o
querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría
agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra
alguna cosa o novedad (Carm. 2, 22).
No
habrá otra revelación
66
“La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay
que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de
nuestro Señor Jesucristo” (DV 4). Sin embargo, aunque la Revelación esté
acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana
comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.
67 A lo largo de
los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las cuales
han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no
pertenecen al depósito de la fe. Su
función no es la de “mejorar” o “completar” la Revelación definitiva de Cristo,
sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia.
Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentido de los fieles sabe
discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada
auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.
La fe cristiana
no puede aceptar “revelaciones” que pretenden superar o corregir la Revelación
de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas Religiones no cristianas
y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes
“revelaciones”.
RESUMEN
68
Por amor, Dios se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este modo da una
respuesta definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre se plantea
sobre el sentido y la finalidad de su vida.
69
Dios se ha revelado al hombre comunicándole gradualmente su propio Misterio
mediante obras y palabras.
70
Más allá del testimonio que Dios da de sí mismo en las cosas creadas, se
manifestó a nuestros primeros padres. Les habló y, después de la caída, les
prometió la salvación (cf. Gn 3,15), y les ofreció su alianza.
71
Dios selló con Noé una alianza eterna entre El y todos los seres vivientes (cf.
Gn 9,16). Esta alianza durará tanto como dure el mundo.
72
Dios eligió a Abraham y selló una alianza con él y su descendencia. De él formó
a su pueblo, al que reveló su ley por medio de Moisés. Lo preparó por los
profetas para acoger la salvación destinada a toda la humanidad.
73
Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio Hijo, en quien ha
establecido su alianza para siempre. El Hijo es la Palabra definitiva del Padre,
de manera que no habrá ya otra Revelación después de Él.
* * *
Antes
de seguir, ¿no te ha llamado la atención que Dios quiere que todos lleguemos al
conocimiento de la Verdad? Por lo tanto, esa verdad, es la que nos trasmite el
Espíritu Santo por medio de la Iglesia Católica, de su Magisterio Sagrado, de
la doctrina de los Santos Padres y doctores de la Iglesia Católica, y que
leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica.
Artículo
2 La transmisión de la
Revelación divina
74
Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad” ( 1 Tim 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6).
Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los
hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo:
Dios quiso que
lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por
siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades (DV 7).
I La Tradición Apostólica
75
“Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles
predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora
y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el
Evangelio prometido por los profetas, que el mismo cumplió y promulgó con su
boca” (DV 7).
La predicación apostólica...
76 La
transmisión del evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:
·
oralmente: “los
apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían
aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les
enseñó”;
·
por escrito: “los
mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la
salvación inspirados por el Espíritu Santo” (DV 7).
continuada
en la sucesión apostólica
77
“Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los
apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, `dejándoles su cargo en el
magisterio'“ (DV 7). En efecto, “la predicación apostólica, expresada de un
modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión
continua hasta el fin de los tiempos” (DV 8).
78
Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la
Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente
ligada a ella. Por ella, “la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto,
conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree” (DV 8). “Las
palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición,
cuyas riquezas van pasando a loa práctica y a la vida de la Iglesia que cree y
ora” (DV 8).
79
Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el
Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: “Dios, que habló en otros
tiempos, sigue conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el
Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y
por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y
hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo” (DV 8).
II La relación entre la Traición y la Sagrada Escritura
Una fuente común...
Una fuente común...
80 La Tradición y la Sagrada Escritura “están
íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma
fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin” (DV 9). Una y otra
hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido
estar con los suyos “para siempre hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
dos
modos distintos de transmisión
81 “La
Sagrada Escritura es la Palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración
del Espíritu Santo”.
“La Tradición
recibe la Palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los
apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados
por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente
en su predicación”
82 De
ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la
interpretación de la Revelación “no saca exclusivamente de la Escritura la
certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo
espíritu de devoción” (DV 9).
Tradición apostólica y tradiciones eclesiales
83 La
Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo
que estos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que
aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de
cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento
mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.
Es
preciso distinguir de ella las
“tradiciones” teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en
el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas
particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los
diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición
aquellas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía
del Magisterio de la Iglesia.
III La interpretación del Depósito de la Fe
El
depósito de la fe confiado a la totalidad de la Iglesia
84
“El depósito sagrado” (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,12–14) de la fe (“depositum
fidei”), contenido en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura fue
confiado por los apóstoles al conjunto de la Iglesia. “Fiel a dicho depósito,
el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la
doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía y la oración, y así se
realiza una maravillosa concordia de pastores y fieles en conservar, practicar
y profesar la fe recibida” (DV 10).
El Magisterio de la Iglesia
85 “El oficio de interpretar auténticamente la
Palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo
de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo” (DV 10), es
decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma.
