martes, 9 de julio de 2013

La oración perseverante ilumina nuestra vida.

A veces nos quejamos porque nos falta luz, nos falta vida de oración, "a ver que hace el otro...", la tentación de protestar nos arranca la paz y serenidad que el Señor nos ha ofrecido, serenidad y paz no para un momento, sino quien tiene a Cristo en su propia vida, esa paz y serenidad le ayudará a permanecer de un modo más humilde.
 
En cuánto nos sintamos tristes, ciertamente no creo que ninguno de nosotros busquemos momentos de tristeza, pero no hemos de olvidar que estamos en un valle de lágrimas.
 
 
Sufrieron mucho Jesús nuestro Señor, desde que vino al mundo, perseguido por "Herodes", porque quería matarle, la Santísima Madre de Dios, y San José tuvieron que huir a Egipto. Sufrieron sin tener culpas. Por el contrario nosotros sufrimos porque el pecado a veces trata de hundirnos, nuestras tentaciones, tan incómodas, pero que el Señor nos ayuda a superarla.
 
 
Nuestras noches oscuras, los Santos lo padecieron, las tremendas crisis, pero en su valentía no renunciaron a la vida de oración.
 
El mal humor o la tentación del mal humor. Se puede vencer, es cierto que nuestro corazón se remueve por alguna cosa que no nos gusta, pues no somos perfectos, pero el Señor nos señala el camino hacia el sacramento de la confesión si hemos caído, Él está ahí, nos ofrece su mano y nos ayuda a levantarnos.
 
Cuando una familia está muy unida por el Amor de Cristo, se ayudan unos a otros. Pero si en la familia de la fe, hijos e hijas de la Iglesia Católica, no se ayudan, sino que se muerden mutuamente, es tanto como decir: "No te reconozco como mi hermano en la fe"


Cuando San Pablo habla de la importancia de la unidad del Cuerpo de Cristo, sobre los miembros de la Iglesia de Cristo, dice: 1 Corintios 12, 26: «Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo

Pero si no hay comprensión, ni siquiera, hay deseos de llevarse bien, la soberbia, el hombre viejo es obstáculo contra la espiritualidad.
 
La mundanidad hace que el corazón se comporte fríamente, seco para con su hermano, para con su hermana. Se cierra a la vida de gracia.

Y nosotros ¿qué hacemos? ¿lo mismo? para evitar estos desordenes interiores, debemos prolongar la oración, suplicar al Señor que nos envíe su luz maravillosa y lleno de paz y amor, y sí toda nuestra oscuridad interior, se irá iluminando por la presencia de Dios en nuestra vida.
 
Pero ¡cuidado!, no aprovechemos de este camino sereno, de luz que el Señor nos ofrece, para volver al vómito del hombre viejo, ni de la idolatría ni la mundanidad del Maligno. Porque son esas cosas que alejan de nosotros la luz del Señor.

La oración perseverante, nos ayuda a que vivamos siempre alegres, felices en el Señor, cuando dejamos de orar por tiempo largo, o peor, si no hacemos vida de oración, el pecado, el vicio, siempre está en permanente oscuridad, tristeza, amargura, recelos, sospechas malignas.

Nosotros estamos destinados a la Luz, por eso, si nos sentimos tentados, profundicemos más en la vida de oración, para que la envidia del Maligno no nos domine jamás, sino la bondad y ternura de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Esta foto lo hice la noche del un domingo, 15 de mayo de 2011,
entre las nubes se hizo notar el resplandor de la luna, por el sol
 
No nos desanimemos, sino que busquemos confiadamente a Cristo por medio de la oración, si todavía hay inquietudes en nuestro corazón, invoquemos humildemente a la Santísima Madre de Dios, y ya verá, como una primavera florece en nuestro interior. La primavera espiritual.

Leamos ahora una reflexión muy edificante que nos puede ayudar:
 


·         «Prefiere ser reprendido misericordiosamente por el justo, ser abofeteado en cierto modo, antes de ser alabado por la adulación del pecador y dejar que se le hinche la cabeza por la soberbia» (San Agustín, Carta 140, 31). [Citado por Néstor Mora)
 
 

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