86
“El Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio,
para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la
asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente,
lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que
propone como revelado por Dios para ser creído” (DV 10).
87
Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: “El que a vosotros escucha a mí me escucha”
(Lc 10,16; cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que
sus pastores les dan de diferentes formas.
Los dogmas de la fe
88 El
Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo
cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al
pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la
Revelación divina o verdades que tienen con ellas un vínculo necesario.
89
Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los
dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De
modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón
estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe (cf. Jn 8,31–32).
90
Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el
conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo (cf. Cc. Vaticano I: DS 3016:
“nexus mysteriorum”; LG 25). “Existe un orden o `jerarquía' de las verdades de
la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la
fe cristiana” (UR 11)
91
Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la
verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye
(cf. 1 Jn 2,20.27) y los conduce a la verdad completa (cf. Jn 16,13).
92
“La totalidad de los fieles ... no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta
esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo
el pueblo: cuando `desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos'
muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral” (LG 12).
93
“El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con Él, el
Pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio...se adhiere indefectiblemente
a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre, la profundiza con un
juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida” (LG 12).
El crecimiento en la inteligencia de la fe
94
Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las
realidades como de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida
de la Iglesia:
— “Cuando los
fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón” (DV 8); es en
particular la investigación teológica quien debe “ profundizar en el
conocimiento de la verdad revelada” (GS 62,7; cfr. 44,2; DV 23; 24; UR 4).
— Cuando los
fieles “comprenden internamente los misterios que viven” (DV 8); “Divina
eloquia cum legente crescunt” (S.Gregorio Magno, Homilía sobre Ez 1,7,8: PL 76,
843 D).
— “Cuando las
proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles en el carisma de la verdad”
(DV 8).
95
“La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan
prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin
los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único
Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (DV 10,3).
96 Lo
que Cristo confió a los apóstoles, estos lo transmitieron por su predicación y
por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a todas las generaciones
hasta el retorno glorioso de Cristo.
97
“La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el depósito sagrado de la
Palabra de Dios” (DV 10), en el cual, como en un espejo, la Iglesia
peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.
98
“La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas
las edades lo que es y lo que cree” (DV 8).
99 En
virtud de su sentido sobrenatural de la fe, todo el Pueblo de Dios no cesa de
acoger el don de la Revelación divina, de penetrarla más profundamente y de
vivirla de modo más pleno.
100 El
oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado
únicamente al Magisterio de la Iglesia, al Papa y a los obispos en comunión con
él.
* * *
Hasta
aquí hemos llegado estas reflexiones , continuará.
Ya
para acabar, en el número 86, me lleva a reflexionar que si un pastor:
sacerdote u obispo, no está en comunión con el Sucesor de Pedro, y lo he
observado, cuando, ya dice alguna homilía, cuando dice unas palabras, no las he
visto conforme a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia Católica: errores
y herejías en sus predicaciones, pero muchos por su desconocimiento a la voz
del Espíritu Santo a través del Magisterio, terminan por creerse que una
herejía, un despropósito es algo bueno. Recordemos los cismas, las suspensiones
pastorales, incluso, la desacralización de iglesias, parroquias y ermitas. La
falta de vocaciones, conventos cerrados, etc.
Hemos
de tener muy presente que la doctrina tiene que estar perfectamente unida a las
Sagradas Escrituras, como bien enseña, aquí mismo, en el número 86 como queda
dicho; más arriba.
Hola, que tengas un lindo fin de semana navideño, un placer descubrir tu bello blog, feliz Sábado, te invito de manera cordial a que visites el Blog de Boris Estebitan y leas un poema mío titulado “El guerrero Pegaso”, espero que te agrade, puse mucho de mí para escribirlo, saludos cordiales y un abrazo enorme. Que Dios te bendiga.
ResponderEliminarEl Señor nos ha creado para la vida eterna, por eso nuestra misión en este mundo debe ser provechoso. Hay personas que necesitan oír de Dios, pero no según nuestra medida personal, sino con el mismo sentir de la Iglesia Católica.
ResponderEliminarSabemos que tenemos un alma, y no debemos hacer que se pierda, pues el Señor quiere nuestra salvación eterna, y esto nos debe llevar también a que otras almas se salven, no por nuestros méritos, sino por los de Jesucristo, que es quien lo ha hecho todo.
Un blog no tiene por qué ser bello, sino, el propósito, como el blog de otros hermanos y hermanas que nos esforzamos por vivir con el mismo sentir de la Iglesia Católica, es anunciar a Cristo, no a nosotros.
Y a mí fuera de Cristo nada me puede agradar, la hermosura, la belleza la encontramos en el Evangelio de Cristo y en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia Católica. Sería un error para mí, si yo me aprovechara del Evangelio para mis propias conveniencias, esto no es seguir a Cristo.
Que Dios te bendiga, Boris, y feliz Navidad.